1033 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿MIEDO O TEMOR A DIOS?
¿Qué
diferencia hay entre esos términos? ¿Es
una cuestión de grado o categoría? Ser miedoso
implica cierta condición baja, es algo vituperable y equivale a cobardía, algo
también despreciable e indigno. Es
vulgar. En cambio, ser temeroso sugiere
cierta elegancia, dignidad y respeto. Es
por eso que para las relaciones y problemas ordinarios usamos la palabra MIEDO,
mientras que para aquellas que se refieren a asuntos que juzgamos como elevados
y propios de gente de alcurnia utilizamos la palabra TEMOR. Como el “temor a Dios” que sentían los
profetas. ¿Cuál es la diferencia entre
ambas definiciones? A primera vista
parecen lo mismo, pero emocionalmente hay una distinción sutil pero muy
significativa. El miedo es una condición
denigrante, propia de cobardes y gentuza sin honor; en cambio, el temor implica
la idea de respeto, valoración y auto estima de aquel que profesa semejante
sentimiento. De esta suerte, el miedo es
el vínculo entre la cosa temida y el hombre plebeyo y corriente; en cambio, el
temor es el sentimiento que inspira la cosa temida al hombre de valía y
pundonor. El primero es irreflexivo,
puramente emocional; el segundo es producto de la convicción, del estudio y la
aceptación racional. Sin embargo, en el
fondo, ambas cosas son lo mismo y la única diferencia probable consiste en la
intensidad. Todo es parte de un lenguaje convencional para darle cierta
distinción a la misma actitud ante la causa del miedo. Es cuestión de categoría que enaltece al
temeroso o denigra al miedoso, según sea nuestra animadversión o simpatía.
Suena feo decir: “es un hombre miedoso de Dios”. Pero es aceptable el “temeroso de Dios”.
Al
Diablo le tenemos miedo, terror, pánico; pero Dios y las cosas del cielo deben
inspirarnos TEMOR. Es una cuestión de
respetabilidad lingüística, ya que en la realidad emocional no existe diferencia
alguna entre ambos términos. Todo parece
ser un asunto de culto, de formalidad religiosa. Pero independiente de la semántica, tenemos
que considerar la actitud del hombre ante este sentimiento. El caso es que a Dios no deberíamos tenerle
miedo o temor, pues tal cosa resulta inaceptable; por Dios solo debería
sentirse amor. Sin embargo, la gente le
tiene TEMOR. ¿Por qué? Nadie lo sabe, ni nadie puede dar una
explicación satisfactoria desde el punto de vista de la lógica. Así lo estipula el Manual y no da otra
opción. Hay que tenerle miedo o temor a
Dios, da igual, pues en realidad ambos conceptos significan lo mismo. Pero
aquí parece que hay una contradicción entre esta respetable máxima y el
postulado básico de todas las religiones: el Amor infinito de Dios. Si
como dicen los pastores y guías religiosos que Dios es “Todo Amor”, ¿por qué
habríamos de temerle? ¿Y por qué
habríamos de tenerle miedo a una abstracción que no tiene ninguna relación
personal con nosotros? El sentido común
nos indica que de quien debemos tener miedo es de nosotros mismos, de nuestras
acciones y pensamientos torcidos, pues son estos los que generan las
consecuencias desagradables que nos hacen sufrir; se dice que cada acción
genera una reacción semejante y de sentido contrario (física pura), a la cual
los orientales llaman KARMA. Y no son
el Diablo ni Dios los que ponen en acción este mecanismo de “ajuste de
cuentas”. Somos cada uno de nosotros los
que lo hacemos.
Ni
el Diablo ni Dios quieren, NI PUEDEN obligarnos a hacer algo que nosotros
mismos no queramos llevar a cabo (se llama libre albedrío). Así, pues, que no hay razón alguna para temer
a estas entidades, sea usted creyente o no.
El Bien (Dios) y el Mal (el Diablo) no son nada más que la representación
simbólica de dos tendencias naturales que se encuentran en el hombre. Y este es la fuente de ambas, cuando se
manifiestan. Por lo tanto, el hombre no
tiene razón alguna para temer a nada que no provenga de su propia naturaleza
interna. Comprender esto es vital para
liberarnos de todos los temores (o miedos) que nos inquietan en forma
permanente. Son las religiones
exotéricas las que han pervertido este principio básico de la conducta humana,
y han transferido la responsabilidad ineludible del hombre, a dos abstracciones
pasivas. A Dios, el Bien; y al Diablo,
el Mal.
Sin
embargo, y pese a toda la violencia de las amenazas religiosas, a Dios no le
tenemos verdadero miedo, pues todos intuimos que la severidad de este numen
tiene su talón de Aquiles en el supuesto amor que nos tiene; y todos creemos
que, en el último momento, como el “buen ladrón”, seremos perdonados y colorín
colorado. A tal absurdo nos conducen la
fantasía y el clientelismo religioso, pues se nos afirma que podemos pecar desbocadamente,
pero si nos arrepentimos a tiempo, iremos al cielo. Borrón y cuenta nueva. Talvez esa sea la razón por la cual a Dios
solo le tenemos temor. Pero otra cosa es don Sata. Con este no se juega, ya que es malo y no
quiere a nadie. Tampoco perdona ni hace
concesiones inútiles, y todo el que pecó, va para “la olla”, sin privilegios ni
beneficios. Así se nos dice en “La Comedia”
y todos los manuales diabólicos que conocemos… y por toda la eternidad. Esa podría ser la razón por la cual al
Demonio sí le tenemos no solo miedo sino terror. Si usted cree en él, desde luego. Cuando caemos al Infierno, estamos fritos,
pues el Diablo no perdona; y aunque lo hiciera, eso de nada nos serviría, ya
que ser rechazado de ese hipotético sitio, NO implica que seremos recibidos en
el Paraíso. Estaríamos en la nada. Bien jodidos.
Parece
que toda esta trama religiosa necesita una renovación profunda; una
redefinición de ciertos principios espirituales que, debido a su mala
interpretación, han sido la causa de tanto enredo, inseguridad y, lo que es
peor, de su secuela de miedos infundados, fatalismo y traslación de
culpabilidad. Sea usted creyente o no, debe
reconocer que hay un orden en las cosas, por más caóticas que parezcan, por más
destructivas y poderosas que sean; siempre se cierran los ciclos (no siempre al
gusto de las religiones o los ateos) de una manera racional y previsible y, por
lo tanto, lógica y científica, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Sin cabida para los miedos o los temores a lo
“sobrenatural” o los caprichos de los dioses o los demonios. En un Universo lógico, no hay cabida para los
disparates como los de “un dios bueno y perdonador” de causas que, mágicamente,
anulen las consecuencias. Una violación
filosófica inexcusable. Tampoco hay
sitio para un demonio malo, cuyo absurdo objetivo ÚNICO, es hacer sufrir a
criaturas insignificantes como el hombre, por violaciones o delitos infantiles;
además, “por toda la eternidad”.
En
resumen, a lo que debemos tener miedo (pánico) es a nuestro asistemático modo
de razonar; a nuestra emocional manera de estudiar la realidad y la de los
supuestos mundos “sobrenaturales” que forman el decorado de fondo de nuestras
creencias religiosas: cielos e infiernos.
Si siempre tenemos presente que nosotros somos la fuente del Bien y del
Mal, y que contamos con la facultad irrestricta del libre albedrío, llegaremos
a la conclusión de que a lo único que debemos temer es a nuestra IGNORANCIA y
FANATISMO, manantiales indiscutibles de todas las desgracias humanas. No existen dioses o demonios que nos salven o
condenen. El Hombre es su propio
creador, su guía, y el único que se eleva a sí mismo hasta donde su Voluntad
desea. Una vez libre de las cadenas de
la ignorancia, la superstición y el Miedo, se convierte en un dios, en su
propio y único Salvador. Adonde quiera
que vaya, o no vaya.
Fraternalmente
RIS
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