miércoles, 13 de agosto de 2014

1033 ¿Miedo o temor a Dios?



                   
1033    LA CHISPA            
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿MIEDO O TEMOR A DIOS?
         ¿Qué diferencia hay entre esos términos?  ¿Es una cuestión de grado o categoría?  Ser miedoso implica cierta condición baja, es algo vituperable y equivale a cobardía, algo también despreciable e indigno.  Es vulgar.   En cambio, ser temeroso sugiere cierta elegancia, dignidad y respeto.  Es por eso que para las relaciones y problemas ordinarios usamos la palabra MIEDO, mientras que para aquellas que se refieren a asuntos que juzgamos como elevados y propios de gente de alcurnia utilizamos  la palabra TEMOR.  Como el “temor a Dios” que sentían los profetas.  ¿Cuál es la diferencia entre ambas definiciones?  A primera vista parecen lo mismo, pero emocionalmente hay una distinción sutil pero muy significativa.  El miedo es una condición denigrante, propia de cobardes y gentuza sin honor; en cambio, el temor implica la idea de respeto, valoración y auto estima de aquel que profesa semejante sentimiento.  De esta suerte, el miedo es el vínculo entre la cosa temida y el hombre plebeyo y corriente; en cambio, el temor es el sentimiento que inspira la cosa temida al hombre de valía y pundonor.  El primero es irreflexivo, puramente emocional; el segundo es producto de la convicción, del estudio y la aceptación racional.  Sin embargo, en el fondo, ambas cosas son lo mismo y la única diferencia probable consiste en la intensidad. Todo es parte de un lenguaje convencional para darle cierta distinción a la misma actitud ante la causa del miedo.  Es cuestión de categoría que enaltece al temeroso o denigra al miedoso, según sea nuestra animadversión  o simpatía.  Suena feo decir: “es un hombre miedoso de Dios”.  Pero es aceptable el “temeroso de Dios”.
Al Diablo le tenemos miedo, terror, pánico; pero Dios y las cosas del cielo deben inspirarnos TEMOR.  Es una cuestión de respetabilidad lingüística, ya que en la realidad emocional no existe diferencia alguna entre ambos términos.  Todo parece ser un asunto de culto, de formalidad religiosa.  Pero independiente de la semántica, tenemos que considerar la actitud del hombre ante este sentimiento.  El caso es que a Dios no deberíamos tenerle miedo o temor, pues tal cosa resulta inaceptable; por Dios solo debería sentirse amor.  Sin embargo, la gente le tiene TEMOR.  ¿Por qué?  Nadie lo sabe, ni nadie puede dar una explicación satisfactoria desde el punto de vista de la lógica.  Así lo estipula el Manual y no da otra opción.  Hay que tenerle miedo o temor a Dios, da igual, pues en realidad ambos conceptos significan lo mismo.   Pero aquí parece que hay una contradicción entre esta respetable máxima y el postulado básico de todas las religiones: el Amor infinito de Dios.   Si como dicen los pastores y guías religiosos que Dios es “Todo Amor”, ¿por qué habríamos de temerle?  ¿Y por qué habríamos de tenerle miedo a una abstracción que no tiene ninguna relación personal con nosotros?  El sentido común nos indica que de quien debemos tener miedo es de nosotros mismos, de nuestras acciones y pensamientos torcidos, pues son estos los que generan las consecuencias desagradables que nos hacen sufrir; se dice que cada acción genera una reacción semejante y de sentido contrario (física pura), a la cual los orientales llaman KARMA.   Y no son el Diablo ni Dios los que ponen en acción este mecanismo de “ajuste de cuentas”.  Somos cada uno de nosotros los que lo hacemos.
Ni el Diablo ni Dios quieren, NI PUEDEN obligarnos a hacer algo que nosotros mismos no queramos llevar a cabo (se llama libre albedrío).  Así, pues, que no hay razón alguna para temer a estas entidades, sea usted creyente o no.  El Bien (Dios) y el Mal (el Diablo) no son nada más que la representación simbólica de dos tendencias naturales que se encuentran en el hombre.  Y este es la fuente de ambas, cuando se manifiestan.  Por lo tanto, el hombre no tiene razón alguna para temer a nada que no provenga de su propia naturaleza interna.  Comprender esto es vital para liberarnos de todos los temores (o miedos) que nos inquietan en forma permanente.  Son las religiones exotéricas las que han pervertido este principio básico de la conducta humana, y han transferido la responsabilidad ineludible del hombre, a dos abstracciones pasivas.  A Dios, el Bien; y al Diablo, el Mal.
         Sin embargo, y pese a toda la violencia de las amenazas religiosas, a Dios no le tenemos verdadero miedo, pues todos intuimos que la severidad de este numen tiene su talón de Aquiles en el supuesto amor que nos tiene; y todos creemos que, en el último momento, como el “buen ladrón”, seremos perdonados y colorín colorado.  A tal absurdo nos conducen la fantasía y el clientelismo religioso, pues se nos afirma que podemos pecar desbocadamente, pero si nos arrepentimos a tiempo, iremos al cielo.  Borrón y cuenta nueva.  Talvez esa sea la razón por la cual a Dios solo le tenemos temor.  Pero otra cosa es don Sata.  Con este no se juega, ya que es malo y no quiere a nadie.  Tampoco perdona ni hace concesiones inútiles, y todo el que pecó, va para “la olla”, sin privilegios ni beneficios.  Así se nos dice en “La Comedia” y todos los manuales diabólicos que conocemos… y por toda la eternidad.  Esa podría ser la razón por la cual al Demonio sí le tenemos no solo miedo sino terror.  Si usted cree en él, desde luego.   Cuando caemos al Infierno, estamos fritos, pues el Diablo no perdona; y aunque lo hiciera, eso de nada nos serviría, ya que ser rechazado de ese hipotético sitio, NO implica que seremos recibidos en el Paraíso.  Estaríamos en la nada.  Bien jodidos.        
         Parece que toda esta trama religiosa necesita una renovación profunda; una redefinición de ciertos principios espirituales que, debido a su mala interpretación, han sido la causa de tanto enredo, inseguridad y, lo que es peor, de su secuela de miedos infundados, fatalismo y traslación de culpabilidad.  Sea usted creyente o no, debe reconocer que hay un orden en las cosas, por más caóticas que parezcan, por más destructivas y poderosas que sean; siempre se cierran los ciclos (no siempre al gusto de las religiones o los ateos) de una manera racional y previsible y, por lo tanto, lógica y científica, de acuerdo con las leyes de la naturaleza.  Sin cabida para los miedos o los temores a lo “sobrenatural” o los caprichos de los dioses o los demonios.  En un Universo lógico, no hay cabida para los disparates como los de “un dios bueno y perdonador” de causas que, mágicamente, anulen las consecuencias.  Una violación filosófica inexcusable.  Tampoco hay sitio para un demonio malo, cuyo absurdo objetivo ÚNICO, es hacer sufrir a criaturas insignificantes como el hombre, por violaciones o delitos infantiles; además, “por toda la eternidad”.
         En resumen, a lo que debemos tener miedo (pánico) es a nuestro asistemático modo de razonar; a nuestra emocional manera de estudiar la realidad y la de los supuestos mundos “sobrenaturales” que forman el decorado de fondo de nuestras creencias religiosas: cielos e infiernos.  Si siempre tenemos presente que nosotros somos la fuente del Bien y del Mal, y que contamos con la facultad irrestricta del libre albedrío, llegaremos a la conclusión de que a lo único que debemos temer es a nuestra IGNORANCIA y FANATISMO, manantiales indiscutibles de todas las desgracias humanas.   No existen dioses o demonios que nos salven o condenen.  El Hombre es su propio creador, su guía, y el único que se eleva a sí mismo hasta donde su Voluntad desea.  Una vez libre de las cadenas de la ignorancia, la superstición y el Miedo, se convierte en un dios, en su propio y único Salvador.  Adonde quiera que vaya, o no vaya.
         Fraternalmente
                                 RIS






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