miércoles, 20 de agosto de 2014

1034 Al fin de cuentas ¿qué debemos comer?



1034    LA CHISPA         
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
AL FIN DE CUENTAS, ¿QUÉ DEBEMOS COMER?
            Si les hacemos caso a los dietistas nos volvemos locos.  Unos nos dicen que los frijoles son buenos; otros, que son dañinos, indigestos y que nos llenan de gases.  Lo mismo con el arroz o los garbanzos.  Unos afirman  que la sal es mala, pero otros nos dicen que el sodio es indispensable.  Algunos afirman que la leche es un veneno que no debe ser consumido por humanos, mientras que la “Dos Pinos” asegura que es la única comida que necesitamos para vivir.  Millones apostatan en contra de la carne, mientras que médicos y dietistas sostienen que es un alimento indispensable en la dieta de todo el mundo, incluyendo a los lactantes, por lo cual, la “Jerber” fabrica papillas infantiles de esa sustancia (¿?).  Los quesos maduros, además de oler a pata, se dice que son tremendamente indigestos; pero los queseros dicen que es una comida de las más completa en cuanto a elementos nutritivos.  Incluso las verduras están sujetas a discusión.  Y en el colmo de la confusión, ahora resulta que incluso las frutas son un peligro mortal debido a la fructosa.  Es sorprendente cómo se las han arreglado los de la industria alimentaria para confundirnos y guiarnos sutil o brutalmente, hacia el consumo de la chatarra que nos venden en los más variados y atractivos envoltorios.   Si resulta que las frutas son dañinas, no nos queda nada qué comer.  A menos que sean frutas enlatadas por la industria y que sean irradiadas para matarles la mortífera  fructosa.   Después de toda una vida de consumir frutas por recomendación de médicos y dietistas, resulta que estas son peligrosísimas y que nos estamos suicidando con ellas.  Entonces, ¿qué debemos creer o comer?  ¿Abandonamos el consumo de papaya, mangos, piñas, bananos y todas las delicias tropicales?  ¿O solo son dañinas las frutas de los países tercermundistas?  Claro que esto obligaría a los países subdesarrollados a abrir las puertas de sus mercados a la avalancha de frutas provenientes de Europa y Norteamérica.  Enlatadas, principalmente.
         Todo está fríamente calculado.  A los de la industria alimentaria no se les escapa nada¸ su más caro sueño es que llegue el día en que nadie consuma nada que no sea empacado, embotellado o enlatado por ellos.  Cuando el suministro total de alimentos sea controlado por ellos.  Comida chatarra y venenosa (eso qué importa) que pueda resistir siglos en  los almacenes, fábricas y centros de distribución.  Cuando ya no se vea en los mercados ningún alimento perecedero.  Cuando todo sea enlatado y eterno.  Sin pérdida ni riesgo alguno.  Ese es el sueño de la industria.
Los amos de este negocio trillonario han logrado que todo producto de la tierra que no sea “tratado debidamente” por ellos, se considere como un peligro para la salud.  En una conspiración increíble, han logrado que todos los gobiernos del mundo consideren incluso al agua natural, como un potencial veneno si no es tratada con todo tipo de químicos cuyos efectos dañinos en el cuerpo nadie quiere admitir.  Un ejemplo de estos es el cloro, sustancia tan venenosa y corrosiva que incluso destruye las cañerías metálicas por donde es conducido.  Sin embargo, la cloración del agua es obligatoria en todo el mundo, a pesar de que hay científicos que afirman que el cloro es la causa principal del cáncer estomacal y otras dolencias del tubo digestivo.  Pero ¿le importa eso a alguien?  Parece que no, pues la autoridad médico-sanitaria está por encima de cualquier protesta de los legos en la materia.  Magister dixit.
         La confabulación es todopoderosa, y bajo el antifaz y pretexto de la “Salud Pública”, se ha impuesto a todas las sociedades no solo una forma de alimentación, sino que se han hecho casi obligatorias las más variadas normas que, en el fondo, solo benefician a las grandes compañías de la industria alimentaria.  Y ni qué decir de las farmacéuticas y su infinidad de “alimentos” artificiales que constituyen el más grande fraude que podamos imaginar.  Millones de reconstituyente, vitaminas y minerales son vendidos masivamente a personas que, nulificado su sentido común por una insidiosa propaganda, suponen que consumiendo una docena de tarros de variadas pastillas, van a tener una nutrición perfecta, balanceada y sana.  Y en esto, esa extraña casta de gente que se hace llamar “dietistas”, son los principales cómplices de este criminal negocio.  Dietistas y técnicos en el arte del adelgazamiento, constituyen una plaga moderna al servicio de las industrias farmacéutica y alimentaria.  De parte de esta gente, jamás escucharemos un consejo fundamentado en el estudio o investigaciones científicas; ellos solo repiten como loros lo que sus patrocinadores les ordenan; para eso reciben su respectivo pago.  Su actividad es dogmatismo puro. 
         Es por eso que en Europa las sociedades se han organizado para exigir de las industrias alimentaria y farmacéutica, una serie de garantías destinadas a la preservación de la salud; a demandar claridad en todo, en los procedimientos y en la calidad de los componentes que se les añaden a los alimentos, drogas e incluso cosméticos.  Allí los pueblos han entendido que solo ellos pueden garantizar su propia salud, porque las industrias han demostrado que lo único que les importa son las ganancias millonarias.   También los ciudadanos saben que de los gobiernos no van a obtener ninguna protección.  Los funcionarios son comprables y como estas industrias disponen de millones para el soborno, este está a la orden del día.  Solo las sociedades organizadas son las únicas que pueden ponerle coto al abuso de las industrias.  Solo al consumidor organizado le temen estos monstruos comerciales. 
         ¿Tiene usted idea de cuántas porquerías les agregan a los alimentos para que estos puedan permanecer incorruptos en sus envases durante años y años?  ¿Qué clase de carroña es un atún o salmón que tiene tres o cuatro años de enlatado?  Y la industria sabe que este nunca se va a descomponer, pues es algo así como las momias egipcias.  Lo más que han logrado los gobiernos es que los fabricantes pongan en las etiquetas una fecha de vencimiento, la cual puede ser burlada de mil maneras.
         Entonces, ¿qué podemos hacer?  ¿Estamos indefensos?  Parece que sí; al menos en el tercer mundo, en donde el criterio de los ciudadanos vale un tacaco.  Por estos lados, dar una opinión que incomode la autoridad de los dietistas y las industrias puede costarnos una demanda o, por lo menos, unas amenazas e insultos, como los que le hicieron a este periodiquito debido a unos comentarios que se hicieron sobre la industria de los cosméticos.  Los ministerios de salud de estos países, solo suelen ser los voceros de la voluntad de las farmacéuticas y empresas alimentarias; y valiéndose del principio de autoridad y el gancho de la salvaguarda de la salud pública, incluso obligan a la gente a vacunarse en contra de enfermedades fantasmas y plagas globales que nunca llegan a concretarse.  ¡Terrorismo puro!  Como la farsa del H1N1, que llevó torrentes de dinero a las farmacéuticas.
         El dilema que deberían plantearse las sociedades ricas, y los grupos ricachones de las sociedades pobres, es la cuestión de qué comer.  La calidad de los alimentos, su preparación industrial y muchos problemas más, deben formar la agenda de supervivencia de millones de personas que, dada su capacidad de consumo y de atarugarse de cuanto les dé la gana, han llegado al borde de un peligroso abismo que tiene que ver con multitud de enfermedades derivadas de una alimentación inadecuada. No de virus ni bacterias, sino de químicos adicionados a los alimentos procesados.  Somos sociedades víctimas que no tenemos control alguno sobre las porquerías que nos  embuten las industrias de la alimentación.  Pero sobre todo, de la gordura y todas sus funestas consecuencias que constituyen un verdadero azote en los conglomerados humanos que no hacemos racional uso de nuestras posibilidades alimenticias.
Fraternalmente
                                      RIS

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