148 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano,
se fundamentan los abusos del Poder”
¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LA MUERTE?
Esta
no es una pregunta retórica o de intención meramente religiosa; es una
exigencia de la mente humana, como producto de lo que la educación le ha
enseñado al individuo en el grupo social en el cual nació. En el Oriente no suele alcanzar los ribetes
de importancia y terror que inspira en la gente occidental, pues ellos suelen
tener una idea más clara de lo que significa la muerte. Otra cosa es en occidente, en donde la
ciencia parece tener respuestas para todo y así se lo hace creer al individuo,
pero ante el fantasma de la muerte guarda cuidadoso silencio, adopta una
actitud sarcástica y de menosprecio o simplemente pretende ignorar el tema,
como si no le atañera o careciera de importancia. La muerte es un asunto que preocupa, inquieta
y aterra a cientos de millones de personas y, por lo tanto, debe ser un tema de
investigación por parte de la ciencia.
Pero de estudio serio y profundo; sin fantasías complacientes, pero sin
menospreciar ningún elemento de juicio que pueda orientar. Incluyendo la brujería, el hipnotismo, el ocultismo,
el misticismo, la astrología y la magia.
Es cierto que hay miles de charlatanes en esos campos (igual que los hay
en la ciencia), pero no puede ser que tantos hombres, por tanto tiempo,
hayan estado errados en sus conclusiones sobre el mundo de los muertos.
La
ciencia ha mantenido una actitud de arrogancia ante el fenómeno social de la
muerte. Nosotros, han dicho los
científicos, llegamos hasta allí, cuando el individuo expira. Pero resulta que la muerte es un tema mucho
más importante que el cáncer, los rayos láser o la conquista del átomo o del
universo. La muerte es un problema vital
(o mortal) que ocupa la atención de billones de personas en el mundo. Y como genera más angustia, dolor y
preocupación que todas las enfermedades juntas, DEBERÍA ser un tema
obligado en la agenda de la ciencia.
Pero no con los prejuicios que siempre lo hace; no con la altanería
burlesca con la que siempre pretende desvirtuar la fe, suposiciones y conocimientos
que el hombre ha adquirido sobre este tópico a través de los milenios. Todas las literaturas, mitos y religiones
están plagadas de referencias, historias y leyendas relacionadas con el mundo
de los muertos y su condición allí.
¿Estarán equivocados todos, y solo un grupo de “científicos” tiene la
razón? ¿Y cuáles son las pruebas DE
VERDAD que la ciencia ha presentado sobre las inconsistencias acerca del
ámbito de los muertos? ¿Ha aportado la
ciencia pruebas contundentes de que todo acaba allí? Y no me refiero al escepticismo burlón sacado
de un aparato de rayos X o de una tomografía del cerebro de un cadáver, sino a
pruebas científicas irrebatibles. En
este dilema la “ciencia” siempre ha aplicado el principio de autoridad para
negar, nada más. El interés de millones
de personas debería merecer de la ciencia un enfoque más serio, más profundo,
tolerante y científico. Pero no se trata
de ser condescendiente con los mitos, o indulgente con la fe, sino de
embarcarse en un intento serio por encontrar respuestas “tangibles”.
Es
un hecho que cuando soñamos, la consciencia se traslada a algún vehículo
apropiado que tiene la capacidad de retirarse cerca o lejos del individuo que
sueña. Es un hecho que soñamos o
no. También es cierto que el cerebro
suele ser uno de los centros de esta actividad, puesto que él es el núcleo de
la consciencia humana en cada persona.
Pero ¿son todos los sueños producto de la fisiología cerebral o de lo
que comimos en la noche? ¿O existe un ámbito en donde la consciencia se
proyecta más allá del cerebro? Y de
existir ese medio, ¿qué cosa es y de qué materia está formado? La materia no parece tener límite “hacia
arriba o hacia abajo”, y esto deberían saberlo muy bien los hombres de
ciencia. Apenas ayer, en términos
históricos o evolutivos, se creía que todo lo que estaba más allá de la visión
humana no existía. No existía el
átomo ni las partículas subatómicas.
Eran fantasías e infantilismos de Leucipo y Demócrito. Y para los efectos prácticos de la casi
totalidad de la gente, SIGUEN SIN EXISTIR. ¿Entonces?
¿No sería posible que haya un mundo que, debido a la pequeñez de sus
partículas, nos compenetre y nos envuelva sin que nos demos cuenta? Imaginemos
una clase de materia tan sutil cuyos átomos sean tan diminutos, que su relación
con los de la materia física que conocemos, sea como son nuestros átomos en
relación con el átomo del cual el Sol es el núcleo. Entonces sería muy fácil entender la razón
por la cual no podemos observar esos “núcleos MATERIALES de consciencia”
que forman los muertos. ¿Por qué no
puede ser real el orbe de las ideas de Platón, del mismo modo que lo es el
microcosmos “fantasioso” de Demócrito y Leucipo? Parece que el único problema es una
cuestión de tamaño. Pero no para la
Naturaleza, sino para el hombre, que no cuenta con los medios físicos para
poder observarlo; por eso es un misterio o un plano inexistente; como
era el universo de los microbios hasta la invención del microscopio.
¿Por
qué se cierra la ciencia ante esa posibilidad tan científica o más, que la
teoría de los agujeros negros que se tragan la luz? Es la ELECTRÓNICA (la magia moderna)
la que está llamada a proporcionar los instrumentos que en el futuro no muy
lejano, habrán de posibilitarnos la observación y comunicación con los muertos;
eso es seguro. Pero es toda la comunidad
científica la que nos tendrá que dar respuestas prácticas y “físicas” acerca de
ese universo misterioso que hasta hoy solo es del dominio de los místicos y
ocultistas, que pueden trasladar su conciencia a voluntad, hacia ese espacio
que el escepticismo “científico” ha negado con una obstinación que es impropia
incluso de cavernícolas. Y cuando
abramos esas ventanas ¿se imaginan todo lo que podremos ayudar a nuestros
muertos? ¿Pueden calcular todo el
innecesario terror que desaparecerá de la humanidad? El fundamento de las religiones se
estremecerá y rodará hecho añicos, y sobre sus pavesas renacerá la religión
primigenia, la religión de la VERDAD.
A partir de ese momento, la visión que el hombre tenga sobre la vida y
su papel en el programa general de la Naturaleza, alcanzará alturas jamás
soñadas más que por los místicos que, desde siempre, parecen conocer la
mecánica del sistema.
Entonces,
parece que hay dos caminos para acceder al territorio real y físico de
los difuntos: uno es morir pero sin prejuicios ni miedos religiosos que
condicionen la percepción que el individuo tenga de ese mundo. Y el otro es penetrar allí sin fallecer;
como lo han hecho desde siempre los ocultistas.
Y como lo harán los científicos cuando, desprovistos de prejuicios y
poses vanidosas y arrogantes, decidan encarar con seriedad la aventura más
apasionante que ha cautivado la mente del hombre desde que dio sus primeros
pasos sobre la tierra, y su consciencia empezó a plantearle este gran Enigma
que ha sido la obsesión de filósofos, religiosos y hombres ordinarios: ¿Qué
hay después de la muerte? ¿Residen
Dios, Cristo y los ángeles en ese mundo?
Las religiones siempre nos han dicho que allí nos están esperando, bien
sea para quedarnos con ellos, o para remitirnos a los dominios de don Sata. ¿Podremos verlos mediante el “ultramicrovisor”
de ochocientos megabytes? ¿O
necesitaremos más memoria y programas más poderosos? ¿O simplemente aprenderemos a trasladar
nuestra conciencia a ese y otros planos más sutiles todavía?
¿Cree
usted que el reino de los muertos es algo “divino y mágico”, o que es un
espacio físico semejante al nuestro?
Estudie todas las posibilidades y no se conforme con las posiciones
dogmáticas que le han planteado en la religión o en la ciencia materialista
y burlona.
Ricardo Izaguirre S.