266 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos
del Poder”.
LOS DIOSES NO NOS QUIEREN
La religión hindú nos dice que Dios
(el Ilimitado, el Inmanifestado, el Infinito e Incondicionado, como le dicen ellos)
no tiene, no puede tener relación alguna con los humanos. Un principio básico de la filosofía moderna: “Lo Infinito (Dios) no puede tener relación
con lo finito (el hombre)”. Así se lo hace saber el señor Krishna a su primo Arjuna en el bello poema conocido como el Bhagavad Gita (Canto al Señor) uno de los grandes pilares de la fe
india. Si Dios es Infinito, como todos
lo aceptamos, resultaría que la definición inda es cierta y que la Deidad (Dios) no tiene
relación alguna con nosotros, lo cual parece muy probable a raíz de cualquier
razonamiento sistemático. El hombre ni
siquiera puede hacerse la más elemental idea de lo que es el infinito, por lo
tanto, tampoco puede tener una idea de lo que es Dios. También se dice que Dios no tiene atributos, lo
que significa que no es bueno ni malo, inteligente o bondadoso. No es AMOROSO;
tampoco iracundo, no es paciente, colérico, vengativo ni piadoso; simplemente
ES. Y talvez ni eso. Los brahamanes dicen que “Dios es Aquello sobre lo cual toda especulación es inútil”. Tampoco podría ser hombre o mujer; y ni
siquiera una mezcla de ambos. Y ya que
es Infinito, tampoco puede tener forma alguna, porque la FORMA
es una limitación dentro de la cual no podemos encerrar lo que es INFINITO.
Así, pues, tenemos que descartar a
Dios en nuestros planes humanos. Dios no
está a nuestro servicio para resolver menudencias resultantes de las miserables
actividades del género humano. ¿Qué
tiene que ver Dios con que una mujer traicione a su marido? ¿Con qué derecho alguien se declara elegido
de Dios, o que conoce la
Voluntad de Este? ¿Qué
atributos tiene cualquier pigmeo humano para declararse portavoz de la Deidad? Ni siquiera las peticiones bienintencionadas
de algún insecto homínido tienen la garantía de ser escuchadas por nadie en el
cielo ni, mucho menos, por Dios. Y si
tenemos libre albedrío, el resultado lógico es que estamos sujetos a nuestras
propias decisiones y sus naturales consecuencias. No podemos pretender que Alguien o Algo venga
a rectificar, a favor nuestro, los errores cometidos por nuestras propias
decisiones. Somos libres de actuar y, a menos que seamos inconscientes o locos,
SIEMPRE sabemos la naturaleza y
alcance de nuestros actos. Y en un
universo lógico, como debe ser la obra de Dios, no hay espacio para la
casualidad, el azar, las preferencias o la injusticia. Por cada acción hay una reacción de igual
naturaleza para que se restablezca el equilibrio natural. Eso es lo que se conoce con el nombre de
Karma, un mecanismo cuyo funcionamiento y ajuste está más allá de la
comprensión de los ordinarios mortales.
Tampoco se hizo para la complacencia de nadie, ni para que alguien
compruebe su exactitud y justicia.
Estamos sujetos a leyes,
incomprensibles en su mayoría, pero que funcionan a la perfección de lo que es
posible en nuestro plano de manifestación o existencia. Estamos en manos de la Ley, pero no en las de su
Autor, aunque sean lo mismo. La Ley solo Es, y como Dios,
carece de los atributos de la bondad o capacidad de “perdón”. Y una vez que la violamos caemos en su
terreno, en el cual son desconocidas las emociones de la piedad o la
indulgencia. El que debe, TIENE QUE PAGAR. Punto.
Así, pues, Dios no puede querernos en el sentido que dicen las
religiones, pues no tiene esa relación personal con nosotros. Así como un general no tiene relación directa
con el soldado raso, este tampoco puede tenerla con aquel. Existe la escala de mandos. Y es allí donde entran los dioses. Las legiones y jerarquías de seres superiores
que, dado su poder, pueden parecernos dioses en relación con nuestras
limitaciones; pero estos tampoco nos
quieren por lo que somos. Es posible que se sientan ligados a una
abstracción, a la promesa de lo que seremos, pero no por lo que somos. No puede ser cierto que seres superiores
puedan amarnos; nos toleran, que es diferente.
Y así, por milenios, es posible que lleguen a familiarizarse con nuestra
conducta y deje de importarles el tipo de alimañas que somos. Es por eso que no impiden las guerras y nos
dejan que nos aniquilemos sin contemplaciones ni piedad.
¿Cómo
podría Dios o los dioses amar a gente como nosotros? Talvez nos utilicen con algún propósito
evolutivo que nosotros ni siquiera podemos imaginar, pero ¿amarnos? No existe un ser humano sobre la tierra que
pueda creer honestamente que es un Elegido y amado de los dioses. Hay muchos a los que la propaganda social o
religiosa les ha hecho pedestales; incluso las religiones los han canonizado. Pero ¿puede alguien asegurarnos que son
amados por Dios o los dioses? Es claro
que no. ¿Y por qué? Porque NADIE
conoce la voluntad o los sentimientos de los dioses. Podemos imaginar o suponer, pero NO SABEMOS NADA. Nuestros deseos nada significan ni
comprometen las acciones de los dioses.
Nuestros ruegos, pasiones y vehemencia no son vinculantes para ellos.
¿Pueden
los dioses amar a una humanidad tan egoísta, fanática, avara, maligna,
traidora, indolente ante el dolor ajeno, y tan dispuesta a juzgar mal a su
prójimo? ¿Pueden los dioses amar a
unos hombres cuya codicia los lleva al exterminio de pueblos enteros solo para
quitarles algunos bienes materiales?
¿Con base en qué podrían los gringos asegurar que son amados de Dios o
de los dioses? Ese puede ser su deseo,
natural como el de todos, pero ¿será legítimo ante los dioses?
Lo más probable es que los dioses no
se metan en nuestros negocios, y nos dejan que nos exterminemos hasta que solo
queden los más capaces. Y solo hasta
entonces el hombre sabrá para qué es que nos quieren y cuál es el propósito de nuestra
existencia. Pero mientras tanto,
olvidémonos de la idea de que nos quieren y que van a escuchar nuestros ruegos
para sacarnos la lotería, encontrarnos a una mujer como Jessica Biel, o un
marido como George Clooney. La verdad es que no nos quieren, aunque
la idea nos guste en demasía. No hemos hecho mérito alguno para recibir
tal regalo.
Fraternalmente Ricardo
Izaguirre S.
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