752 “LA CHISPA” (30 enero 2010)
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
Dr. HOUSE II
En
la primera “Chispa” se hizo un
comentario cinematográfico de lo que
es esta seguidilla y sus personajes. Pero
ahora me voy a ocupar de un aspecto que, si lo analizamos bien y aparte del
contexto fílmico, resulta aterrador.
Aparte de que ya la judaizaron por completo (Wilson es judío, Cuddy
también, y House es un experto en asuntos judíos), la serie denuncia algo inusual en este tipo de películas. Y mucho debe haber de cierto puesto que nadie
ha levantado la menor protesta en cuanto a lo que estos personajes interpretan
en relación con la práctica de la medicina.
En eso difiere “House” de la
infinidad de rollos hospitalarios que nos pasan por la tele. En todos ellos, la visión que nos han grabado
de los doctores es de la perfección. Estos
son sabios, todopoderosos, seguros,
éticos, sin fallas ni errores. Uno
puede llegar muriéndose al hospital, pero una vez que ellos se ponen en acción,
todo está resuelto. “Radiografía de tórax, diez mililitros de no
sé qué, suero intravenoso, una diazepán y un TCC seguido de un ecocardiograma”. Ese es el patrón en todos esos filmes. En ellos, los protagonistas son sabelotodo y
nunca se equivocan. Al menos, JAMÁS los enfocan desde esa
perspectiva. Así que nos han adoctrinado
para suponer que estos profesionales son como dioses: infalibles. Y eso es lo que
esperamos de ellos.
Pero
aquí es donde viene la parte diferente de “House”. Es indudable que el loco Gregory es un galeno
genial, intuitivo y poseedor de una lógica aplastante en la cual no hay cabida
para sentimentalismos ni otro tipo de pasiones que puedan confundir su juicio
profesional; pero se equivoca y mata gente
al tomar decisiones erradas. Y lo que es
peor: no le importa. También
su equipo está formado por hombres brillantes como Chase, Foreman y la emocional
Cameron. Además, cuenta con la asesoría
del pausado, sensato e inteligente doctor Wilson. Pero todos meten la pata y matan gente por culpa de diagnósticos equivocados
y, lo que es peor, algunas veces por caprichos y vanidad profesional. Y hasta
el momento, ninguna organización de médicos ha hecho una protesta o algún
comentario por el enfoque que la serie hace en relación con este aspecto ético
de la profesión. Nadie contradice las
situaciones ficticias (pero probables) que “House” analiza, lo cual es una especie de certificado de veracidad
de la temática expuesta. Toda la supuesta
infalibilidad de estos profesionales es puesta en tela de juicio. House y compañía juegan a la gallina ciega con
la vida de los pacientes. Emiten teorías
tan volátiles que no tardan más que horas para ser desechadas y sustituidas por
otras igualmente equivocadas o no. Y esa es la parte que nos atemoriza. ¿Es así como esta gente enfrenta los dilemas
de la salud? En realidad lo que hacen es
un juego malabarista fundamentado en ciertos síntomas visibles y sus posibles
causas registradas en los libros de texto y en trabajos experimentales de otros
colegas.
Parece
que existe un catálogo de enfermedades,
síntomas y medicinas y, a partir de él, se diagnostica (adivina) lo que ese
paciente podría tener. Y eso es temible. Un día de estos vi un capítulo en donde Foreman,
basado en un juicio errado, decide
arrancarle un ojo a un paciente para salvarlo de una supuesta enfermedad que no
tenía. ¿Es así como funciona el diagnóstico? ¿Es así como nos cortan una pata, nos
arrancan un riñón o nos taladran el cerebro?
Y fíjense que estamos hablando de un hospital del más alto nivel
científico-pedagógico en donde los doctores son personas que “saben de verdad”, según los alegatos
que emplean en cada historieta. Pero aun
así, resultan ser unos bateadores a los que, por
casualidad o las puntadas geniales de House, les resultan bien algunos
casos. El Plainsboro Hospital es un prototipo de avanzada, con lo mejor de
lo mejor en gente y equipos y, sin embargo, salir vivo de ahí es como ganar a
la lotería. La película nos muestra a
unos seres humanos muy realistas: que dudan, que no saben, que se dan por
vencidos y que juegan a la ruleta rusa con la vida de los pacientes; que siguen
corazonadas y que cruzan los dedos para “ver qué pasa” ante la aplicación de un
determinado medicamento sobre el cual no tienen seguridad alguna. Y esa debe ser la realidad de la medicina
alopática, la cual se basa sobre una infinidad de dogmas sobre los que no permiten
el menor análisis. Esa es la fase honesta que nos presenta a esa gente como seres humanos
falibles.
Entonces,
si eso sucede en ese hospital de vanguardia, con esos genios graduados en
universidades de campanillas, ¿qué pasará en los nosocomios de la América Pobre? Vean que en el de “House” todo ese excelente equipo se dedica a un solo enfermo durante todo el tiempo que precisan, y aun
así, la riegan. Durante días meditan, discuten, proponen,
hacen exhaustivos exámenes técnicos, teorizan y se pelean sin llegar a
conclusiones unánimes sobre UN SOLO
PACIENTE. Eso produce recelo cuando
meditamos que en nuestros hospitales un solo individuo examina, diagnostica y
receta las consabidas pastillas del Seguro Social a diez, quince o veinte
pacientes en el mismo día. Casi sin
verles la cara y sin el equipo adecuado, este doctor sabe qué es lo que tienen
y les da otra cita para dentro de dos
años. ¿Cómo hacen para superar en esa cantidad y
calidad al personal de “House”? ¿Son tan superestrellas nuestros galenos, o
es que la serie esa no es más que un montón de mentiras dramatizadas? Pero de ser así, significaría una calumnia
con la que se desprestigia a esa profesión, y ya deberían haber sido demandados
por la asociación médica de USA.
Da
miedo ¿verdad? Pensar que por arrogancia
o incapacidad de esos profesionales mueran miles de personas con tratamientos
equivocados o intervenciones quirúrgicas innecesarias, es algo que produce escalofríos. Por lo menos en los Estados Unidos son
efectivas las demandas por mala praxis y la gente es recompensada (o los
deudos) con buenas sumas de dinero; pero en nuestros países los médicos son INTOCABLES, se tapan entre ellos y
ninguno acusa a otro aunque esté seguro de que su incompetencia acabó con la
vida de alguien. Sus sindicatos
(colegios) son algo así como el Sacro Colegio Cardenalicio, no están sujetos a
ninguna Ley; están por encima de ella y más allá de sus efectos. ¿Serán mejores los nuestros que los del
Hospital de House? ¿Cómo diagnostican
los nuestros? ¿Cómo saben de qué
padecemos, y quién o quiénes lo confirman?
Da miedillo… ¿no es así? (¿Cómo funciona este asunto en sus países?)
Housescamente
Ricardo
Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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