738 “LA CHISPA” (24 diciembre 2009)
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
NI SIQUIERA SABEN “HABLAR BONITO”
Hasta
donde la memoria me da con cierto grado de consciencia, me acuerdo de los
apasionados y elegantes discursos políticos del doctor Calderón Guardia. De la
entrañable relación que establecía con aquellas multitudes que lo seguían y lo
amaban por encima de toda razón. Era una
comunión de afectos entre el líder auténtico y un auditorio entregado que
conocía la obra del hombre. De una
sociedad que no había sido alienada por campañas ficticias de publicidad. Era gente que conocía a sus guías.
Y
ni qué decir de don Otilio Ulate (el
Mono, como le decían cariñosamente); seguidores o contrarios, no podían
substraerse al embrujo de la palabra de este gran hombre, situado en la
trinchera contraria del doctor. Un señor
inteligente, brillante, de verbo envolvente y cálido. Un orador nato que podía hablar horas sin
perder el hilo y sin necesidad de un teleprompter. Como no había televisión ni esas tecnologías
de la pregrabación y los moduladores que hacen de cualquier bombeta un gran
orador, era necesario hablar correctamente de una sola vez; no existía el reprise corregido. Eran épocas en donde el candidato tenía que
enfrentarse cara a cara con su gente y demostrar no solo el valor de sus tesis,
sino la correcta manera de expresar su pensamiento. Y don Otilio era un maestro para establecer
ese vínculo con su gente, sabía llegarles al corazón.
Hoy
día, cualquier idiota puede leer por televisión un discurso político en el telepromter y dar la impresión de que
sabe hablar. O que es capaz de pensar
unas cuantas tonterías de esas genéricas que escriben los publicistas y
técnicos en fabricar “imágenes públicas”. Cualquier retardado puede decirnos lo que
dicen todos, con más o menos habilidad, si es que sabe leer el aparato en donde
está escrito el discurso que otros le escribieron. La tecnología permite esos fraudes de la
oratoria política. En el tiempo de
aquellos caballeros no solo tenían que saber de lo que iban a hablar, sino que debían
improvisar, crear las emociones con las inflexiones de la voz, transmitir el
estado interno de su ser a los escuchas.
Eran épocas gloriosas en donde los líderes demostraban con su palabra de qué madera estaban
hechos. Y sin importar que fueran
contrarios, la gente no dejaba de reconocerles sus méritos en el dominio del
discurso.
En
esa misma línea estaba don Mario Echandi,
ese elegante señor que era un verdadero artista en el arte de la
dialéctica. Deleitaba con su voz y la
trabazón de sus ideas. En la Asamblea se
hizo admirar por sus colegas y caló profundamente en el pueblo; tanto así, que
este lo hizo Presidente de la República.
Sus contrarios lo acusaban de demagogo, pero no pudieron impedir que,
bajo el embrujo de su oratoria, miles de conciudadanos lo convirtieran en el
primer ciudadano del país.
En
categoría parecida se encontraba don Chico
Orlich, hombre de voz grave y poderosa, transmitía una especie de confianza
y paz que contagiaba a todo el mundo. ¿Y
don Quincho Trejos? Un típico patricio, simpático, mesurado y caballeroso
a más no poder. Hablaba con ponderación
y la serenidad característica de aquellos que han sido elegidos para guiar,
pues él hizo de Costa Rica toda, la prolongación de las aulas que en la
Universidad constituían su mundo de docencia. Entre estos brillantes oradores también se
encontraba don Daniel Oduber, de
verbo incendiario, inteligente y bien articulado, este caballero tenía el don
de la convicción en sus palabras.
Antipático y amado, era un máster indiscutido de la oratoria. Y finalmente tenemos a don Rodrigo Carazo, talvez el más
apasionado de todos los presidentes de Costa Rica. A él si le cabía el eslogan de Honesto y Firme en el verdadero sentido de esas palabras. Pero además de las virtudes morales que lo
adornaban, su palabra era el toque mágico con el que arrastró a multitudes de
personas a embarcarse en la gran aventura del rescate de las instituciones y la
dignidad de la República. Don Rodrigo
hacía que la gente “sintiera” su alma y carácter a través de su voz; su
sinceridad no era una careta política sino una forma de ser de uno de los
últimos grandes presidentes que ha tenido este país.
Pero
¿qué pasa ahora? Ninguno de los
candidatos sabe “hablar bonito”, aunque todos saben usar el teleprompter. Son robots leyendo las mismas babosadas que
les escriben los “creadores de imagen”.
Todos repiten las mismas cosas, las mismas mentiras e idioteces; todo es
el mismo estribillo sin imaginación ni colorido, pero sobre todo, sin
“toque”. No tienen alma ni nada que
conmueva al votante, son discursos tan poco imaginativos como los de cualquier
jabón o pasta de dientes. Incluso más
sosos que los estúpidos comerciales del arranca pelos “Veet”. “Seguridad ciudadana”, “Mano dura”, “Fulano me da seguridad”, “Estamos
escuchando” y una media docena más de anuncios con menos suspense y gracia
que los de Mac Donald o los de la Municipalidad de San José. En sus rostros se adivina que lo que dicen
nada tiene que ver con los programas que tienen en mente. Son
demasiado tiesos y artificiales, producto de mucho cincel.
Los
candidatos de antes tenían que ser espontáneos y, de esa forma, se sinceraban
con el pueblo; se comprometían, pues las palabras que salían de sus bocas
llegaban al corazón de sus seguidores, sellando de esa manera, un acuerdo de
honor que no podían violar. Hoy hablan
por televisión, leyendo en el teleprompter discursos
genéricos que se utilizan en las campañas políticas de Argentina, Chile,
Panamá, Estados Unidos, Perú, México o Paraguay. Da lo mismo. No son para un pueblo específico sino para una masa sin rostro y sin mente. Las campañas ya no son una comunión entre el
candidato y los seguidores, sino una secuencia aburridora de temas tan
trillados en los que ya nadie cree ni les hace caso. Son impersonales, sin vida, a través de la
pantalla; es como ver una película de hace diez, veinte o cien años; no existe
ese abrazo fraternal con el que los candidatos apresaban a sus oyentes en algo
que era mucho más que un discurso político.
Sus palabras eran una promesa de viva voz, cara a cara. No,
los candidatos modernos no saben “hablar bonito”. No emocionan, no nos “tocan”, solo nos
afligen y nos producen una sensación de pesimismo, tristeza, aburrimiento y
desconfianza. Ni siquiera saben fingir con sinceridad. Solo
saben leer el teleprompter, y eso lo hace cualquiera. Pero para los rebaños que ya están formados
y amaestrados, eso parece ser suficiente.
Electorescamente Blog:
http://lachispa2010.blogspot.com/
Ricardo Izaguirre S. E-mail:
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