lunes, 3 de octubre de 2011

82 La falacia de la educación

82    LA CHISPA     


Lema: “en la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA FALACIA DE LA EDUCACIÓN


            ¿Quién y cómo se determina la clase y el grado de educación que deben de tener los ciudadanos de un país?  Parece obvio que la salida a innumerables problemas de nuestras sociedades tercermundistas está en la educación.  Eso es casi axiomático, pues solo a través de esta, tendremos individuos capaces de producir a otro nivel que no sea el de bueyes de carga.  Es decir, mano de obra barata en productos agrícolas de exportación y difícil colocación en los mercados extranjeros.  Entonces, si esa es la panacea a nuestros males, producto del subdesarrollo, ¿por qué nuestros gobiernos no invierten las sumas necesarias (lo que sea) para tener una población totalmente alfabetizada al más alto nivel?  Desarrollo y progreso parecen ir íntimamente ligados con la educación de un pueblo.  Veamos el caso del Japón, que en escasos quince o veinte años borró la diferencia de un milenio que lo separaba de Europa.  ¿Y cómo?  Mediante la educación masiva de su pueblo.  Entonces, si la vía hacia el progreso parece tan clara, ¿por qué no se toman las medidas para lograrlo mediante la capacitación de toda la ciudadanía susceptible de ser educada?   ¿Será por aquel principio que sostiene que si TODOS fuéramos ricos, sería peor que si todos (con las excepciones del caso) fuéramos pobres?  En Economía esto se conoce como la falacia de la composición.  Si yo estudio y me hago rico, eso es bueno; pero si todos los hacen, es “malo”. 
            Para los que tienen el poder en nuestros países, el esquema de “desarrollo y educación” es muy simple: capacitar mano de obra barata de los obreros, para que tengan la capacidad de entender aquello para lo cual han sido contratados, nada más.  También mantener a los campesinos dentro de un grado de alfabetización mínima, para que siempre haya cogedores de café y cortadores de caña que apenas sepan leer para que entiendan las órdenes escritas que les den.  Y en las ciudades, la alfabetización de los marginales no debe sobrepasar el límite que les permita leer los rótulos e instrucciones de las máquinas que operan, o las listas de tareas que deben realizar.  Cualquier otro conocimiento es superfluo, y puede alejarlos de la maquiladora y convertirlos en candidatos a ser personas dueñas de su destino.
            Parece que los que tienen el Poder pensaran que si todos tuviéramos tanto dinero como Bill Gates, sería la ruina total de todos porque ¿quién nos cocinaría, lavaría nuestra ropa o nos serviría de algo?  Tendríamos que sembrar nuestra propia comida en el patio de nuestras casas, y eso sería terrible, según esa limitada visión del problema.  Entonces, ¿es con ese criterio como se determina nivel de educación que debe recibir el pueblo?  ¿Y quiénes son los que lo fijan?  Ante esa pregunta, de inmediato aparece un sospechoso único: la oligarquía, la argolla del poder que controla al Estado. 
            La conjura de la educación, aunque parezca una broma de mal gusto, obedece a un plan perfectamente delineado por las clases poderosas de nuestros países.  Mil artimañas han desarrollado para mantener a las masas en estado de ignorancia o semi ignorancia, porque el hombre inculto no puede leer y, por lo tanto, es incapaz de conocer la Historia y sus lecciones; pero el hombre con cultura no puede ser manipulado ni se resigna a ser una simple pieza dentro del aparato productor sin aspirar a recibir los beneficios que su trabajo merece.   Un campesino ignorante no tiene la capacidad de comprender que toda la riqueza que sale de la tierra es producto de su trabajo, y se conforma con un miserable jornal.  Un hombre analfabeto y sin lectura no puede elucubrar sobre la producción y riqueza, y no establece vínculos entre ellas ni considera su participación como elemento esencial en el proceso.  Simplemente le da gracias a Dios por tener su trabajito.
Es por eso que los gobiernos (el Poder) impiden que la totalidad de la población estudie y se haga profesional.  No lo prohíben, claro está, pero llenan el camino de tantas dificultades y deficiencias, que hace imposible que todos los individuos alcancen un nivel de educación que sea suficiente para salir del fondo social; sobre todo, en áreas rurales, en donde están los intereses económicos de los grandes terratenientes que viven en las ciudades.  Si se educa a los campesinos, ¿quién cosechará el café, la caña o el arroz?  Y si se educa a los marginales de la ciudad, ¿quién recogerá la basura, limpiará las casas o cuidará las mansiones de los ricos?  En fin, si todos estudian, ¿de dónde saldrá la mano de obra barata y las interminables legiones de sirvientes sin aspiraciones de ninguna clase?  Porque la educación crea deseos de superación y mayores aspiraciones; libera al hombre de su condición servil, y le da vuelo a su imaginación para lograr metas que, desde el seno de la ignorancia, son impensables.
            Por eso la oligarquía de cada país determina el monto y calidad de la educación que deben permitirles a sus ciudadanos sin que se ponga en peligro el SISTEMA; y eso lo hacen creando una maraña bien calculada de impedimentos para que aquella no llegue a todos los ciudadanos, ya que eso no es conveniente
            Los Estados Unidos tienen la capacidad tecnológica y económica para hacer que TODOS SUS CIUDADANOS FUERAN PROFESIONALES EN ALGO.  Incluyendo a los negros y otras clases marginales.  Pero, ¿le serviría eso al “establishment”.  ¿Quiénes serían los operarios de la industria, los agricultores, soldados, maquiladores de ropa, choferes de limusina, los limpiaventanas, las meseras, los empleados de Taco Bell y los empacadores de Microsoft, los “dealers” de coca y las tan necesarias prostitutas?  Como se puede ver, en la paradoja de la educación, el Estado tiene el deber de educar al pueblo, pero en la práctica, es el que impide que esto se produzca más allá de cierto límite establecido por la Oligarquía.  Y como en el caso de Costa Rica, no se trata de falta de fondos, sino de conveniencia de los poderosos.  Hace falta la mano de obra barata, la de trabajadores no calificados y sin educación.                  Si los CIEN MIL MILLONES DE COLONES que el Estado repartía semestralmente en CAT a los miembros de la Oligarquía se dedicaran a la educación, en cinco años tendríamos al pueblo más educado y capaz del mundo.  Bien podríamos tener (por lo menos) siete universidades estatales y siete Institutos tecnológicos. Uno de cada uno en cada cabecera provincial.  Y no escueluchas de fachada, sino VERDADERAS UNIVERSIDADES, con personal altamente calificado, aunque tuviéramos que traerlos del extranjero.  Sin chovinismo ni majaderías patrioteras, pues si los Estados Unidos hubiera seguido esa política mezquina, miles de genios europeos no hubieran vertido la luz de su sabiduría entre la clase estudiantil de ese gran país.  ¿Por qué un muchacho de Limón o Nicoya TIENE que venir hasta San José para hacerse profesional en lo que más le guste?  La “centralización” tiene postrado a este país.
            Claro que la educación masiva apareja ciertos problemas generales que toda sociedad debe confrontar inteligentemente.  Un exceso de médicos no se arregla cerrando una facultad tan valiosa.  Y en este, como en otros casos, se impone una sabia planificación que vele por los intereses de la mayoría y no solo por los de la Oligarquía.  Es obvio que un muchacho que se ha graduado de Bachiller, ya no quiera ir a “coger café”, cortar caña o sembrar arroz; eso es natural, pues ¿qué sentido tendría haber ido once años a la escuela para seguir en lo mismo?
            La educación de alto nivel le da a Costa Rica el potencial básico para entrar directamente al mundo de los servicios, brincándose por completo la etapa industrial.  En el campo industrial no podemos competir con aquellas naciones QUE TIENEN Y DOMINAN LOS METALES.  Así que es tonto invertir en altos hornos y otras cosas que, además de sus elevados precios, nos obligarían a la dependencia de la materia prima y a una competencia imposible en contra de los gigantes industriales del mundo.  Entonces, ¿hacia dónde debe apuntar nuestra educación?  Muy simple hacia el mundo de los servicios.  Pero de los servicios altamente especializados, sin competencia, y que podamos vender a nuestro precio.  Nada de sobreros típicos, “alfarería indígena”, collarcitos de piedritas u otras tonterías de esa índole que venden en todos los pueblos de América en donde hay indios de verdad.  Porque mientras sean los de afuera los que les ponen precio a nuestros productos o servicios, estaremos arruinados o, por lo menos, limitados a la buena o mala voluntad que nos tengan; o si apoyamos o no alguna guerra que organice EU.  Debemos alcanzar LA EXCELENCIA en todo aquello que hagamos; como los suizos con sus relojes o sus quesos, pero sobre todo, CON LA BANCA.    En lugar de esa limitada y deficiente Banca Nacional, y de ese Instituto de Seguros en manos de sindicalistas, deberíamos crear una banca internacional, poderosa, mixta, ágil, versátil, de respuesta inmediata, progresista, en fin, MODERNA.  Ya deberíamos dominar el mercado centroamericano; el logotipo del Banco de Costa Rica debería estar en todas las capitales del Caribe, en el sur de México y en el norte de Venezuela y Colombia, por lo menos.  Tenemos la gente y la capacidad.                                                                                                                               Suiza es un gigante económico mundial gracias a la Banca, pero sobre todo, a la educación de su pueblo.  No nos conformemos con el simple e inadecuado mote de “la Suiza centroamericana”, sino que tratemos de serlo, en el verdadero sentido de lo que esto significa.  Esa determinación sí sería visión de futuro.  De esa manera, la agricultura y ganadería de alta calidad en nuestro país, pasaría a ser una especie de “hobbie” bien remunerado.  Y podríamos vender nuestros productos de lujo al precio que no diera la gana. No debemos convertirnos en maquiladores de empresas gringas, japonesas o europeas, pues eso sería lo mismo: producir riqueza para otros; y no se trata de eso.  Tampoco debemos construir obras de infraestructura para el turismo con dinero de todos los costarricenses, para que unos cuantos extranjeros se apoderen de los hoteles y las playas de nuestro país.  Esa no es la idea.  Y mucho menos que debamos construir una Banca Nacional Mixta con todo lo que eso implica: personal capacitado, edificios, experiencia, cartera de clientes y todo lo demás, para que una gavilla de judíos se adueñen  de ella.  Tampoco esa es la idea.
            Desde luego que para realizar ese proyecto, la educación debe ser enfocada en su totalidad, como el más grande Proyecto Nacional, hacia un solo fin: ENTRAR DE VERDAD AL MUNDO CAPITALISTA.  Pero no solo los pocos componentes de la Oligarquía, sino TODOS LOS COSTARRICENSES.  Nada del cuento del “ingreso per cápita” en donde una cápita se lleva noventa y nueve millones, y los otras noventa y nueve cápitas, un millón entre todas.  Debemos prepararnos masivamente para el turismo de alta calidad, lo cual implica multitud de obras de infraestructura que faciliten esa actividad: verdaderas ciudades portuarias a lo largo de las costas.  Autosuficientes e independientes del brutal tutelaje de la capital; con puertos modernos y capaces de recibir cualquier flujo de turismo, ya sea aéreo o en barcos.  Los que en la actualidad hay para los turistas de los cruceros, es deplorable.  Limón da pena, y Puntarenas, angustia.  ¿Qué puede ver un turista europeo o gringo en ese par de pueblos carentes de casi todo?  ¿Qué diversión pueden encontrar en Limón o Puntarenas unos turistas que han estado en Acapulco, Hawaii, la Habana o San Juan?  No todo es cuestión de “montañas, playas, mar y sol”, como reza el popular dicho; de eso hay en todas partes, a montones.  La infraestructura para el turismo masivo y de calidad, no solo debe estar basada en el trabajo de la Naturaleza y en eslóganes baratos.  ¿De qué diablos sirve una playa bonita si no hay una ducha decente para quitarse la sal y arena de encima?  ¿Cuál es el encanto de una playa que no tiene instalaciones que faciliten la estadía de los turistas?  En la mayoría de nuestras playas ni siquiera hay un servicio sanitario decente o una espita donde lavarse las manos.  Ese turismo rústico y charralero es historia; es apenas un mal recuerdo de las películas de Tarzán.  El turista de clase, generalmente citadino, es verdad que va en busca de “playa, mar y sol”, pero también es cierto que no está dispuesto a aislarse de las comodidades que le son familiares en la ciudad: agua pura, luz, teléfono, computadoras, transporte, cine, buena comida, atención médica, alojamiento cómodo y de primera, sin pulgas, garrapatas ni zancudos.   Los turistas que ahora vienen a nuestro país son, en su mayoría, “mochileros” y gente pobre que ahorran todo el año para hacer un crucero por el Caribe y sus paupérrimas ciudades, porque les sale barato.  Los turistas de verdad, gringos o europeos, van a Europa o Hawaii; o a algún safari por África. Tenemos, pues, que crear una estructura de primera, para tener un turismo de calidad que de verdad deje dinero, como el que visita Suiza, París o España.  Además, debemos tener qué ofrecerles que no sean abalorios, petates, ocarinas de barro o las mil tonterías que tratamos de venderles a precios de miseria.                             
Se necesitan carreteras que permitan el acceso a todas las costas del país desde la capital y viceversa.  Es necesario hacer buenos aeropuertos en esas ciudades costeras, y crear una red nacional de servicios aéreos que haga posible a una persona que, por cualquier razón deba regresar a su país de origen, pueda hacerlo sin inconvenientes de clase alguna.  Todo eso es el resultado de una buena educación popular de alta calidad, cuyos beneficios, deben ser compartidos por todos los costarricenses.  Se trata de crear cadenas de productividad en donde TODOS sus componentes sean beneficiarios directos de su propia labor.   Instaurar una actividad hotelera en la que hasta el último de sus integrantes tenga participación en las ganancias, y no una industria formada por multimillonarios extranjeros o nacionales con todas las ventajas, y una legión de sirvientes nativos con trabajos inseguros, temporales y mal remunerados.  Solo una buena educación puede llevarnos al logro de tan maravillosa meta, que haría que todos los costarricenses (como los suizos), fuéramos banqueros y administradores de hoteles.  ¿Por qué no?
Si le gustó esta utópica “Chispa”, hágala circular para que muchos costarricenses disfruten del placer de soñar con una Costa Rica grande y poderosa, rica de verdad.
                       
Educativamente
                                   Ricardo Izaguirre S.   

Correo electrónico:   rhizaguirre@gmail.com

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