viernes, 10 de mayo de 2013

527 Nuestro mundo es glorioso


527   LA CHISPA   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
NUESTRO MUNDO ES GLORIOSO

            ¿Ha visto usted la maravilla que representa la luz del Sol, que en complicidad divina con la atmósfera, nos brinda el espectáculo único de las auroras hechizantes o los mágicos celajes del atardecer?   ¿Ha pensado usted cuántos millones y millones de años les ha llevado a los dioses la “fabricación” de este complejo sistema solar y el acondicionamiento necesario para que la Vida sea posible en este planeta?  ¿Sabe usted el trabajo que han invertido para hacer que nuestra “casa” sea habitable?  Vea que ni los escritos sagrados ni las religiones dicen: “Y Dios creó el mundo de los muertos”.  Tampoco nos dicen nada del Infierno.  Nada de eso, señalan como la joya suprema de la “creación”, la formación del mundo físico y todos los adornos que hicieron posible que Adán (el Hombre) pudiera sobrevivir.  Después de “fajarse” durante seis días, el mismo dios fanfarroneó por su obra, y disfrutó del fresco en el esplendoroso huerto (la tierra) que había formado.   Así que no desdeñe esta belleza que es nuestro hogar, ni caiga en la telaraña de la retórica de tantos  religiosos extraviados que viven predicando el menosprecio a la vida, a la carne, al sexo, al amor y las buenas cosas que nos ofrece el planeta.  La Vida es bella y debemos gozarla.  Tenemos la obligación de disfrutarla y embriagarnos en los placeres que nos ofrece, para que los dioses sepan que estamos agradecidos por todo lo que nos dieron.  Cada uno hasta donde su inmoderación se lo permita, hasta el hartazgo.  Debemos emborracharnos de Vida.
            No es cierto que el sexo sea pecado; el “pecado” es el exceso, el descontrol y el irrespeto, pero no porque ofendamos a Dios o a los dioses, sino por las consecuencias que tenemos que pagar en nuestro cuerpo por los abusos.  Nada es pecado, si se realiza con moderación y sin joder al prójimo.  El pecado teológico es un arma intimidatoria que nada tiene que ver con la realidad que vivimos.  Es el látigo que las religiones exotéricas chasquean a los creyentes ingenuos para manipularlos en diversas direcciones, según los intereses de los cleros.  NINGÚN HOMBRE TIENE LA CAPACIDAD DE “OFENDER A DIOS”.   No importa lo que haga o diga.  Con sus acciones incorrectas solo altera la armonía del espacio circundante y crea un caos que solo desaparece cuando esas vibraciones discordantes, son absorbidas para la criatura que las produjo.  Ese proceso de “castigo” es doloroso, pues comporta la obligación moral y física de compensar al ofendido.  Desde luego que para eso no hay perdón. Y aunque generalmente estas deudas se pagan durante la vida, quedan muchos remanentes (karma) que deben ser saldados en el mundo de los muertos, y ese es el Purgatorio (en los casos leves), o el Infierno, en los graves.  Así, pues, que no es necesario morir para entrar al cielo, purgatorio o infierno.  La vida de infinidad de personas es un infierno que solo continúa en la muerte, hasta que se cancelan todas las deudas y cesa en su mal proceder.  Pero NO ES CASTIGO, sino ajuste de cuentas.  Desde luego que no debemos perder de vista que tanto el Purgatorio como el Infierno NO SON LUGARES OBJETIVOS, sino estados de consciencia.   
            El mundo físico, aunque irreal desde el punto de vista de la metafísica, es lo más real que conocemos de acuerdo con la natural y única forma de percepción que tenemos desarrollada.  Nuestra personalidad es incapaz de conocer o valorar otra alternativa, ya que nuestro estado evolutivo no nos permite otra cosa.  Es por eso que cualquier experiencia que difiera de aquello a lo que estamos acostumbrados es inferior, desconcertante y pobre.  El espacio gris y sin luz  de la muerte no puede sustituir al brillo sin igual de la tierra.  Ese espacio de penumbra, silente, sin las familiares sensaciones físicas (hambre, sueño, cansancio, dolor, frío o calor) es deprimente.  Incluso la visión es extraña, pues como no se tienen ojos, NO SE PUEDE VER en la misma forma como lo hacemos en la tierra.  Esa “percepción” en cuatro dimensiones resulta muy extraña al recién llegado.  Solo la lógica y el conocimiento previo, son las mejores armas para sobrevivir sin tanto contratiempo ni dolor.  Desde luego que todos estos inconvenientes se deben al impacto inicial que se da ante todo cambio trascendental, como cuando nos mudamos de casa, de barrio o país; todo es nuevo, distinto y con su particular modo de ser al que TENEMOS que acomodarnos.  Con una diferencia, en la vida podemos devolvernos; pero en los jardines de la muerte no existe esa posibilidad, hay que adaptarse sí o sí.    
            La vida es bella y debemos aprovecharla; y aunque esto suene cajonero, es la verdad.  Tampoco es cierto que en el “cielo” nos vamos a encontrar con nuestros abuelitos, padres, hijos o parientes muertos.  Eso solo sucede si coincidimos en el tiempo del fallecimiento.  El plano astral no es un casillero de correo o un número telefónico en donde la gente se encuentra de manera infalible.  Allí todo se mueve en ascenso, hacia el límite superior en donde la personalidad será desintegrada, y punto final.  Buscar a los parientes en el “Valle de las sombras”, es como hacerlo en una ciudad enorme sin tener la dirección ni punto alguno de referencia.  Nadie está ahí estacionado esperando nuestro deceso.  Eso quisiéramos, pero no es así, no somos tan importantes.  Los “muertos” tienen suficientes preocupaciones personales como para estar pendientes del día en que estiremos la pata.  Nos gustaría que estuviera la mamita, como en la tierra, pero NO ES ASÍ, allí estamos solos.
            Sí, queridos lectores, este mundo es todo lo que TENEMOS y debemos amarlo, gozarlo y disfrutar del infinito número de cosas bellísimas que nos ofrece.  Pero sobre todo, de la oportunidad que tenemos para amar a los nuestros, a los ajenos, a los raros, feos, extranjeros, alegres y tristes, inteligentes y brutos, pues todos ellos son bellos frutos de lo que puede producir este hermosísimo jardín que tenemos por morada.  No pierda su tiempo esperando el “cielo” que allí no hay nada.  Viva aquí y haga de este mundo su cielo y, hasta donde pueda, conviértalo en Paraíso para aquellos que lo rodean.  Que la paz sea con ustedes y…
            Fraternalmente
                                   RIS        E-mail:   rhizaguirre@gmail.com

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jueves, 9 de mayo de 2013

873 ¡Atrapados!



873   LA CHISPA   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡ATRAPADOS!
            Parece que todos vivimos bajo la sensación de estar atrapados en algo o con alguien.  Cuando estamos enamorados eso no parece importar, ya que la emoción y los deleites de esa situación obnubilan nuestra mente y somos incapaces de racionalizar la situación; pero una vez que ese estado declina o muere, si persiste la relación, empezamos a sentir el peso de esa trampa.  No importa cuánto dure el estado de embeleso, tarde o temprano surge la sensación de ahogo, limitación, temor y ganas de protestar en contra de algo que no podemos definir porque ni siquiera sabemos de qué se trata.  Ese es el caso típico de los matrimonios; en menor escala en los concubinatos o noviazgos.  Mucho más pesados en la paternidad o maternidad.  Incluso en las amistades íntimas que nos “obligan” a ciertas conductas que se convierten en deberes que no podemos eludir.  Tenemos que ser fieles a esas relaciones, de acuerdo con los postulados de la sociedad.  Y ahí empieza el sentimiento de angustia, de deficiencia en el cumplimiento de las normas “correctas” esperadas por los demás. 
            ¿Cuándo, dónde y por qué se inicia semejante condición?  ¿En realidad alguien nos impone esa situación molesta e irregular?  ¿Tenemos que someternos a ese tipo de imposiciones o solo es una ficción derivada de nuestros miedos y fetiches sociales?   Como aquello de que “Hay que casarse y sentar cabeza”. Parece que hay una doble conducta en esta forma de proceder del hombre y la mujer, matizada por ciertas diferencias biológicas cuya complejidad está más allá de lo que cabe en esta hojita.   Para el hombre la libertad (o libertinaje) es una condición natural, una exigencia de su masculinidad; mientras que para la mujer, la realización en la familia (hijos) es mucho más importante que una autonomía que en realidad no es tan vital como la que le proporciona su núcleo hogareño.  Sin embargo, la sensación de estar presa, limitada y condicionada, jamás deja de estar presente.  Y aunque se adapta al matrimonio y la prole de forma más eficiente que el hombre, la sospecha de estar atrapada siempre está presente en su vida.  Hombres y mujeres la afrontan a su manera y con diferentes resultados, pero no la pueden suprimir.  Se disimula, se vadea con otros intereses, pero su presencia es inevitable.  ¿A partir de dónde tomamos el camino equivocado? 
            El aburrimiento es como la vejez: inexorable y, queramos o no, va tomando las plazas de manera ineluctable, lenta o rápidamente, sutil o brutalmente; pero todos llegamos a la conclusión de que mejor estaríamos solos, aunque no lo admitamos públicamente.  Y aunque los apegos: hijos, esposas, maridos, costumbres, rutinas y toda la parafernalia familiar es un buen contrapeso a este anhelo secreto de libertad, todos sentimos la necesidad de ese espacio en soledad, en donde nuestras decisiones son NUESTRAS y no condicionadas por otras personas u obligaciones.  Un sitio en donde solo contamos nosotros, para bien o para mal, pero en el cual el único compromiso y deber es con nuestro yo.  A pesar de que la literatura está repleta de explicaciones que justifican las conductas sociales establecidas, algo en el interior de los seres humanos se rebela ante esas normas limitantes de la libertad.  La religión, la filosofía y todas las corrientes sociológicas ponderan esa condición de sacrificio familiar como uno de los grandes rasgos positivos de la especie; pero en el interior de cada uno, siempre hay una chispita de rebelión ante lo establecido.  
            El hastío es un visitante indeseable pero pertinaz; no importa cuánto hayamos amado o amemos  a alguien, tarde o temprano se hace presente como invitado de oficio.  Y en esta sensación, aunque no queramos admitirlo, siempre está latente la duda acerca de nuestras decisiones.  De si hicimos o no la elección adecuada de pareja, trabajo, carrera y de todas aquellas cosas en las cuales nos encontramos empantanados y con la sospecha de que somos cautivos de escogencias que no fueron las mejores… y ni siquiera nuestras.  Cuando analizamos esta situación con calma, nos damos cuenta de que fuimos víctimas de nuestra falta de criterio; de nuestra indolencia ante acciones que habrían de ser definitorias en nuestra existencia.  Nos enteramos, ya tarde, de que dejamos que otros decidieran nuestros destinos como si se tratara de un juego insustancial.
            El resumen de nuestras vidas suele ser un pesado recuento de cosas que, después de todo, no corresponden a lo que en realidad queríamos o debimos haber hecho.  Sentimos que no nos casamos con la persona adecuada, o que dejamos partir a nuestro amor verdadero.  Que debimos irnos en aquella oportunidad que nunca más se repitió; que debimos quedarnos aquí o allá, en fin, que estamos atrapados en el lugar y tiempo errado.  Con las personas equivocadas, aunque sean nuestra familia.  Y aunque nunca lo sabremos, no deja de ser excitante la idea de “lo que pudo ser”, si hubiéramos tomado esas decisiones a las que renunciamos y nos dejamos llevar por la corriente… o la voluntad de otros.   ¿Por qué escogimos lo que era “socialmente correcto” cuando lo que nos pedía el alma era otra cosa?   ¿Por qué no hicimos aquello que anhelábamos con todo nuestro corazón?   Vidas enteras de confinamiento en un espacio mental y emocional lleno de incomodidades que nunca serán paliadas por las recetas sociales, pues nada puede llenar los vacíos afectivos que dejamos abiertos, inconclusos, sin realizar ni experimentar con toda la fuerza de la juventud.   
¿Por qué nos conformamos con la normalidad y lo que todo el mundo reputa como lo correcto y adecuado?  ¿Por qué NO nos enredamos en aquellas deliciosas locuras que dejamos de hacer por miedo, comodidad o el qué dirán?  ¿Hubieran sido buenas… malas?  Nunca lo sabremos, y siempre estarán allí, en el recuento de lo que pudo ser, solo porque no tuvimos el valor y la determinación para realizar nuestra voluntad.   Ahora estamos atrapados en ese pantano de recuerdos y dudas que ya nunca tendrán respuestas.  Y cuando nos preguntamos qué habría sido si…  solo obtenemos más angustia y silencio.  ¿Fue mejor lo “correcto”?
Si usted está a tiempo, decídase.  Póngale fin a la monotonía y láncese a la aventura que, por mala que sea, no puede ser peor que el aburrimiento de una vida sin sentido ni propósito a la par de una persona que ya nada le importa.  Ni usted a ella.  Unos días de vida turbulenta y emotiva valen mucho más que años de hastío a la par de gente que solo lo tolera.  Una hora de disparates puede ser más enriquecedora y reconfortante que un siglo de vida rutinaria.   ¡Vuele, libérese!                           (¿Qué creen ustedes?)
Fraternalmente
                        RIS           E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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838 Las casas de lenocinio



838   LA CHISPA         
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS CASAS DE LENOCINIO               
            Existió una especie de “bel époque” del sexo cauteloso en el San José de la primera mitad del siglo pasado, y que se extendió, todavía causando estupor, hasta por ahí de los años setentas, cuando habían proliferado tantos lupanares, que fue necesario hacer un censo de ellos y crearles una guía telefónica especial.  Entonces dejaron de ser enigmáticos y ensoñadores y se convirtieron en tercerías comunes y corrientes; carentes del hechizo y la magia que envolvía a aquellas venerables instituciones de antaño que estaban en boca de todo el mundo, pero que las señoras decentes y las jovencitas jamás mencionaban abiertamente.  Que se veían con horror por parte de la mojigata sociedad josefina de ese período del siglo.   Nombres que se pronunciaban en voz baja, casi en silencio, como quien evoca un conjuro demoníaco que podía llevar a las puertas del infierno a las mujeres que lo hicieran.  Eran los sitios que, bajo la más estricta discreción, visitaban los señores y ciertas damas de “dudosa reputación”, o de “mala reputación”, o de ninguna reputación.  O bien, de otras que gozando de la mayor estima social, se la “jugaban” con algún galán calavera que les había robado el seso y el pudor.  Como siempre ha sido…  Era territorio de disolutos y féminas que gracias a la cautela y el silencio complicitario, se mantenían al margen de los efectos devastadores de la censura social. 
            Estas casas de alcahuetería constituían la “tierra del pecado”; eran un pedacito de Sodoma y Gomorra incrustado en San José.  Algunos solo eran como la puerta del Averno, en donde se realizaban los rituales iniciáticos de Afrodita.  Eran nombres legendarios que inspiraban y sugerían todas las formas de erotismo.  “El Sustinente”, “El Bosque de la China”, “El Copacabana”…  Por plaza Víquez existía otro llamado “El Escorpión”, de aquellos que caían en la poco elegante categoría de “puteros”.   Y cuando todavía San Pedro era las afueras de San José, se inauguró por ahí una especie de motel que siempre estuvo bajo sospecha: El “Apartotel los Yoses”, al abrigo de la soledad que propiciaba ese barrio que todavía era semi rural y despoblado.  Hoy ya nadie sabe dónde está ni a qué se dedica, y es material sin interés.  El tiempo le pasó el rasero y lo convirtió en algo cotidiano y vulgar.  Se esfumó el encanto cuya matriz es el misterio.  Además, San José perdió la capacidad de asustarse ante el sexo a escondidas; ante las aventuras siempre ardientes de las parejas comprometidas… con otros.  El adulterio se convirtió en rutina y tomó personería jurídica.  Terminó el asombro, y la vida licenciosa y el pecado se convirtieron en prácticas carentes de importancia o intriga.
            Capítulo aparte merece la “Maison Dorée”, oasis de los sedientos de amor que se inscribió, por derecho propio, a la mitología de las grandes casas de lenocinio de San José.  ¿Quién no sabía lo que era?  ¿Quién no sabía dónde quedaba y qué hombre no soñaba con llegar allí bien acompañado?  Legiones innumerables de mujeres pasaron por sus aposentos y disfrutaron de las delicias de Eros, en un mundo mágico que multiplicaba los efectos de la pasión tan solo por ser lo que era: una leyenda citadina del pecado.  ¿Qué mujer no deseaba una aventura en la “Maison Dorée” aunque solo fuera con su propio marido?  Infinidad de parejas legales lo hicieron.  Luego vendría una multitud de sitios más modernos, de mejor estilo y eficiencia, pero ninguno podría igualar el pedigrí de este rincón del amor, que pertenece al mito consagrado de los grandes santuarios del libertinaje sexual.  Este sitio era un hito para los devotos de la pasión, algo así como el templo de Ashera o Astarté.  Visitar San Chepe sin hacer una obligatoria estación en este ícono, era como dejar Roma sin haber visto el Coliseo o la Capilla Sixtina.  Para los Don Juanes de esta ciudad era motivo de orgullo, como una especie de centro de peregrinación al que, para “rajar”, solían recomendar a los visitantes extranjeros.  Había teléfonos mágicos para concertar las citas con muchachas discretas y siempre dispuestas, que ejercían esa inigualable profesión… en aquel santurrón San José de mediados de siglo.   
            Sin embargo, como centro privado del Amor, nada puede igualar la leyenda, aún en pie, de “La casa de Matute Gómez”.   Envuelta en una fábula tenebrosa a la vez que romántica, encierra uno de los grandes enigmas que la sociedad josefina tuvo que tolerar de una manera que nunca fue cómoda ni de aceptación general; pero en el que nadie intervino frontalmente para sanear la “afrenta” pública que este sitio le hacía.  Se dice que legiones de mujeres, de todas las edades jóvenes, desfilaron por los interiores de esa exótica mansión que en aquellos tiempos era esplendorosa.  Hoy solo es una casita vieja que se utiliza como punto de referencia en ese barrio, pero que a la gente joven nada le sugiere de su glorioso pasado en el campo del erotismo.  Dice la historia que el señor Matute Gómez, un personaje inolvidable, era un depravado corruptor de menores; pero como contaba con una cuantiosa fortuna que lo protegía, se mantuvo al margen de la ley, e innumerables chamacas lo visitaban impunemente y a diario para ofrecerle sus servicios amorosos.  Esa residencia que hoy es un restaurante inofensivo, fue la basura en el ojo de la comunidad capitalina.  Motivo de curiosidad morbosa, malestar, vergüenza genuina y fingida pero, por sobre todo, generadora del embrujo cautivante que produce todo lo que tiene que ver con las cosas prohibidas y profanas.  Hoy, la casa “de” Matute Gómez continúa siendo una fuente de recuerdos entrelazados con la picaresca oral del pueblo.  En el presente, nos recuerda a esas venerables matronas que, sumidas en la castidad obligatoria a que las condena la edad, nos parece inocua, romántica y casi anodina; sin embargo, es una parte vital, insoslayable y auténtica protagonista de la historia josefina.  Tanto como la “Maison Dorée” y otros paraísos del amor que proliferaron por toda la capital, en aquellos tiempos cuando la vergüenza todavía obligaba a cierta mesura.  Cuando el desparpajo aún no había tomado por asalto a la ciudad.  Cuando había caballeros y damas capaces de sonrojarse.
 ¿Qué piensa usted de esa romántica era dorada de las casas de lenocinio?  Cuéntenos y recuérdenos algunas que se nos hayan olvidado.  Son parte indisoluble de nuestra historia y, gústenos o no, siguen vivas en la memoria general del pueblo; al menos en la de los viejos. 
            Lenociniescamente
                                          Ricardo Izaguirre S.                E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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viernes, 26 de abril de 2013

1000 La medicina "natural".



1000   LA CHISPA      
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
MEDICINA “NATURAL”
        Como una alternativa saludable a la medicina alopática, ha surgido la “medicina natural”.  Es algo así como una bendición al alcance de casi todos los bolsillos.  Y bajo la suposición de que si no lo cura no le hace mal, su popularidad ha ido en ascenso en forma imparable.  Cualquier pulpería puede tener sus estantes llenos de “productos naturales”.   Es claro que semejante “boom” no podía pasar inadvertido a las grandes farmacéuticas y, es fácil deducirlo, de inmediato abrieron sus divisiones de “medicinas naturales”, es decir, placebos que nada curan (o muy poco) para la satisfacción de un mercado floreciente, millonario y sin trabas legales, pues casi todas esas medicinas cuentan con la aprobación de los ministerios de salud de todos los países (al menos en América Latina).  Y casi todas esas medicinas traen la consabida y sospechosa advertencia: “Si no mejora en tanto tiempo, CONSULTE CON SU MÉDICO”.  ¿Entonces? ¿No es que compramos “medicina natural” para librarnos de los médicos y sus cincuenta mil colones de consulta?  Desde luego que casi nadie se atreve a decirle a su médico que está usando tal o cual medicina natural para curarse, pues los galenos solo recetan medicamentos de manufactura “oficial”, de las grandes cadenas farmacéuticas.  Sin embargo, conscientes de la situación, no se burlan de esa alternativa, porque es probable que sepan quiénes están detrás de los grandes fabricantes de “medicinas naturales”.  Por ejemplo, ¿qué cosa o quién diablos es: “Roha arzneimittel GmbH, D 28333", de Bremen, Alemania?  Creo que nadie sabe ni le importa; sin embargo, aquí se vende uno de sus productos bajo la protección (validación) de un famoso laboratorio farmacéutico nacional.  Y desde luego, en el empaque dice: “No utilizar en menores de 12 años sin indicación MÉDICA”.  ¿Por qué debe tener autorización médica una medicina que NO es alopática y sobre la cual es casi seguro que los doctores NO SEPAN NADA?   Sospechoso, ¿verdad?  Yo le pregunté a un médico alópata qué opinión tenía de la Hierba de San Juan, y me dijo que desconocía qué cosa era.  Entonces, ¿cómo podría este profesional dar una opinión sobre un campo que le es desconocido?  ¿Cómo podría advertirme de los efectos secundarios que pudiera tener, o de las combinaciones inapropiadas con otras medicinas alopáticas o naturalistas?  No hay estudios certificados sobre la medicina naturalista, solo rumores por la Internet.
           El sustento de esta popular medicina natural es la fe, las “bolas” y una incisiva y eficaz propaganda.  Pero la verdad podría ser otra.  Detrás de estos remedios caseros, existe un enorme velo de deficiencias que deberían ser compensadas con algo más que simple propaganda.  Además, los gobiernos deberían regular este negocio que tiene que ver con la salud pública.  No es correcto que entre cuatro grandes cadenas de fabricantes de esa línea, existan docenas de productores individuales que embotellan cualquier cosa, le ponen una llamativa etiqueta, le hacen publicidad, y ya sale al mercado como una alternativa mágica en contra de cualquier enfermedad o deficiencia.  Ese mercado ofrece todo tipo de revoltijos de hierbas cuya eficacia está por probarse.  Y ¿quién certifica la calidad de su eficiencia?
            Hay miles de negocios de estos que están en manos de ignorantes irresponsables que no saben un carajo de nada, pero que están dispuestos a venderle lo que sea con tal de hacer dinero.  “Esto es para el hígado, tómese tres tabletas cinco veces al día”.   “Y si no nota mejoría después de cuatro o cinco cajas, consulte con su médico”.  “Estas otras son para el colon; estas para los riñones, y estas para los nervios, puede tomarlas todas juntas sin peligro alguno”.  Y eso NO puede ser.  O son placebos absolutamente inocuos, o se trata de charlatanes irresponsables que no tienen la menor idea de lo que es la dosificación y las combinaciones de medicinas.  Y eso tiene que ser regulado por el Estado.  Si uno va a una farmacia alopática, ahí tiene que haber un farmacéutico, un profesional que ha estudiado medicina y todo lo relacionado con los fármacos y sus efectos.  Es alguien con opinión profesional en la que se puede confiar, incluso más que en la de muchos médicos inexpertos.  Entonces, ¿cómo es que existen cientos de esas “farmacias” de medicina natural que son atendidas por cualquier persona sin el mínimo requerimiento académico?  Estas personas deberían tener títulos universitarios que los acrediten como farmaceutas especializados en ese tipo de medicina y, además, como conocedores de la posología.   Pero resulta que en esos negocios, solo les interesa vender gran cantidad de botellas y cajas, y por eso, cada uno le recomienda que se trague el mayor número posible de pastillas, sin importar cómo o en qué cantidad las revuelva.  ¿Qué les pide el Ministerio de Salud a estos individuos?  Nada.  Cualquiera puede ser traficante de estos productos que no tienen certificación alguna.  Y los vendedores de estas “medicinas” NO tienen ninguna formación profesional que los capacite para ese delicado oficio.  No es lo mismo vender agua de pipa que productos para la salud (o la enfermedad). 
            Este peligroso comercio ha sido llevado a sus extremos, sin ningún control estatal ni de los colegios profesionales del ramo de la salud (médicos y farmacéuticos).  ¿Por qué?  ¿Cómo es que el diligente y quisquilloso colegio de médicos no ha objetado este sospechoso comercio farmacéutico?   La mayoría de médicos se burlan de la medicina alternativa.  Ellos se oponen a la homeopatía, se ríen de la acupuntura, la iridología y la medicina naturista.  Además, prohíben cualquier competencia médica que no sea “oficial” y, sin embargo, se quedan callados ante este irregular pero multimillonario negocio de la “medicina natural”.   ¿No es algo contradictorio?  Los gremios se oponen incluso al ejercicio que otros médicos alópatas puedan hacer, si estos no están reconocidos y certificados por el respectivo colegio; aun cuando provengan y sean graduados de universidades de prestigio mundial.  Si no los reconoce el colegio nacional, NO PUEDEN EJERCER.  Aquí se les ha prohibido el ejercicio de la profesión a médicos cubanos e incluso alemanes.  Y todos sabemos la calidad de la medicina en estos países.  Entonces, ¿cómo se ha permitido que este negociazo que tiene que ver con la SALUD PÚBLICA funcione libremente y sin control alguno?  ¿No es esto algo sospechoso?
            No se quiere decir con esta nota que esa alternativa de curación sea mala per se, o que no tenga eficacia alguna.  Lo que se pretende es una regulación profesional que garantice la seguridad de sus usuarios; que haya profesionales en ese campo que se encarguen de la recomendación, dosis, tiempos y todo lo que tiene que ver con los resultados de un tratamiento médico serio.  No debe ser que cualquier sujeto nos diga que podemos tragarnos cuatro raciones de tres tabletas, de cuatro medicinas diferentes, y que con eso estaremos curados del bazo, la próstata y el esófago.  Y si NO mejoramos después de cinco tarros de esas pastillas, “debemos consultar al médico”.  Esa parte resulta muy sospechosa.   ¿Por qué es tan permisivo el Estado ante este comercio?  ¿Será que se está preparando para la invasión de productos farmacéuticos naturales provenientes del Oriente?  ¿De la medicina china?  ¿Estará incluido este comercio en el TLC secreto del Estadio de la Sabana?  ¿Será por eso que los colegios del ramo de la medina no protestan?  Estimados amigos, piénsenlo.  No se trata de sospechosismo a ultranza, sino de sentido común.  ¿Cómo es que resulta tan fácil poner una “farmacia” de estos productos?  O venderlos en la calle, de puerta en puerta.   Muchos de ellos podrían ser peligrosos, y se venden sin responsabilidad alguna de parte de nadie.
            Medicinescamente      
RIS 
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