587 “LA CHISPA” Un bonito cuento
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
WOODSTOCK: LA CULMINACIÓN DE UN SUEÑO
Hace
muchos años, cuando vivía en California, me sentí intrigado por las cosas que
vi y viví del hippismo, “filosofía” que un tercermundista como yo
no podía entender a cabalidad. A pesar
de ser todavía joven, no podía digerir la esencia del movimiento extraordinario
que allí se generaba. Sin embargo, me
atraía profundamente, como una droga, como un imán; intuía que algo había
detrás del aspecto superficial de los chicos que estaban involucrados en una de
las revoluciones sociales más grandes que se han dado en la historia
moderna. Pero los adultos jamás entendieron el mensaje. El establishment
era demasiado poderoso y había castrado toda forma de pensamiento de vanguardia
en los viejos; todo estaba diseñado como un modelo de consumo y era lo que “se
debía seguir”, había que adaptarse. Sin
embargo, no faltaron los oportunistas que pretendieron convertirse en los ideólogos del hippismo, como Herbert Marcuse, pero lo hicieron desde
una perspectiva intelectualista que los separó para siempre de la esencia de lo
que planteaban los chamacos. Yo me
relacioné con los hippies, tangencialmente, porque tenía una amiga militante
llamada Lorna Keen, quien me
familiarizó con la filosofía que animaba sus ilusiones. Confieso que al principio mi interés no
pasaba más allá de Lorna; mi hippismo se limitaba a la cuestión del “amor libre”,
pero pronto entendí que el concepto sobrepasaba la mecánica sexual, y que esta
se reducía a nada si no era respaldada por el afecto y otros valores que yo
desconocía en ese tiempo. Por mi amistad
con esa muchacha de ojos verdes, pelo alborotado y sonrisa espontánea, logré
enterarme de los contornos de qué era lo que querían para su gente. Eran pacifistas en una sociedad guerrera, y
eso los ubicó en una incómoda posición… muy incómoda. Propiciaban la tolerancia entre los seres humanos
y la Naturaleza; el Amor irrestricto y una vida simple. Tal ideario era una “locura” en una comunidad
violenta, sofisticada, consumista,
racista… El sueño estaba condenado a
muerte.
Aunque
esta oleada de pensamiento fue minimizada por el establishment, pronto se dieron
cuenta de que la tenían que tomar muy en serio, sobre todo por la tenaz
resistencia de los hippies a la guerra
de Viet Nam. Así nació la más grande
campaña de desprestigio en contra de un colectivo que sacudió las bases del
sistema. Por dicha no habían inventado lo del “terrorismo”, Al Qaeda ni Bin
Ladden. No quisieron entender la
filosofía de “los locos” de San Francisco.
Aunque el alboroto había empezado con la generación Beat en Nueva York,
su eclosión se produjo en Cisco, en el distrito de Haigh-Ashbury, entre los
parques Golden Gate y Buena Vista como núcleo principal. Ahí estaba el Vaticano Hippie, aunque nunca hubo Papa. A pesar de mi juventud y apertura, no me fue
fácil captar el alma de ese terremoto social porque este era una manifestación
del primer mundo; era el regurgitar de una población harta (en todo sentido);
ahíta de todo, meta a la cual no habíamos llegado los latinos, todavía inmersos
en el mundo de los deseos de cachivaches que ya para ellos eran molestos. Estaban aburridos
de la abundancia, del consumismo sin sentido; fritos de la planificación anticipada de sus vidas, de la rigidez
de las normas que los querían convertir en robots de una sociedad
industrializada y “perfecta”, en donde el destino de cada individuo podía ser
planeado de la cuna a la tumba.
Yo
todavía deseaba un Corvette, un Pinto o un Mustang, ropa ostentosa y abundantes
zapatos, radio portátil, televisión, dinero en el banco; visitar buenos
restaurantes, caros relojes, motos y todos los tiliches que para esa época
constituían el sueño de cualquier latino.
Yo no podía “sentir” el hippismo, pero sí sentía a Lorna y, a
través de ella, llegué a informarme de todo, aunque ese “todo” no formara parte
de mi cultura tercermundista ni de mis
metas e ideales. Sin embargo, para no
desentonar con ella y sus amigos, me dejé crecer el pelo y la barba, y me
disfrazaba de hippie los fines de semana para pasar inadvertido entre
ellos. Pero a pesar de mi
superficialidad, algo llegué a captar en mi interior; el “peace and love” adquirió un significado que nunca había conocido
ni percibido en nadie, mucho menos en mis paisanos latinos.
A
través de Lorna, una brillante
discípula de Berkeley, me enteré de quiénes eran Allen Ginsberg, Jack Kerouac y
William Burroughs, personajes de los que nunca había oído hablar, pues no eran
parte de mi bagaje intelectual. Conocí
al periodista Michaell Fallon y supe quién era el novelista Ken Kesey, uno de
los íconos del hipismo, Neal Cassady, Ken Babbs, Paul Krasner… Y
cuando se dio la Epifanía del Amor en Woodstock, yo ya era un converso que
tuvo el placer de ver, oír, oler y “tocar” a los dioses musicales como Santana,
Janis Joplin, Joan Báez, Who, Jimi Hendrix y tantos otros. Viví toda la “locura” que tanta falta le hace
ahora a esa gente que se ha deshumanizado para hundirse en una dureza
espiritual que no ve más allá de lo material.
Por un parpadeo de tiempo, los hippies constituyeron una bocanada de
viento fresco que oxigenó a ese país angustiado por un materialismo
brutal. Mujeres como Lorna Keen engalanaron ese sueño de una
juventud “loca” que deseó para aquella doliente nación envuelta en la guerra de
Viet Nam, un remanso de “Peace and Love”. Pero lejos de ser valorado en todo su alcance,
este movimiento fue ridiculizado, desprestigiado y asociado con criminales y
otras formas de corrupción en las que nunca se metieron. Los acusaron de los delitos de sus mayores
para falsear las bases de una cruzada humanista que, por una década, estremeció
las bases del Imperio e hizo temblar a sus césares.
Luego
se desvanecieron en el olvido y se escondieron en la Historia; talvez
se resignaron ante el Poder, pero la
“locura” que inspiró su sueño, sigue
latiendo en el corazón de todos aquellos que vivimos la bella aventura de una
ilusión que siempre ha sido parte del Hombre. Yo no lo “viví” a plenitud ni
espiritualmente, pero estuve en el ojo del huracán y sentí su impacto; además, la
tolerancia, el afecto y, sobre todo, la solidaridad que formaba un broquel
protector sobre aquellas comunidades de Amor.
Pero lo más inolvidable de ese tiempo de “locura”, es el recuerdo de esa
hippie que marcó mi vida para siempre.
Gracias, Lorna, donde quiera
que estés. Sé que allí estarás feliz repartiendo y
compartiendo los recuerdos de una quimera que, por un instante histórico
sacudió al mundo, y en la que tú fuiste una de sus protagonistas de
corazón. Peace, Lorna.
Peace
and Love a todos.
RIS Correo:
rhizaguirre@gmail.com
Entrada
al blog “LA CHISPA” http://lachispa2010.blogspot.com/
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