martes, 16 de julio de 2013

587 Woodstock: la culminación de un sueño



587   LA CHISPA”             Un bonito cuento    
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
WOODSTOCK: LA CULMINACIÓN DE UN SUEÑO  
            Hace muchos años, cuando vivía en California, me sentí intrigado por las cosas que vi y viví del hippismo, “filosofía” que un tercermundista como yo no podía entender a cabalidad.  A pesar de ser todavía joven, no podía digerir la esencia del movimiento extraordinario que allí se generaba.  Sin embargo, me atraía profundamente, como una droga, como un imán; intuía que algo había detrás del aspecto superficial de los chicos que estaban involucrados en una de las revoluciones sociales más grandes que se han dado en la historia moderna.  Pero los adultos jamás entendieron el mensaje.  El establishment era demasiado poderoso y había castrado toda forma de pensamiento de vanguardia en los viejos; todo estaba diseñado como un modelo de consumo y era lo que “se debía seguir”, había que adaptarse.   Sin embargo, no faltaron los oportunistas que pretendieron convertirse en los ideólogos del hippismo, como Herbert Marcuse, pero lo hicieron desde una perspectiva intelectualista que los separó para siempre de la esencia de lo que planteaban los chamacos.     Yo me relacioné con los hippies, tangencialmente, porque tenía una amiga militante llamada Lorna Keen, quien me familiarizó con la filosofía que animaba sus ilusiones.  Confieso que al principio mi interés no pasaba más allá de Lorna; mi hippismo se limitaba a la cuestión del “amor libre”, pero pronto entendí que el concepto sobrepasaba la mecánica sexual, y que esta se reducía a nada si no era respaldada por el afecto y otros valores que yo desconocía en ese tiempo.  Por mi amistad con esa muchacha de ojos verdes, pelo alborotado y sonrisa espontánea, logré enterarme de los contornos de qué era lo que querían para su gente.  Eran pacifistas en una sociedad guerrera, y eso los ubicó en una incómoda posición… muy incómoda.  Propiciaban la tolerancia entre los seres humanos y la Naturaleza; el Amor irrestricto y una vida simple.  Tal ideario era una “locura” en una comunidad violenta, sofisticada, consumista, racista… El sueño estaba condenado a muerte.   
            Aunque esta oleada de pensamiento fue minimizada por el establishment, pronto se dieron cuenta de que la tenían que tomar muy en serio, sobre todo por la tenaz resistencia de los hippies  a la guerra de Viet Nam.  Así nació la más grande campaña de desprestigio en contra de un colectivo que sacudió las bases del sistema.  Por dicha no habían inventado lo del “terrorismo”, Al Qaeda ni Bin Ladden.  No quisieron entender la filosofía de “los locos” de San Francisco.  Aunque el alboroto había empezado con la generación Beat en Nueva York, su eclosión se produjo en Cisco, en el distrito de Haigh-Ashbury, entre los parques Golden Gate y Buena Vista como núcleo principal.  Ahí estaba el Vaticano Hippie, aunque nunca hubo Papa.  A pesar de mi juventud y apertura, no me fue fácil captar el alma de ese terremoto social porque este era una manifestación del primer mundo; era el regurgitar de una población harta (en todo sentido); ahíta de todo, meta a la cual no habíamos llegado los latinos, todavía inmersos en el mundo de los deseos de cachivaches que ya para ellos eran molestos.  Estaban aburridos de la abundancia, del consumismo sin sentido; fritos de la planificación anticipada de sus vidas, de la rigidez de las normas que los querían convertir en robots de una sociedad industrializada y “perfecta”, en donde el destino de cada individuo podía ser planeado de la cuna a la tumba. 
            Yo todavía deseaba un Corvette, un Pinto o un Mustang, ropa ostentosa y abundantes zapatos, radio portátil, televisión, dinero en el banco; visitar buenos restaurantes, caros relojes, motos y todos los tiliches que para esa época constituían el sueño de cualquier latino.  Yo no podía “sentir” el hippismo, pero sí sentía a Lorna y, a través de ella, llegué a informarme de todo, aunque ese “todo” no formara parte de mi cultura tercermundista  ni de mis metas e ideales.   Sin embargo, para no desentonar con ella y sus amigos, me dejé crecer el pelo y la barba, y me disfrazaba de hippie los fines de semana para pasar inadvertido entre ellos.  Pero a pesar de mi superficialidad, algo llegué a captar en mi interior; el “peace and love” adquirió un significado que nunca había conocido ni percibido en nadie, mucho menos en mis paisanos latinos.     
            A través de Lorna, una brillante discípula de Berkeley, me enteré de quiénes eran Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs, personajes de los que nunca había oído hablar, pues no eran parte de mi bagaje intelectual.  Conocí al periodista Michaell Fallon y supe quién era el novelista Ken Kesey, uno de los íconos del hipismo, Neal Cassady, Ken Babbs, Paul Krasner Y cuando se dio la Epifanía del Amor en Woodstock, yo ya era un converso que tuvo el placer de ver, oír, oler y “tocar” a los dioses musicales como Santana, Janis Joplin, Joan Báez, Who, Jimi Hendrix y tantos otros.  Viví toda la “locura” que tanta falta le hace ahora a esa gente que se ha deshumanizado para hundirse en una dureza espiritual que no ve más allá de lo material.  Por un parpadeo de tiempo, los hippies constituyeron una bocanada de viento fresco que oxigenó a ese país angustiado por un materialismo brutal.  Mujeres como Lorna Keen engalanaron ese sueño de una juventud “loca” que deseó para aquella doliente nación envuelta en la guerra de Viet Nam, un remanso de “Peace and Love”.  Pero lejos de ser valorado en todo su alcance, este movimiento fue ridiculizado, desprestigiado y asociado con criminales y otras formas de corrupción en las que nunca se metieron.   Los acusaron de los delitos de sus mayores para falsear las bases de una cruzada humanista que, por una década, estremeció las bases del Imperio e hizo temblar a sus césares. 
            Luego se desvanecieron en el olvido y se escondieron en la Historia; talvez se resignaron ante el Poder, pero la “locura”  que inspiró su sueño, sigue latiendo en el corazón de todos aquellos que vivimos la bella aventura de una ilusión que siempre ha sido parte del Hombre.  Yo no lo “viví” a plenitud ni espiritualmente, pero estuve en el ojo del huracán y sentí su impacto; además, la tolerancia, el afecto y, sobre todo, la solidaridad que formaba un broquel protector sobre aquellas comunidades de Amor.  Pero lo más inolvidable de ese tiempo de “locura”, es el recuerdo de esa hippie que marcó mi vida para siempre.  Gracias, Lorna, donde quiera que estés.   Sé que allí estarás feliz repartiendo y compartiendo los recuerdos de una quimera que, por un instante histórico sacudió al mundo, y en la que tú fuiste una de sus protagonistas de corazón.     Peace, Lorna.
            Peace and Love a todos.
                                    RIS              Correo:  rhizaguirre@gmail.com
Entrada al blog   “LA CHISPA”    http://lachispa2010.blogspot.com/ 





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