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“LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LOS ATEOS AUTÉNTICOS
Los creyentes que se autodenominan
ateos son de dos clases: los auténticos
y los resentidos. Caen en la primera
categoría aquellos individuos jóvenes o viejos que, después de meditar
arduamente, han llegado a la conclusión de que Dios no existe. Pero esta posición final debe ser producto
del análisis, el estudio profundo, la serenidad y el conocimiento de todos
aquellos elementos que conducen a las determinaciones trascendentales que ya
nunca estarán en tela de juicio. Ni ante
la desgracia o la proximidad de la muerte, pues hay ateos que ante una
calamidad, enfermedad o la inminencia de la muerte, renuncian a sus
convicciones y se arrodillan a pedir perdón y salud a un Dios al que habían
negado obstinadamente. Los auténticos ateos
son los que se mantienen inalterables en su posición, sin importar lo que les
pueda pasar o las circunstancias que deban afrontar. Si usted pertenece a esa clase, es digno no
solo de admiración sino de respeto, y no tiene que dar explicaciones de nada a
nadie, pues no se explica lo que no existe en la mente o corazón de cada
uno. O por lo menos, aquello de lo cual
no tenemos ninguna prueba válida con nuestra metodología de investigación. Si usted es honesto en sus convicciones, no
tiene por qué sentirse incómodo. Su
posición es tan natural como la del creyente en Dios. Estos incrédulos jamás hablan de Dios ni de
las pruebas de su existencia; ellos no pierden su tiempo tratando de demostrar
la no realidad de lo que no existe. No
discuten ni tratan de convencer a nadie con sus ideas, pues ellos saben que
este es un fenómeno muy personal, una posición final a la que no se puede inducir
a nadie mediante la dialéctica. Este tipo de personas no tiene sentido de
culpa por su ateísmo, lo cual es un síntoma de su honestidad. Tampoco se sienten engañados o burlados por
una deidad displicente que “les falló”
en un momento o situación puntual.
Existe otra categoría de ateos: los resentidos, los que no dejaron de creer
en Dios como parte de un proceso filosófico analítico, sino como una reacción
visceral. Es más, NO es que no crean en la Deidad, sino que la aborrecen; y al hacer
esto, están dándole vigencia en sus vidas, pues no debería odiarse aquello que no existe. Ni negar lo que “no existe”. Muchas de estas personas fueron “religiosas”,
incluso fanáticas que utilizan los argumentos más deleznables para “probar” que
Dios es solo un cuento de caminos. Una
fantasía propia para niños y gente ingenua.
Esta legión está formada por personas ilusas que, en algún momento, se
extralimitaron en sus peticiones al
cielo y no obtuvieron la respuesta deseada, el milagro que esperaban y al cual
se sentían con derecho, dada su condición de feligreses firmes, fieles a Dios,
creyentes en toda la liturgia; de los que daban la limosna e iban siempre a
misa o al culto protestante. Son los que consideran que Dios les falló,
que ellos merecían ese milagro que con tanta vehemencia suplicaron. Entonces brota la sensación de desamparo,
frustración, resentimiento que se convierte en odio y, finalmente, en
negación, incredulidad y ateísmo. Pero es un ateísmo vengativo, una forma
revanchista de conducta malsana. “¡Ajá!
Dejaste morir a mi hijo (marido, esposa, mamá, hermanos etc.) entonces
yo renuncio a ti, ya no eres mi dios y te maldigo porque me abandonaste cuando
te necesité”. “Dejaste que yo enfermara,
a pesar de lo bueno y creyente que soy.
Ya no eres mi dios”. Como el
caso de Salieri, el rival musical de Mozart.
Como sabemos, salvo que se haya
nacido en un hogar de ateos, la mayoría de los niños crecen siendo religiosos,
y eso suele ser una marca difícil de superar; un lastre o un baluarte que habrá
de acompañarnos toda la vida, y el cual no podemos sacudirnos por
completo. Algunas personas permanecen creyentes
todas sus vidas, otros cambian y se vuelven ateos. Para unos el cambio es algo natural que surge
del estudio y la meditación profunda; no es hepático o cardíaco sino el
resultado final de un proceso de reflexión.
Es indoloro, apacible, sereno y de plena aceptación. En cambio, los otros son producto de una
secuencia de hechos traumáticos que los lleva a la negación por
resentimiento. Suelen enojarse cuando
alguien les habla de sus opiniones religiosas; pierden los estribos y suelen
volverse irrespetuosos con fe la ajena.
Son inflexibles e intolerantes, ya que no les basta su ateísmo, sino que
quieren hacer ver como tontos a los que no comparten sus puntos de vista. Se esmeran en restregarle su ingenuidad y tontería a los que se
confiesan religiosos. En cambio, al ateo
auténtico le tiene sin cuidado aquello en lo que crean los demás, y no pierde
su tiempo tratando de dar explicaciones mediante las cuales se “demuestra” la
inexistencia de Dios.
Como se dijo en “La Chispa” anterior, ser creyente es
solo una convicción, una vivencia personal que es imposible transmitir a los
demás de manera absoluta y con certeza total.
Yo creo que Dios existe, yo creo
que Dios NO existe. Ambas
proposiciones no son más que tesis personales, estados anímicos en relación con
una idea. Ambas completamente aceptables,
y sus sustentadores, dignos de respeto. Ser ateo NO
me da derecho a pensar que los demás son idiotas que defienden estupideces. Tampoco el ser creyente me autoriza para
juzgar mal a los que no piensan lo mismo que yo. Así, pues, que en ambas categorías tenemos
gente con criterios amplios y moderados, lo mismo que los de mentalidad
estrecha, de talibanes. Y eso no solo se
da en posiciones extremas, sino en grupos afines, como católicos y
protestantes; y entre las diversas sectas del protestantismo, o las corrientes
del catolicismo.
También entre los ateos existe una
tercera modalidad bastante numerosa: los esnobistas,
aquellos que les gusta llamar la atención y hacer gala escandalosa de su
condición, como la ostentación de su fe que hacen muchos fanáticos capaces de
matar a nombre de su credo. A ese tipo
de ateos les encanta escandalizar a
los demás con su lenguaje irreverente y muchas veces vulgar. Estos, junto con los fieles de semana santa, suelen ser una plaga engorrosa, pues sus
convicciones no están fundamentadas en el estudio ni en una fe probada. Estos son los que, en cualquier momento
cambian de posición; al menor susto retornan al “rebaño” y piden perdón a Dios, a la Virgen y al Espíritu Santo; y a
la menor decepción, se hacen incrédulos de nuevo.
Pero como se dijo en otras “Chispas”, el concepto de ateo es
relativo y debemos aclararlo para entendernos.
Según el DRAE significa “sin dios”.
Pero aquí es necesaria otra aclaración: ¿a qué dios se refiere el
diccionario? ¿A Jehová (Yavé), el dios
bíblico. O a Alá, el velado dios del
Islam? Si es a cualquiera de estas
deidades, el ateísmo no solo estaría justificado sino que sería
obligatorio. Y es por eso que, para
hacer la declaración de ateísmo, es necesario aclarar cuál dios es el que
provoca nuestra negación. Se puede ser
ateo en relación con Osiris, Anu, Zeus, Baal, Amón, Yavé y cien dioses más de
la antigüedad. De dioses que el hombre
ha inventado a su imagen y semejanza, nada más que con más poderes y capacidad
de destrucción y muerte. Dioses efímeros,
nacionales y con pueblos elegidos; enemigos mortales de de todos los hombres
que no pertenezcan a “su pueblo”. Es
claro que tales deidades son inaceptables para cualquier hombre ilustrado que
domine los elementos de la lógica o el sentido común. Un dios que produjo un
diluvio universal y ordena el
exterminio de pueblos enteros NO PUEDE
SER DIOS. Un dios que aniquila a todos los primogénitos de una nación, NO PUEDE SER DIOS. Un dios que ordena asesinar a miles de
mujeres solo porque no son vírgenes, NO
PUEDE SER DIOS. Un dios que espía los coitos de una pareja para constatar
que el hombre “se riega en la tierra”
y no dentro de la mujer, NO PUEDE SER
DIOS. Por desgracia, son estos
dioses de manufactura humana lo que han conducido a millones de buenas personas
a declararse incrédulos. Y con
razón.
Sin embargo, es probable que en otra
dimensión más profunda o elevada, los ateos legítimos NO LO SEAN, porque cualquier hombre inteligente sabe que existe el ORDEN. Y que este no puede ser producto
de la casualidad sino que obedece a un programa y no a resultados
aleatorios. Y detrás de todas las leyes
de la Naturaleza podemos percibir un orden, una mano que no es la simple
casualidad o los caprichos de deidades producto de mentes estrechas. El Universo entero es el testigo más
elocuente de ese Poder al que bien podemos llamar Dios, el Absoluto, el
Infinito, la Seidad, el Incondicionado y sin atributos, la Eterna Deidad por
siempre oculta y fuera de la capacidad de comprensión del hombre. Sin relación alguna con el Cosmos “creado” y,
sin embargo, omnipresente en toda la inmensidad del infinito universo. Ese Dios sí vale la pena ser considerado. El hombre analítico sabe que ese dios a manera
de papá o abuelito no puede existir. Un
dios milagrero y personal solo puede ser producto de colegios religiosos con un
propósito egoísta y de dominación. Ante
esa clase de dioses, ser ateo es una
obligación. ¿Qué creen ustedes?
Fraternalmente
RIS
Entrada al blog “LA
CHISPA” http://lachispa2010.blogspot.com/
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