404 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
LA
RUTINA DE
LAS “AGENDITAS”
Como hace años entré en los
penumbrados terrenos del alzhaimer, opté por las agendas, agenditas y hojitas
de papel en donde apuntaba todo lo que tenía que hacer. Y así, sin darme cuenta, me sometí a una de
las rutinas más esclavizantes con las que las personas “civilizadas” solemos
torturarnos voluntariamente.
Comprar café.
Pasar donde Fischell: champú
y pesarme. Tomarme la presión. Palillos para las orejas.
Comprar la carne de los
perros. ½ kilo de corvina.
Pasar por el correo. Maíz para las palomas
Comprar el álbum
Pilitas para el reloj de la
sala
Preguntar por la línea de
teléfono
Pagar teléfono y luz.
Lotería
Cualquier otra vara.
En todas las salidas, como una
religión, confeccionaba un papelito “recordatorio” de todas las cosas que tenía
que hacer. Y a medida que los hacía, los
fui perfeccionando cronológicamente, por materias, sitios, distancias, horarios
y mil detalles más. Se puede decir que
llegué a lo máximo en la confección de “agenditas” para el diario; alcancé la maestría
del detallismo. Mis agenditas eran el
súmmum de la perfección. Si tenía que
comprar algo de la farmacia, tomaba el bus de barrio La Cruz y me bajaba en la
esquina de Fischell; compraba mi Delga C, me pesaba y cruzaba la calle hacia el
Correo, adquiría la lotería en la esquina y me dirigía a la Universal en busca del álbum; luego, por la calle
primera hasta las oficinas del ICE. Finalmente,
al Mercado Central en busca de lo que fuera.
Mis salidas y recorridos estaban mejor planeados que la invasión de
Irak, o los cálculos de la Bolsa
de Valores de Nueva York. Ningún detalle
quedaba al azar; incluso tenía los formularios A-5, con alternativas para aquellas ocasiones en donde me fallara
alguno de los puntos de mi periplo.
Rommel planeando la batalla del Alamein era cualquier inexperto a la par
mía confeccionando “agenditas”.
Si tenía que ir a alguna gestión en
oficinas del gobierno, era otro tipo de agenda, las número A-7, aquellas capaces de enfrentar todo tipo de inconvenientes
tales como la “caída del sistema”, las huelgas, los horarios imprevistos y todo
lo demás. Todo era perfecto… en
teoría. El problema es que muchas veces
hacía todo el recorrido de memoria, improvisando; y no me acordaba del bendito
papel recordatorio. Pero la corona de
este asunto en el que me enfrasqué por años, es que la mayor parte de las
veces, después de pasar largos minutos redactando cuidadosamente el orden del
recorrido, los tiempos, los imprevistos y todo lo demás, se me olvidaba el
desgraciado papelito en la cubierta del escritorio. Entonces el sufrimiento y mi cólera llegaban
al paroxismo, sobre todo cuando ya estaba montado en el autobús y no podía
devolverme. Solo me quedaba un consuelo:
que mi agenda era un cartoncito de cinco
centavos y no una Palm de
cientos de dólares. Y que si se me
perdía, el único inconveniente era el viaje semi fallido. Pero
como en la vida todo tiene su lado amable, aprendí a no desperdiciar mis
salidas en falso, y en lugar de rezongar, decidí utilizarlas como paseos. Hacía aquello que la memoria me permitía, y
el resto del tiempo lo dedicaba a pasear con tranquilidad, viendo a tanto
chiflado como yo, corriendo como hormigas locas en busca de quién sabe
qué. Me aficioné a los granizados con
dos leches de La Gran Vía, y me
instalaba en la Plaza
de la Cultura
a disfrutar de mi helado, y de la angustia de los desaforados con caras de
locos que corren y corren, mientras la
vida se les va sin gozarla. De esos
millones de personas que forman la legión de “los que nunca tienen tiempo para
vivir”. Solo para matarse.
Entonces decidí salirme y abandonar
las agenditas. Si me acuerdo, bien… y si
no, que se vaya todo a la porra. Es muy
poco el tiempo que me queda para desperdiciarlo en babosadas
disciplinarias. Ahora solo tengo una
agenda pegada cerca de la puerta de salida de mi casa, con una sola nota que no
debo olvidar porque su omisión me ha hecho pasar muchas vergüenzas, o al menos,
cierta incomodidad… cuando me doy cuenta.
AGENDA: Tema único.
JARETA (bragueta)
Y asunto curioso, desde que dejé
de usar las “agenditas”, he notado que mi concentración ha mejorado, me acuerdo
mejor de las cosas y el papelito ha dejado de ser mi “cerebro”. Ahora hago las listas mentalmente, las visualizo
como si estuvieran escritas pero sin tratar de memorizarlas; solo las
“encadeno” de manera que una me recuerde la otra. No puedo pasarles “el santo” porque no sé cómo funciona en mí. Así que supongo que es un asunto personal que
cada uno tiene que descubrir por su cuenta.
Es un bello reto, una gimnasia de LIBERTAD
que bien vale la pena intentar. No se
conviertan en esclavos de una rutina idiota que a nada conduce, o peor aún, que
lo convenzan de que tiene que gastar cientos de miles de colones es aparatos
que, en lugar de ayudarlos, colaboran en la atrofia de las facultades mentales. No permitan que un tiliche japonés con pantalla
TFT y diez Gb de memoria reemplace a su cerebro. Y que si por desgracia lo pierde o se le
olvida, lo deja con la más profunda sensación de inutilidad. Como me sentía yo cuando olvidaba mis
“agenditas”. Sea libre, utilice su
cerebro. TODAVÍA NO EXISTE MEJOR
HERRAMIENTA. No permita que los
comerciantes se lo sustituyan por una Palm.
Agendalmente
Ricardo Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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