martes, 19 de marzo de 2013

404 La rutina de las "agenditas"



404   LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA RUTINA DE LAS “AGENDITAS”

            Como hace años entré en los penumbrados terrenos del alzhaimer, opté por las agendas, agenditas y hojitas de papel en donde apuntaba todo lo que tenía que hacer.  Y así, sin darme cuenta, me sometí a una de las rutinas más esclavizantes con las que las personas “civilizadas” solemos torturarnos voluntariamente. 
Comprar café.
Pasar donde Fischell: champú y pesarme.  Tomarme la presión.  Palillos para las orejas.
Comprar la carne de los perros.  ½ kilo de corvina.
Pasar por el correo.  Maíz para las palomas
Comprar el álbum
Pilitas para el reloj de la sala
Preguntar por la línea de teléfono
Pagar teléfono y luz.
Lotería
Cualquier otra vara.
            En todas las salidas, como una religión, confeccionaba un papelito “recordatorio” de todas las cosas que tenía que hacer.  Y a medida que los hacía, los fui perfeccionando cronológicamente, por materias, sitios, distancias, horarios y mil detalles más.  Se puede decir que llegué a lo máximo en la confección de “agenditas” para el diario; alcancé la maestría del detallismo.  Mis agenditas eran el súmmum de la perfección.  Si tenía que comprar algo de la farmacia, tomaba el bus de barrio La Cruz y me bajaba en la esquina de Fischell; compraba mi Delga C, me pesaba y cruzaba la calle hacia el Correo, adquiría la lotería en la esquina y me dirigía  a la Universal en busca del álbum; luego, por la calle primera hasta las oficinas del ICE.  Finalmente, al Mercado Central en busca de lo que fuera.  Mis salidas y recorridos estaban mejor planeados que la invasión de Irak, o los cálculos de la Bolsa de Valores de Nueva York.  Ningún detalle quedaba al azar; incluso tenía los formularios A-5, con alternativas para aquellas ocasiones en donde me fallara alguno de los puntos de mi periplo.  Rommel planeando la batalla del Alamein era cualquier inexperto a la par mía confeccionando “agenditas”.
            Si tenía que ir a alguna gestión en oficinas del gobierno, era otro tipo de agenda, las número A-7, aquellas capaces de enfrentar todo tipo de inconvenientes tales como la “caída del sistema”, las huelgas, los horarios imprevistos y todo lo demás.  Todo era perfecto… en teoría.  El problema es que muchas veces hacía todo el recorrido de memoria, improvisando; y no me acordaba del bendito papel recordatorio.  Pero la corona de este asunto en el que me enfrasqué por años, es que la mayor parte de las veces, después de pasar largos minutos redactando cuidadosamente el orden del recorrido, los tiempos, los imprevistos y todo lo demás, se me olvidaba el desgraciado papelito en la cubierta del escritorio.  Entonces el sufrimiento y mi cólera llegaban al paroxismo, sobre todo cuando ya estaba montado en el autobús y no podía devolverme.  Solo me quedaba un consuelo: que mi agenda era un cartoncito de cinco centavos y no una Palm de cientos de dólares.  Y que si se me perdía, el único inconveniente era el viaje semi fallido.   Pero como en la vida todo tiene su lado amable, aprendí a no desperdiciar mis salidas en falso, y en lugar de rezongar, decidí utilizarlas como paseos.  Hacía aquello que la memoria me permitía, y el resto del tiempo lo dedicaba a pasear con tranquilidad, viendo a tanto chiflado como yo, corriendo como hormigas locas en busca de quién sabe qué.  Me aficioné a los granizados con dos leches de La Gran Vía, y me instalaba en la Plaza de la Cultura a disfrutar de mi helado, y de la angustia de los desaforados con caras de locos que corren y corren, mientras la vida se les va sin gozarla.  De esos millones de personas que forman la legión de “los que nunca tienen tiempo para vivir”.  Solo para matarse.  
            Entonces decidí salirme y abandonar las agenditas.  Si me acuerdo, bien… y si no, que se vaya todo a la porra.  Es muy poco el tiempo que me queda para desperdiciarlo en babosadas disciplinarias.  Ahora solo tengo una agenda pegada cerca de la puerta de salida de mi casa, con una sola nota que no debo olvidar porque su omisión me ha hecho pasar muchas vergüenzas, o al menos, cierta incomodidad… cuando me doy cuenta. 
AGENDA: Tema único.
JARETA     (bragueta)
            Y asunto curioso, desde que dejé de usar las “agenditas”, he notado que mi concentración ha mejorado, me acuerdo mejor de las cosas y el papelito ha dejado de ser mi “cerebro”.   Ahora hago las listas mentalmente, las visualizo como si estuvieran escritas pero sin tratar de memorizarlas; solo las “encadeno” de manera que una me recuerde la otra.  No puedo pasarles “el santo” porque no sé cómo funciona en mí.  Así que supongo que es un asunto personal que cada uno tiene que descubrir por su cuenta.  Es un bello reto, una gimnasia de LIBERTAD que bien vale la pena intentar.  No se conviertan en esclavos de una rutina idiota que a nada conduce, o peor aún, que lo convenzan de que tiene que gastar cientos de miles de colones es aparatos que, en lugar de ayudarlos, colaboran en la atrofia de las facultades mentales.  No permitan que un tiliche japonés con pantalla TFT y diez Gb de memoria reemplace a su cerebro.  Y que si por desgracia lo pierde o se le olvida, lo deja con la más profunda sensación de inutilidad.  Como me sentía yo cuando olvidaba mis “agenditas”.  Sea libre, utilice su cerebro.  TODAVÍA NO EXISTE MEJOR HERRAMIENTA.  No permita que los comerciantes se lo sustituyan por una Palm.
            Agendalmente
                                      Ricardo Izaguirre S.       E-mail:      rhizaguirre@gmail.com                               

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