201 “LA
CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.
¿QUE DE QUÉ ME
ARREPIENTO?
Esta no es solo una reflexión del
que escribe esta “Chispa”, sino que
debería ser una obligación de todo ser humano que tenga un poco de conciencia y
que piense que somos algo más que simples animales. Cuando pensamos que somos algo así como una
nave que inició el viaje el día que nacimos, estamos forzados a cuestionar todo
lo que hicimos en nuestro periplo, y de qué manera el oleaje de nuestra
embarcación afectó a aquellos que tuvieron la dicha o la desgracia de
atravesarse en nuestra ruta, o de navegar en paralelo con nosotros. Pero sobre todo, tenemos el deber de pensar
en aquellas pequeñas navecillas que tuvieron el infortunio de ser atropelladas
por nosotros. Maltratadas por nuestra
indiferencia, olvido, grosería, infidelidad, violencia o, lo que es más
lamentable todavía, la falta de Amor.
Pero esta reflexión se debe hacer a
menudo; o por lo menos a la mitad de nuestras existencias, no importa cuánto
duren estas. Hacerla al final de la
vida, cuando ya no tiene caso, solo sirve para llenarse de amargura ante lo que
pudo ser o pudimos hacer y lo dejamos pasar sin tomar partido o comprometernos
afectivamente. Es terrible que en el
balance final, nuestras cuentas sean deficitarias en nuestras relaciones con
los demás, en especial, con aquellos que nos quisieron o pudieron habernos
estimado. Es triste no haber amado a mi
suegra con la intensidad que merecía esa alma tan dulce y noble que no parecía
un ser humano sino un ángel. Un ángel
que pasó fugazmente por mi vida, y a quien no supe valorar por falta de
atención. O a aquel amiguito a quien vi
morir a los veinte años, sin haberle dicho cuánto lo admiraba.
En el caso mío, bien podría decir
que no me arrepiento de nada; he tenido una larga y buena vida, he gozado de
una salud estupenda, tengo buenos hijos y nietos encantadores; incluso
bisnietos dignos de ser amados con intensidad.
No tengo plata, pero he recibido otros bienes de los que muchos carecen,
y que sirven para entrar en la gloria e incluso en la historia. Esta no es arrogancia ni me refiero a la Gloria del Cielo ni a la Historia, sino a esa
humilde morada del descanso final, y a la fugaz historia que dura tanto como
los recuerdos de mis hijos y los que me han querido a pesar de lo que soy. Sí, bien podría decir que no me arrepiento
de nada; he vivido mucho, he conocido
gran parte del mundo y he hecho lo que me ha dado la gana. Nunca me he visto obligado ni he tenido que
arrastrarme ante nadie por ninguna razón.
Me he sentido en la cumbre y en el fondo, pero jamás me he permitido el
desperdicio emocional de odiar a alguien por algún motivo. Tampoco he tolerado que nadie me convierta en
su vasallo; y nunca he visto en ningún hombre, nada que no sea un hombre, sin
importarme su apellido, prosapia o hazañas que le atribuyan. No he sido mezquino para reconocer la valía
de mis semejantes, sin importar que me caigan mal o lo que otros digan de
ellos. He amado en forma imprudente e
irreflexiva a mis amigos, sin tener en consideración si lo merecían o no. También he gozado de ese afecto irrestricto
de parte de ellos. Conocí estupendas y
dulces mujeres que me amaron buenamente sin que yo, hasta el momento, haya
podido entender el porqué.
Claro que podría decir que no me
arrepiento de nada, y talvez otros podrían creerme, pero es obvio que eso no es
cierto. ¡Claro que me arrepiento de
muchas cosas! Me pesa no haber hablado
lo suficiente con mi madre y no haberle dicho cuánto la amaba y cuánto
respetaba su carácter y talento; me duele mucho no haberle dedicado más tiempo
a mis hijos, haberlos “vivido” intensamente cuando eran niños, pues en un
descuido y parpadeo del tiempo, se me hicieron grandes y ya no los pude
“chinear”, llevar de la mano o enjugarles las lágrimas cuando fue
necesario. Me arrepiento de haber
sentido cierta vergüenza de amar sin tapujos a la mujer de mi vida y, lo peor,
de no habérselo dicho nunca por haberlo considerado innecesario. Me apena haber dado por un hecho que los
otros entendían aquellos sentimientos y emociones que nunca transformé en
palabras. Me arrepiento de haber sido
tan tacaño con estas, de manera que nunca prodigué a los que he amado, una
cascada interminable de elogios y parabienes; de no haberles dicho todos los días, a cada hora, cuánto los he amado. Me
arrepiento de no haber estado “allí” cuando fui necesario, porque di por un
hecho que los demás sabían que yo los
apoyaba. Me duele haber dejado en el
arcano del silencio, todas las palabras melosas que pudieron enriquecer y
endulzar la vida de los míos, solo porque juzgué que era cursilería propia de mujeres. Me pesa no haberle dicho a mi mujer, cada
día, qué linda es y cuanto la amo, porque siempre pensé que la época del
romanticismo había quedado atrás en el tiempo.
O que ya estábamos viejos para eso.
Lamento mucho no haberles dicho a
mis hijos cuánto los amo y qué tan orgulloso estoy de ellos, pues siempre di
por descontado que lo sabían, pero nunca lo oyeron de mi boca. Me pesan mucho todos esos silencios
lapidarios que puse donde era necesario el calor y la ternura de las palabras
amables. Y ese silencio siempre duele,
pues todos los seres deseamos “saber” a diario que somos amados. Necesitamos ese refuerzo que, aunque parezca
tontería, es una poderosa alcayata moral donde nos apoyamos en el día a
día. Me arrepiento de la indiferencia
que simulé siempre ante las cosas menudas y cotidianas que forman la esencia de
la vida familiar. Me duele mucho la
aspereza con la que cubrí mi alma y con la que espanté de mi lado a aquellos
que amaba y que tanto pudieron quererme.
Me molesta la indiferencia de la que siempre hice alarde, simulando que
poco me importaban las cositas rutinarias que hacen la alegría de los niños,
las mujeres y la gente sencilla y buena que no vive en mundos ficticios e
idiotas como el mío. Me duele tanto
haber sido tan necio e insensible.
Cómo me pesa haber sido tan “serio”
con mis alumnos y no haberles permitido que se acercaran más a mí, de tal
suerte que sintieran que detrás del estirado profesor, había un ser humano con
alma y sensibilidad. Un hombre que podía
comprenderlos y que era capaz de vibrar al ritmo de sus miedos, alegrías y
angustias. Cómo me duele que tantos de
ellos hayan sido seres invisibles para mí, a los que solo logré percibir en un
sentido abstracto a través de un cuaderno de notas. Y todos se me hicieron hombres y mujeres,
padres e incluso abuelos, sin que yo me hubiera dado la oportunidad de
disfrutar de su compañía y de las tantas cosas alegres, auténticas y bellas que
tienen los jóvenes. A veces me digo que
hice lo mejor, que traté de ser el mejor profesor del mundo, pero sé que no es
así. Jamás puse el ingrediente principal
que hace que la vida y las relaciones entre los seres humanos tengan el
carácter que les da perennidad: el amor. Sé que fui duro y un tanto seco, y eso limitó
el fruto que pudieron dar aquellos niños que estuvieron confiados a mi
dirección.
Pero de nada me arrepiento tanto,
como del hecho de haberles negado mi afecto y atención a algunos niños
allegados que, ahora hombres, ya no necesitan
nada de mí. En forma intencional me
negué la oportunidad de haberles hecho el mejor obsequio que todos podemos
brindar sin limitación alguna: cariño. Con eso talvez dejé una carencia
intrascendente en sus vidas; pero en la mía, se hizo un vacío absoluto,
tenebroso e irreparable. Fui tacaño con una riqueza que es infinita en
el reservorio del Universo. Fui mezquino
con un recurso ilimitado del cual podemos disponer a placer. Les negué una migajita de algo que nada me
costaba, y que hubiera enriquecido sus vidas pero, principalmente, la mía.
A todos ellos y ellas les pido
perdón, aunque nunca se den cuenta y ya nada les importe. A lo mejor ni me recuerdan, lo que sería mil
veces preferible. Lamento mucho no haber
sido mejor hijo, padre, amigo, hermano, marido o amante. Me arrepiento de haber entregado nada a
cambio de lo mucho que recibí. Sé que ya
es tarde para lamentaciones de mi parte, y es por eso que escribí esta “Chispa”. Un poco para desahogarme pero,
fundamentalmente, para que otros que están a tiempo, puedan meditar y corregir
el rumbo de una vida estéril. Porque
esta sin amor, servicio y entrega, no vale ni la cáscara de un maní, por mucho
oropel que la adorne.
Si le gustó esta “Chispa”, hágala circular, talvez pueda
servirle a algunos de los que todavía tienen la posibilidad de hacer entrega a
sus semejantes, de la joya más valiosa que podemos obsequiarles: el interés
honesto por los asuntos de sus vidas pero, sobre todo, de ese tesoro inagotable
del que todos podemos disponer a discreción y sin límite alguno: el Amor.
Fraternalmente
Ricardo
Izaguirre S.
E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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