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“LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del
Poder”
MI AMIGO “CHIQUITÍN”

Para ese entonces se llamaba “Randy” y trabajaba en dos sitios.
Durante el día era guardián del taller mecánico “Mello”; y por las noches, laboraba en la Seguridad del barrio. Era
asistente del guarda que cuidaba nuestra calle, y ahí palmaba toda la noche, persiguiendo y amenazando a todos los tipos
de mala facha que pasaban por mi calle, y la “suya”. Pero antes de esto, yo había conocido a otro
amiguito callejero al que un vecino, ya fallecido, bautizó con el nombre de “Pucho”.
Este nos había adoptado y se mantenía al pie de las escaleras de mi casa,
de día y de noche; hasta que un día le abrimos la puerta y se quedó para siempre.
Claro que tuvo que hacer un juramento solemne de respeto y servilismo
absoluto ante la reina de la casa: “Renatita”. Y después de que esta aceptó su presencia,
“Puchini” pasó a formar parte de la familia.
Así estaba el decorado cuando hizo su aparición “Chiquitín”. Y aunque no sé
cómo ni cuándo, hizo una amistad entrañable con el callejero de casa. Algo así como la que surge entre los
desheredados de la vida, entre los compañeros de infortunio. Supongo que Pucho le dijo que no fuera tonto,
que ese trabajo era muy peligroso y que, encima, ni siquiera le daban de comer. “Aquí
tendrás casa, comida y cuidado; además, los rocos
de aquí son querendones de perros; si no que te lo diga la gorda esa a la que
llaman Renata”. “Solo tenés que mantenerte
a buena distancia de ella y respetar su antigüedad de residente; creo que ella
nació aquí y el patrón la ama por sobre todas las cosas. Esa es la clave, pasale la brocha”.
Así que de repente, empezó a dormir
buena parte de la mañana en la parte alta de la escalera de mi casa, al abrigo
de cualquier peligro y bajo el tolerante cuidado de Pucho, un perro en cuya
confección utilizaron como único material el amor más puro que se pueda
imaginar. Y aunque las primeras noches
se desesperaba por salir, no tardó en entender la mecánica del sistema de su
nuevo hogar y se fue adaptando a la condición de semi-prisionero. Sacrificó parte de su vida libérrima a
cambio de un techo y comida seguros; además, del cariño y cuidados que ha
recibido. Dejó algunos de sus hábitos de
malandrín callejero y se fue convirtiendo en un perrito faldero de lo más
chineado; yo diría que en un aprovechado del afecto que la señora de la casa
desarrolló por él. Y aunque la razón me
señala el límite “normal” de la inteligencia de los perros, las acciones de
este animalito me insinúan un misterio que no deja de fascinarme. Si les contara las cosas que hace, dirían que
es mentira y que solo se trata de una exageración propia de los amos con sus
mascotas queridas. Pero no es así; este
otro angelito que llegó a mi casa, me ha enseñado una nueva perspectiva de la
vida de la cual yo no tenía idea alguna.
Y prefiero guardarla en secreto porque es un obsequio personal que cada
uno tiene la obligación de descubrir por su cuenta, a través del amor. .. o del
dolor. No hay otro camino.
¿Y por qué les cuento sobre “Chiquitín”? Porque acaba de
morir “Piscis”, una encantadora
perrita que su dueña dejó perdida junto a su hermana “Tita” en una casa de Santa Bárbara de Heredia. Allí llegaron al estado de caquexia por
culpa del abandono en el cual vivían.
Para Tita la ayuda llegó tarde, pero Piscis la sobrevivió tres años en
mi casa; ya era una ancianita de 136
años de perro. Pero hasta un mes
antes de su muerte, conservó su aire juvenil y alegre; y aunque los machos de
la familia (Pucho y Chiquitín) no la tomaban en cuenta para nada, ella se
sentía feliz al lado de ellos, aunque no la sumaran ni la restaran; era parte
de la manada hogareña y los quería como
solo los perros saben hacerlo. Por
eso les hablo acerca de “Chiqui”, porque quiero compartir con ustedes una de
las experiencias más valiosas que he disfrutado en mi vida: servir sin interés alguno. Yo no
tenía idea alguna de lo que se siente al SERVIR. No ha comerciar con el servicio sino a SERVIR.
Y eso se lo debo a mi manada de
perritos. He gozado al departir con una
larga familia perruna de la cual he aprendido tantas cosas que jamás he visto
en los humanos. Por eso estoy satisfecho
y quisiera que muchos se embarcaran en esta aventura que no cuesta mucho, pero
que enriquecerá sus vidas. Sé que muchos
conocen estas sensaciones; pero también sé que hay otras personas que los
consideran una molestia que deben evitar.
¡No saben cuánto se pierden! A estos últimos les recuerdo que hay muchos “Chiquitines” por las calles, buscando a
un afortunado que quiera hacerse merecedor de todas las bendiciones del
cielo. Solo tienen que adoptarlos y
jamás se arrepentirán. No se fijen en su aspecto externo, pues este solo es
una prueba que las personas vanidosas y superficiales NO PUEDEN superar y, por eso no obtienen el premio del amor.
Quiero que sepan que Chiquitín EXISTE, lo mismo que Pucho y una legión interminable de estas
criaturitas que son un manantial infinito de Amor, dispuestos a darnos toda su
atención y cariño; a convertirnos en el centro de sus vidas; a querernos a
pesar de lo que somos. ¿Quién nos puede hacer una mejor oferta? ¡Nadie!
Ni siquiera los más querendones de nuestras familias. ¡Y gratis!
Perrescamente
Ricardo
Izaguirre S.
E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Que
pasen un feliz domingo en compañía de sus seres queridos, incluidos sus
perritos.