martes, 24 de julio de 2012

983 Algo más sobre las dietas y la gordura


983   “LA CHISPA                (6 julio 2012)                                                                             

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

ALGO MÁS SOBRE LAS DIETAS Y LA GORDURA
         Hay cientos, millares de dietas que se consiguen en todas partes; todas garantizadas, todas seguras, todas sanas, todas probadas en innumerables estudios de diversas universidades, hospitales y clínicas de todo el mundo.  Pero la plaga de la gordura sigue en aumento y, al parecer, casi nadie logra revertir este funesto proceso que nos sume en innumerables sufrimientos.  La mayor parte de las dietas son gratis, se consiguen en revistas, diarios y en la televisión.  También existen las “pagadas”, que se respaldan con la revisión periódica que hace algún dietista o médico acerca de cómo va la dieta y el paciente.  Pero cualquiera que sea la categoría de estas, los éxitos que se obtienen son mínimos y de duración fugaz.  Los gorditos y gorditas casi siempre se vuelven a engordar, lo cual es causa de una horrorosa sensación de fracaso e impotencia.  Pero lo peor de esto es que todos sabemos las consecuencias malignas de la gordura; conocemos cuáles son los alimentos que la propician, también estamos enterados de cuáles son los hábitos que nos llevan a ella.  Es decir, NO HAY MISTERIO alguno en las causas de este azote.  Estamos o somos gordos porque comemos comida inadecuada y más de la cuenta.   Pero la cosa no es tan simple, y no se trata de decir que a partir de hoy comeré menos y un cuento acabado: figura de sílfide.  El pecado capital de la gula es terrible y poderoso; obnubila nuestra razón y nos convierte en sus dóciles y alegres víctimas.
            Muchos son los factores que inciden en el progreso alarmante de este mal que tiene varios tributarios que se deben considerar.  La obesidad es un mal social de enorme dimensión, y en la batalla contra ella, todos debemos involucrarnos en la búsqueda de soluciones.   En primera línea la familia, pues esta es el agente que, por su falta de información y cuidado, da rienda suelta a aquellos factores que sientan las bases de la obesidad entre los niños.   Pero como esto no solo es un grave problema familiar sino social y nacional, el Estado tiene la obligación de fijar, controlar y asegurarse de que se apliquen ciertas medidas  destinadas a la regulación de la industria alimentaria y la calidad de los productos que esta pone a la disposición del público, especialmente de los niños: la llamada “comida chatarra”.  El gobierno no debe eludir esa responsabilidad alegando cuestiones mercantiles como la libre empresa y otras tonterías.  Una sociedad obesa es una sociedad enferma; y mucha de la culpa de esta dolencia, está determinada por la ingesta de “alimentos” artificiales que, además no ser nutritivos, contribuyen de diversas maneras a procesos anormales de asimilación de sustancias nocivas que pueden predisponer a la gordura.  Entonces, el Estado no puede ni debe “lavarse las manos” y decir que eso es cuestión de gustos.  El ministerio de salud debe velar por la calidad de la oferta alimentaria de la industria, ya que cada persona obesa es candidata a muchos problemas de salud que cuestan enormes sumas de dinero al erario.  Dinero de todos.    Una sociedad con problemas de obesidad, se puede decir que es parcialmente inválida,  dependiendo de la severidad y porcentaje de este mal.  La familia tiene la obligación de informarse y de la elección de los buenos alimentos para sus niños, sin dejarse llevar por la comodidad que ofrece la comida chatarra: un cartón de “jugo” y dos bolsas de meneítos resultan muy fáciles de poner en la lonchera, pero esa basura no solo no es alimento, sino que constituye la causa de la obesidad y otras deficiencias nutritivas que tanto afectan a los niños.   La gordura trae aparejada una serie de males como los del corazón, óseos, cerebrales, respiratorios, diabetes, movilidad limitada etc. etc.   Y eso impica, desde la perspectiva social, tremendos gastos para la atención médica de estas personas a las que no se les puede dejar por fuera.
            La familia puede hacer mucho, educando a sus hijos sobre la conveniencia o no de ciertos alimentos; pero es el Estado el que tiene los elementos jurídicos y la información médica oficial para limitar la oferta de todas esas porquerías que fabrica la industria alimentaria y que, en contubernio con la publicidad, las promocionan como si se tratara de alimentos de calidad y de verdad.  Todos los días nuestros ciudadanos son envenenados lentamente por una cantidad de productos artificiales que nada tienen de alimenticios, aunque eso sí, son bien “saborizados”, “coloreados”, “endulzados” y “preservados” por infinidad de sustancias sospechosas, cuando no malignas.   Pero si esto es del conocimiento general de la población y del Estado, ¿por qué se continúa la venta de esa comida chatarra que tanto contribuye a la obesidad?  INTERESES ECONÓMICOS.  Al Estado le importa más los impuestos que paga la industria alimentaria que la salud de los ciudadanos.  Y con el cuento de la libertad de empresa o la democracia comercial, se permite este crimen de lesa humanidad que esas empresas perpetúan impunemente en contra de nuestras sociedades.   Y a nadie parece importarle un chayote.  ¿Cómo es posible que una madre les ponga a sus hijos en la mochila escolar dos bolsas plásticas de algo elaborado con residuos de petróleo y una lata o cartón de algún jugo químico lleno de sustancias malsanas pero bien “saborizado”?   ¿La comodidad y practicidad?  ¿Y qué hay de la salud?   Las madres deben saber que esa chatarra química que se vende en bolsas y cartones compromete la vida y felicidad de sus hijos.  ¡Tómese su tiempito y prepáreles un emparedado de verdad, con pan, huevo, quesito, pollo y lechuga!  Y un refresco de naranja real, de tomate o de frutas.  Así tendrán hijos sanos y libres de obesidad.  A los padres: involúcrense en este asunto de tan vital importancia.  No permitan que una mal entendida comodidad sustituya a la bendición que representa para sus hijos una buena y natural alimentación preparada por su madre; sin químicos ni porquerías que quién sabe de dónde las tomaron ni que componentes nocivos puedan tener.  Sin benzoatos, carbonatos, sulfatos ni otras cochinadas que se utilizan en la masificación de alimentos preparados.  La obesidad es uno de los resultados de esa comida artificial.  No sea perezosa, doñita, es la SALUD de sus hijos, su futuro.  Además, exija al Estado un mayor control sobre la manufactura de ese tipo de comida con la que se engaña y enferma a la población.  Como ciudadano, es su DERECHO exigir de sus proveedores una comida sana y nutritiva, y no las comidas que, por demandas de la producción en masa y tiempo de almacenaje, saturan de sustancias preservantes cuyas consecuencias son imprevisibles en el mediano y largo plazo.  La comida natural y fresca, es el único alimento que debemos ingerir y el único que debemos permitir que consuman nuestras familias.  No se deje engañar por la publicidad; esos “alimentos” capaces de conservarse por siglos en una bolsa, lata o cartón; son pura chatarra química, digan lo que digan sus fabricantes.  La obesidad es consecuencia de la mala alimentación, de comidas artificiales y plagadas de sustancias químicas que crean hábito.  Niéguese a comer semejante basura y, sobre todo, NO PERMITA que sus hijos consuman esos venenos.
            Saludablemente
                                         RIS                         Correo: rhizaguirre@gmail.com
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