martes, 12 de junio de 2012

978 Los inválidos morales


978  “LA CHISPA         (11 junio 2012)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LOS INVÁLIDOS MORALES

            Esta casta siempre ha existido y siempre lo hará.  También ha estado infiltrada en todos los estratos de la sociedad.  Tampoco eso es sorpresa.  En la política han sido indispensables para la realización de todos aquellos actos miserables cuya vileza era repugnante aun para los políticos más depravados y faltos de pudor; eran los que hacían el trabajo sucio, pero siempre en condición de sirvientes.  En la penumbra, soledad y silencio en donde se gestan los actos más reprobables de los hombres.  Esta gente sin honor, ha tenido un especial rol en el desarrollo de la política, pues su condición de descastados los ubica en una dimensión en donde están más allá de la vergüenza, el rubor o el arrepentimiento.  A ellos no los toca ni les afecta la repulsa social, porque carecen de los mecanismos afectivos necesarios para sentirse lastimados por el desprecio que sienten por ellos los hombres honrados y los que tienen un código ético que respetar, los hombres bien formados moralmente.  Los inválidos morales son solo una especie más de las tantas que hay en el jardín social.  Y ahí estarán por siempre… y por siempre dañinos.
            Sin embargo, lo novedoso que nos presenta este problema es que esa gente dejó de ser la escoria anónima de la política y ha tomado por asalto el Poder.  Han salido a la luz.  De simples lacayos, pasaron a protagonistas de la historia; a ser diputados, ministros, candidatos a todo, embajadores e, incluso Presidentes.   Hoy, cualquier minusválido de estos, se da el lujo de “pedirle” su voto al elector a cambio de un puñado de falsas promesas que ni siquiera tienen la apariencia de ser factibles.  Esta gentuza, con dinero o sin él, tiene vacío el casillero en donde los hombres de bien acomodan sus escalas de valores.  Pero a pesar de que lo saben muy bien, no tienen el menor empacho al hablar sobre sus propias virtudes ciudadanas, pues la mentira es el denominador común de sus vidas.  Y como son astutos (que no es lo mismo que inteligentes), suelen sacar ventajas ante los hombres honrados que se aventuran en el campo de la política, llevando como único broquel su honestidad y el apego a algún código moral por el cual rigen los actos de su vida.  Tales personas están en desventaja ante los inválidos morales, pues para estos la mendacidad, el deshonor, la desvergüenza y la hipocresía, son terrenos en donde se desenvuelven a la perfección.
            Los inválidos morales han tomado el Poder… y quizás para siempre.  Para eso, cuentan con el lado iluso del hombre, con la indolencia de pueblos enteros que creen que las cosas buenas les caerán del cielo como un acto de milagrería política.   Cuentan con la eterna fantasía de los pueblos latinoamericanos y su caudillismo enfermizo.  Confían en las interminables legiones de tontos útiles que creen que los partidos políticos pueden ser el puente que nos saque de la miseria y nos haga protagonistas de nuestra propia historia.  Ellos están seguros de la bobería congénita de nuestros pueblos; saben que es suficiente con atizar la fiebre “partidista” o patriotera  para que de inmediato nos sintamos como parte importante de la maquinaria política dirigida por Don Fulano.  Y así, de desengaño en desengaño, van transcurriendo nuestras anodinas vidas en las cuales hemos aceptado como algo inevitable la existencia de esta clase parasitaria que se ha apoderado de todo. 
            Ahora cualquier bastardo mal nacido nos habla de su honor, de sus virtudes y de su honorabilidad a toda prueba, de su “trayectoria política” y mil idioteces más, que la gente supone son buenos requisitos para ser presidente de la República.  Y así, período tras período, seguimos como los bueyes de la noria: uncidos al palo del idiotismo y dando vueltas sin fin en un camino circular que recorremos sin ningún sentido durante años y años.  O bien, arrastrando la pesada carreta de gobiernos de ladrones que no tienen la menor idea de lo que significa la vergüenza.  Gente que ha sobrepasado todos los límites de la indecencia o el decoro.  Como aquel candidato a la presidencia que, mucho antes de que se diera el resultado de las elecciones, ya había recibido su nombramiento como Embajador en un país de Sudamérica.  ¡De manos de su “ANTAGONISTA” en las contienda electoral!   ¿Qué nivel de desvergüenza se necesita para realiza semejante vileza?  No mucho, solo es preciso ser inválido moral.  ¿Se imaginan lo que es conducir a millares de ciudadanos a una celada como esa?  Millares de tontos que todavía creen en los caudillos y partidos políticos como las mejores opciones políticas para salir del atolladero en el que estamos.  Esto es historia muy reciente como para que alguien pueda alegar desconocimiento de esos hechos.  Sus treinta monedas de plata fueron un nombramiento en el Servicio Exterior de la República.  De los “puestos de confianza”.  Y estos hechos ni siquiera merecen la consideración de nadie.  Son tan cotidianos, que ya parecen normales e inocuos.  ¿Y la prensa?  Silenciosa.
            Los hombres honrados se han marginado de la política y les han dejado el campo libre a esta peste de descastados que hoy, ocupan todos los puestos políticos de importancia; manejan las finanzas del Estado (que son las nuestras) como si fueran propias.  Hacen negocios particulares bajo el ala protectora del Gobierno y han convertido a esta institución otrora digna, en un cubil de sanguijuelas y garrapatas que, diariamente y sin piedad alguna, sangran a la Patria sin la menor consideración.  Pero ¿qué se puede esperar de los inválidos morales?  Lo que sorprende es la apatía y conformidad de los pueblos; la indolencia con la cual aceptan a esa plaga como si se tratara de un destino inevitable.  Como el karma o hado de hindúes y griegos.   Millones de seres humanos honrados en manos de unas cuantas docenas de pillos.  ¡Qué angustiosa paradoja!  Pueblos enteros a la disposición de cuatro gatos sinvergüenzas: los inválidos morales.
            Fraternalmente                                                       (Por coincidencia, ¿es así en su país?)
                                      
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