976 “LA CHISPA”
(7
junio 2012)
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL
ESTADO CORRUPTO
Varios elementos son las causas de
la corrupción absoluta en la que se encuentra postrado el Estado de este país; no
la Administración pasada, presente o próximas, sino el Gobierno como institución permanente de la
República. El rigor mortis ya alcanzado todos los miembros de ese cadáver que,
alguna vez, fue motivo de orgullo para todos los ciudadanos. Los tres poderes que lo conforman sucumbieron
a los embrujos de la política, el ansia de poder personal y el dinero
fácil. Todos entraron en
descomposición. A lo que tanto temía el barón
de Montesquieu, ya se ha hecho una realidad en los poderes del Estado: dejaron
de ser independientes y se convirtieron en simples secuaces del Ejecutivo, con
lo cual este se transformó en una dictadura de partido (el tan añorado modelo
del PRI). Una satrapía en donde solo
importan los intereses económicos de la Oligarquía y, más recientemente, los de
esa nueva garduña que ha florecido como un azote en los estratos altos, medios
y bajos de la función pública: la chusma
política. Los desvergonzados
oportunistas que solo ven en el Estado las posibilidades de hincarle el diente
al tesoro público, al que consideran como “bienes de difunto” y a su exclusivo
servicio. Gente descastada que no siente
la mínima vergüenza ante nada. Basta el
padrinazgo del gobierno de turno para que esta gentuza se sienta envalentonada
a robar con todo descaro. Ya no hay recato
alguno, roban y roban en público, a sabiendas de que están protegidos a cambio
de su complicidad y silencio ante la generalización de la corruptela oficial; o
por ser miembros del partido. O amigos
de un amigo de alguien que está en el gobierno. Dentro de los nuevos parámetros sociales, ser HONESTO es una mácula.
Tan difundido y arraigado está este
vicio, que se les está escapando de las manos a los altos jerarcas del partido
y la oligarquía, pues ahora resulta que ya no solo son ellos y sus “protegidos”
los que se forran; también proliferan
los “agentes libres”, los vivillos que no respetan la patente de corso que
tienen los del partido. Esta nueva epidemia
es como la de los taxistas piratas. Y
bajo el lema de: “¿Por qué solo los
amigotes del Estado tienen derecho a robar?”, se han lanzado, por su propia
cuenta, a la popularísima y fácil tarea de saquear al erario. Siempre ha habido pillos y siempre los
habrá. Pero existe una gran diferencia
entre ladrones de categoría, y la
turba que hoy ahoga al Estado de la manera más desvergonzada. Los ladrones de “cuello blanco” incluso han
gozado de la simpatía de los pueblos, y estos los han convertido en una especie
de héroes merecedores de elogios y reconocimiento. Algo así como los fabulosos Robin Hood y A.
J. Raffles. Pero los patanes que ahora
se aprovechan de los fondos del Estado (pueblo) NO tienen la mínima delicadeza.
Al contrario, su brutalidad y menosprecio por la autoridad, los categoriza
como ratas despreciables.
Tres son los factores que nos han
llevado a este estado de postración moral: un
partido político, un grupo de líderes ambiciosos de poder y dinero, y la
tremenda indolencia de un pueblo que, lejos de exigir transparencia y
honestidad, se ha convertido en cómplice de ese estado de corrupción por el
simple hecho de la “pertenencia partidaria”.
Ser Gris o Verdoso y “ganar
las elecciones”, resulta suficiente para el individuo promedio. Y ser miembro del partido en el poder, obliga
a la tolerancia con los desafueros que este cometa. Esa es la pobre recompensa con la que se
conforma el pueblo: Ganar las elecciones. Y como es obvio que el Estado NO PUEDE premiar a dos o tres millones
de habitantes, la idea de una teta en
la función pública NO es el estímulo
para esa aberrada conducta cívica. Tampoco puede dar tantas becas a los hijos de
los votantes. Entonces ¿es solo eso lo
que compra el silencio y complicidad de los electores? ¿Ganar los comicios?
¿Está derrotado el ESTADO DE DERECHO? ¿Ganaron la batalla los hampones de cuello
blanco y los de la chusma política? ¿Es
el Estado un cadáver en vías de putrefacción?
¿No hay esperanza alguna? ¿Nada puede
hacer el ciudadano? Por la indiferencia
con la cual este ve los problemas que se suscitan en el gobierno, parece que
solo fuera un observador lejano, al margen de un drama que en nada le
afecta. Esta sociedad observa, casi
impasible, como una voraz plaga de bandidos devora tranquilamente los miembros
de su organismo social sin importarle nada. En vivo y a todo dolor. Todo el mundo parece creer que el asunto no le
atañe, que no le perjudica, que eso solo es problema de las autoridades
judiciales o de la Asamblea Legislativa, o del Ministro de Policía o quién sabe
quién, pero no suyo.
Y la gran paradoja de esto es la
siguiente: parece que tendremos que invocar a la Oligarquía para que sea ella,
la que fije las reglas del juego para el saqueo del Estado, y que tal actividad
vuelva a los causes “normales” de tiempos pasados, en donde aquella y los
funcionarios lucraban mediante sistemas legales que se podían controlar, y
que se sabía en manos de quiénes estaban.
Tiempos cuando la desvergüenza NO
era la norma. Cuando había cierta
cautela y no era cualquier hijo de vecina el que tenía la posibilidad de
embolsarse miles de millones por fraudes que pertenecen al mundo de la ciencia
ficción, tal es la negligencia de los contralores del gobierno y la “viveza” de
los pillos. Es hora de que la Oligarquía
vuelva a tomar el mando en ese campo y fije reglas “aceptables” para que la expoliación de los bienes públicos vuelva
a niveles “decentes” que pasen
inadvertidos a los ojos de la ciudadanía.
Esto, aunque inmoral, sería preferible al descaro que hoy prevalece en
todas las actividades de los gobiernos.
No hay obra, licitación, concurso o lo que sea, que no esté dentro del
área de la corrupción. Todo lo que hace
el Estado está bajo sospecha de chorizo.
La penumbra del fraude ensombrece todas las actividades del
Gobierno. Vivimos en la era del
sospechosismo crónico, de la desconfianza, de la burla política y el
cinismo. “Me los comí en confites”, “Mano firme y honesta”, “Nos preocupa la
corrupción”. (¿Cómo anda
esto en sus países?)
Corrupcionescamente Ricardo Izaguirre S-
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