lunes, 13 de febrero de 2012

674 ¿Puede alguien dejar de ser lo que es?


674    LA CHISPA            

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿PUEDE ALGUIEN DEJAR DE SER LO QUE ES?
            Todos sabemos lo que somos, qué clase de personas somos.  No importa lo que aparentemos o pretendamos ante los demás, pues en la intimidad de nuestra vida, sabemos bien de qué material estamos hechos.   Y como en la mayor parte de las personas ese conocimiento no es placentero, nos empeñamos en revestirnos de una personalidad ficticia, una impostura que cargamos durante la mayor parte de la vida, lo cual nos limita y roba un tiempo valioso que deberíamos aprovechar tan solo para VIVIR.  Por desgracia, esto solo lo venimos a entender cuando ya casi estamos con una pata en la sepultura, cuando ya se puede decir que todo conocimiento es inútil.  ¿Podemos variar nuestra naturaleza intrínseca?  Los religiosos son los únicos que afirman tal posibilidad, apoyados solo en el dogma nacido de sus creencias.  Todos los demás saben que las personas NO cambiamos en lo esencial.  Según las circunstancias podemos aparentar, incluso reprimir ciertas conductas que puedan poner en peligro nuestra reputación sustentada en las apariencias.
            La mayoría de  la gente vive su vida dentro de una farsa agobiante de la que no puede liberarse.  Todos pretendemos ser “buenas personas”, honorables, flexibles, fieles, buenos amigos, inteligentes; somos maestros de la comedia bufa.  Y es más, si alguien se atreve a poner en duda nuestras virtudes, reaccionamos de la manera más brutal, como si en realidad fuéramos individuos llenos de atributos sublimes.  Tenemos una capacidad extraordinaria para aparentar, y en la Iglesia ponemos cara de santos e incluso hablamos de una manera diferente a la habitual.  Solo los que nos conocen íntimamente, como los hijos, esposas y maridos saben en realidad cuál es el carácter de estas “buenas gentes” en su vida privada.   La gran mayoría somos impostores cotidianos que nos ajustamos al patrón diseñado por la sociedad para sus miembros funcionales.  Muchos simulamos ser espléndidos, botarates, comprensivos y tolerantes en público, mientras que en la intimidad personal o de los hogares somos lo contrario.   O estamos alejados de esa mascarada de exportación.  ¡Claro que hay buenas personas que son auténticas!   Pero ¿cómo saberlo?  ¿Cómo reconocerlas si no convivimos con ellas el tiempo necesario para forjarnos una idea real de lo que son en privado?  Yo he conocido farsantes formidables que están o estaban tan identificados con su papel, que en realidad se lo creían.  Se imaginaban que eran esas personas que fingían ser.   Y así murieron varios de ellos, convencidos de ser poseedores de los atributos que tanto admiraban pero que no formaban parte de su naturaleza real. 
            ¿Es posible cambiar y ser auténticos?  ¿Transformarnos en esas personas ideales que describen las religiones?  Amantes de Dios, la familia, el prójimo; magnánimos, llenos de fe y amor, fieles, desinteresados, nobles y capaces de perdonar a nuestros enemigos y olvidar las ofensas que nos han hecho.  Estoy seguro de que muchos dirán que sí; que “todo se puede en Cristo” y otras consignas semejantes.  ¿Pero es cierto?  ¿Somos capaces de perdonar a los que niegan nuestras virtudes o ponen en tela de duda nuestra inteligencia y honor?  ¿Podemos perdonar y olvidar la traición de la esposa o del marido?  Pero de verdad…   La vida nos dice que NO.   Solo cuando sentimos el peligro o el fin, es cuando estamos dispuestos a “cambiar”; pero una vez pasada la crisis, volvemos a lo mismo.   Somos lo que somos, aunque la existencia nos vaya apabullando y nos obligue a ciertas conductas moderadas que nos alejan del peligro que representan nuestras tendencias desbocadas.  Pero lo hacemos por miedo, por conveniencia y no porque en realidad cambiemos; es solo una estrategia de supervivencia, como las tantas que desarrollamos a través del tiempo y las experiencias.  Sé que habrá muchas personas que estén en desacuerdo con esta tesis y de verdad se crean el cuento de que han cambiado; pero eso no es más que la metodología de las religiones, las cuales pueden convencernos gracias a la vanidad, otro elemento maligno que jamás se aleja de nosotros.   Yo soy mejor cristianos que ese”, algo que nunca decimos pero que, en privado, no dejamos de acariciar como una posibilidad que nos dé preeminencia.
            ¿Qué es lo que determina lo que somos?  ¿La sociedad, la genética o el espíritu?   Escoja alguna, todas o ninguna, pero medite.  Nuestros pensamientos y actos dependen de nuestra estructura moral y, por lo tanto, lo que somos es de una complejidad incomprensible solo con las armas de la razón o la fe.  Y la cosa se complica si no creemos en el alma, espíritu y esas cosas indemostrables científicamente.  Entonces, ¿dónde está la raíz de lo que somos, de dónde proviene lo malo que somos?   Si fuera biológico (genética), podríamos curarlo con vacunas; si fuera social, con educación.  ¿Pero si es espiritual?  ¿Dónde se origina y por qué?  ¿Por qué yo soy retorcido moral mientras que otros son correctos y nobles?   ¿Por qué soy egoísta y otros son generosos de verdad?  No importa cuánto nos hayan castigado en la niñez porque no queríamos compartir con nuestros hermanitos, seguimos siendo egoístas aunque sepamos que es un vicio horrendo.  Lo mío es mío, y los demás, ¡que se jodan!  Está ahí, en la “naturaleza básica del ser humano”, y también de los animales.  “En el hombre existe mala levadura…”   Y no es posible cambiarla a capricho.
La búsqueda de una respuesta puede hundirnos en un mar de cavilaciones que nos puede aniquilar sin que lleguemos a ninguna respuesta real.  A ninguna conclusión de validez universal.  Claro que es muy fácil teorizar sobré cómo convertirse en “buena persona” mediante la meditación y los ejercicios espirituales, la fe y la aceptación de Dios, Cristo, Buda, Alá o lo que sea; pero todos los que lo intentan solo obtienen dos resultados: se dan cuenta de que es imposible, o se vuelven hipócritas.  Todo depende de aquello que anden buscando.   La esencia del hombre no cambia, no al menos de una manera que sea perceptible, ni siquiera por aquel en quien se podría producir este cambio.  O no se da, o es de una lentitud que abarca milenios y milenios (evolución).  Moralmente y en el plano de la crueldad militar ¿en qué se distinguen los Estados Unidos de la Roma Imperial o de los asirios?   No parece haber diferencia alguna entre Bush y Asurnasirpal; y es posible que este se creyera tan “buen hijo de Dios” como se cree Georgi.
Fraternalmente                                                              
              Ricardo Izaguirre S.                                     E-mail:   rhizaguirre@gmail.com
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