674 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿PUEDE ALGUIEN DEJAR DE SER LO QUE ES?
Todos
sabemos lo que somos, qué clase de personas somos. No importa lo que aparentemos o pretendamos
ante los demás, pues en la intimidad de nuestra vida, sabemos bien de qué material estamos hechos. Y como en la mayor parte de las personas ese
conocimiento no es placentero, nos empeñamos en revestirnos de una personalidad
ficticia, una impostura que cargamos durante la mayor parte de la vida, lo cual
nos limita y roba un tiempo valioso que deberíamos aprovechar tan solo para VIVIR.
Por desgracia, esto solo lo venimos a entender cuando ya casi estamos
con una pata en la sepultura, cuando ya se puede decir que todo conocimiento es
inútil. ¿Podemos variar nuestra
naturaleza intrínseca? Los religiosos
son los únicos que afirman tal posibilidad, apoyados solo en el dogma nacido de
sus creencias. Todos los demás saben que
las personas NO cambiamos en lo
esencial. Según las circunstancias
podemos aparentar, incluso reprimir ciertas conductas que puedan poner en
peligro nuestra reputación sustentada en las apariencias.
La mayoría de la gente vive su vida dentro de una farsa
agobiante de la que no puede liberarse.
Todos pretendemos ser “buenas personas”, honorables, flexibles, fieles,
buenos amigos, inteligentes; somos maestros de la comedia bufa. Y es más, si alguien se atreve a poner en
duda nuestras virtudes, reaccionamos
de la manera más brutal, como si en realidad fuéramos individuos llenos de
atributos sublimes. Tenemos una
capacidad extraordinaria para aparentar, y en la Iglesia ponemos cara de santos
e incluso hablamos de una manera diferente a la habitual. Solo los que nos conocen íntimamente, como
los hijos, esposas y maridos saben en realidad cuál es el carácter de estas “buenas gentes” en su vida privada. La gran mayoría somos impostores cotidianos
que nos ajustamos al patrón diseñado por la sociedad para sus miembros
funcionales. Muchos simulamos ser
espléndidos, botarates, comprensivos y tolerantes en público, mientras que en
la intimidad personal o de los hogares somos lo contrario. O estamos alejados de esa mascarada de
exportación. ¡Claro que hay buenas personas que son auténticas! Pero ¿cómo saberlo? ¿Cómo reconocerlas si no convivimos con ellas
el tiempo necesario para forjarnos una idea real de lo que son en privado? Yo he conocido farsantes formidables que
están o estaban tan identificados con su papel, que en realidad se lo
creían. Se imaginaban que eran esas
personas que fingían ser. Y así
murieron varios de ellos, convencidos de ser poseedores de los atributos que
tanto admiraban pero que no formaban parte de su naturaleza real.
¿Es
posible cambiar y ser auténticos?
¿Transformarnos en esas personas ideales que describen las
religiones? Amantes de Dios, la familia,
el prójimo; magnánimos, llenos de fe y amor, fieles, desinteresados, nobles y
capaces de perdonar a nuestros enemigos y olvidar las ofensas que nos han
hecho. Estoy seguro de que muchos dirán
que sí; que “todo se puede en Cristo”
y otras consignas semejantes. ¿Pero es
cierto? ¿Somos capaces de perdonar a los
que niegan nuestras virtudes o ponen en tela de duda nuestra inteligencia y honor? ¿Podemos perdonar y olvidar la traición de la
esposa o del marido? Pero de
verdad… La vida nos dice que NO.
Solo cuando sentimos el peligro o el fin, es cuando estamos dispuestos a
“cambiar”; pero una vez pasada la crisis, volvemos a lo mismo. Somos
lo que somos, aunque la existencia nos vaya apabullando y nos obligue a
ciertas conductas moderadas que nos alejan del peligro que representan nuestras
tendencias desbocadas. Pero lo hacemos
por miedo, por conveniencia y no porque en realidad cambiemos; es solo una
estrategia de supervivencia, como las tantas que desarrollamos a través del
tiempo y las experiencias. Sé que habrá
muchas personas que estén en desacuerdo con esta tesis y de verdad se crean el
cuento de que han cambiado; pero eso no es más que la metodología de las
religiones, las cuales pueden convencernos gracias a la vanidad, otro elemento maligno
que jamás se aleja de nosotros. “Yo soy
mejor cristianos que ese”, algo que nunca decimos pero que, en privado, no
dejamos de acariciar como una posibilidad que nos dé preeminencia.
¿Qué
es lo que determina lo que somos? ¿La sociedad, la genética o el espíritu? Escoja alguna, todas o ninguna, pero medite. Nuestros pensamientos y actos dependen de nuestra estructura moral y, por lo
tanto, lo que somos es de una complejidad incomprensible solo con las armas de
la razón o la fe. Y la cosa se complica
si no creemos en el alma, espíritu y esas cosas indemostrables científicamente. Entonces, ¿dónde está la raíz de lo que
somos, de dónde proviene lo malo que somos?
Si fuera biológico (genética), podríamos curarlo con vacunas; si fuera
social, con educación. ¿Pero si es
espiritual? ¿Dónde se origina y por qué? ¿Por qué yo soy retorcido moral mientras que
otros son correctos y nobles? ¿Por qué
soy egoísta y otros son generosos de verdad?
No importa cuánto nos hayan castigado en la niñez porque no queríamos
compartir con nuestros hermanitos, seguimos siendo egoístas aunque sepamos que
es un vicio horrendo. Lo mío es mío, y
los demás, ¡que se jodan! Está ahí, en
la “naturaleza básica del ser humano”, y también de los animales. “En el
hombre existe mala levadura…” Y no
es posible cambiarla a capricho.
La búsqueda de una
respuesta puede hundirnos en un mar de cavilaciones que nos puede aniquilar sin
que lleguemos a ninguna respuesta real.
A ninguna conclusión de validez universal. Claro que es muy fácil teorizar sobré cómo
convertirse en “buena persona” mediante la meditación y los ejercicios
espirituales, la fe y la aceptación de Dios, Cristo, Buda, Alá o lo que sea;
pero todos los que lo intentan solo obtienen dos resultados: se dan cuenta de que es imposible, o se
vuelven hipócritas. Todo depende de
aquello que anden buscando. La esencia
del hombre no cambia, no al menos de una manera que sea perceptible, ni
siquiera por aquel en quien se podría producir este cambio. O no se da, o es de una lentitud que abarca
milenios y milenios (evolución).
Moralmente y en el plano de la crueldad militar ¿en qué se distinguen
los Estados Unidos de la Roma Imperial o de los asirios? No
parece haber diferencia alguna entre Bush y Asurnasirpal; y es posible que este
se creyera tan “buen hijo de Dios” como se cree Georgi.
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre
S. E-mail:
rhizaguirre@gmail.com
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