viernes, 22 de julio de 2011

767 Ciudad universitaria


767     LA CHISPA      (18 febrero 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA CIUDAD UNIVERSITARIA
            Tiene una llaga en el rostro: una barriada de cantinas en su ruta de acceso.  Y el Estado se acoge a la fórmula de la “libertad de empresa” para hacer la vista gorda ante este problema que debería ser erradicado de cuajo; sobre todo, cuando hacerlo es tan fácil.  La legalidad es el parapeto de los que, bajo el ala de alcahuetería del gobierno, facilitan la desviación de nuestros estudiantes por un camino inconveniente.  Es cierto (y no lo es) que los dieciocho años de la mayoría de edad les permite escoger, pero esa no es la verdad en todas las situaciones.  No todos esos adultitos tienen la capacidad para hacer buenas elecciones, y aunque es cierto que nadie los obliga a meterse a tomar licor en las innumerables cantinas de “La Calle de la Amargura”, estas y su ambiente ejercen un atractivo magnético sobre ellos. Ahí hay chicos que “gozan de la vida alegremente” ingiriendo bebidas alcohólicas, y eso es embrujador.  Y aunque nadie les echa un trago a la fuerza, la inducción es tanto o más poderosa que cualquier petición verbal.  El ambiente de felicidad que reina en esas cuadras es una provocación que va más allá de la fuerza de voluntad de muchos de esos jóvenes.
            No es cierto que dieciocho añitos y una cédula nos provean del juicio ni el temple necesario para mantenernos al margen del peligro.   Y si muchos viejos, en las múltiples ocasiones que pasan por ahí, se sienten inclinados a hacer una parada para echarse un par de guarapetazos mientras les imprimen algo, ¿qué se puede esperar de un niño de esos?  Ellos tienen poderosos estímulos para hacerlo.   La tentación de tanta cantina abierta desde la mañana es irresistible, pues ya no solo se trata de que el individuo tenga que luchar en contra de sus malas inclinaciones sino que, además, le proporcionan las facilidades para rendirse y caer en el vicio.  Veamos esto así: si una persona es asaltada por un subitáneo deseo de “echarse un tapis” pero no hay dónde hacerlo, es muy probable que se le olvide y no lo haga.  Pero si a su alrededor hay un infierno de cantinas, es muy fácil darle rienda suelta al deseo.  Eso significa que sin importar la voluntad de la persona, es posible evitarle la comisión de ciertas acciones si no se le dan las facilidades.  Si no hubiera ese montón de cantinas en esa área, es probable que no habría tanto joven dando ese poco edificante espectáculo de exhibirse consumiendo licor desde las once de la mañana, cuando sus padres suponen que están estudiando.
            Es aquí en donde el Estado TIENE que intervenir y no escudarse en esa defensa tan idiota de la libre empresa y la mayoría de edad.   El gobierno entrante haría muy bien en ponerle el cascabel al gato de la corrupción reinante en esa tristemente famosa calle universitaria.  El gobierno pasado nada quiso hacer, pese a las innumerables quejas que recibió (incluidas mis “Chispas”).  Tampoco funcionó un movimiento que traté de hacer al hablar con los dueños de muchos negocios (no de cantinas) para que hicieran una protesta.  Nadie los escuchó y, al parecer, se aburrieron.  Por su condición de mujer, es probable que la Señora Presidenta sea más sensible a esta tragedia que su predecesor Arias, al que no pareció incomodarle ese problema.  Todos sabemos que este asunto no solo es el licor, sino que implica un paquete completo de desgracias derivadas: sexo peligroso, enfermedades venéreas, embarazos no deseados (objetivo de campaña de doña Laura), droga, casas de lenocinio, fracasos estudiantiles, tristeza en los hogares y mil angustias más.
            Ni en Puntarenas o Limón es tan evidente esa trágica fachada de prostíbulo gigante que presenta “La calle de la amargura” de innumerables padres de familia que saben que sus hijos pierden allí su tiempo en forma miserable.  Y todo con la complacencia de las autoridades.  Si la nueva Administración quiere lucirse con la sociedad josefina, bien podría estrenarse clausurando todas esas cantinas y sus derivados que, según se sabe, pululan en todos los alrededores de esa zona.  Esos niños (de dieciocho a treinta años) necesitan ser defendidos por la sociedad personalizada en la autoridad del Estado, pues ellos son el más valioso patrimonio nacional.   Aquel debe decretar el cierre de TODOS esos antros en beneficio de nuestra juventud.   Sin consideraciones ni pretextos, ni siquiera en la legalidad de las patentes o la libre decisión de las personas “mayores”.   Dicen que “En el arca abierta hasta el justo peca”, y esta frase es aplicable al ambiente que reina en esas tres o cuatro cuadras que hay entre la avenida central y el portal de la Universidad.  Decenas de jovencitos con enormes jarras de cerveza y en medio de una humareda de cigarros, presentan una visión semejante pero paupérrima, de las noches del viejo y bohemio Montmartre.  Nada más que aquí no se trata de prostitutas elegantes y diletantes maduros, sino de adolescentes universitarias casi niñas, y en horas de la mañana, de estudio.
            La corrupción que se ha apoderado de esa importante vía está gangrenando a toda la ciudad universitaria, y es tiempo de que alguien aplique cirugía mayor y ampute esa lacra que es vergüenza de esta sociedad; pero especialmente de un gobierno que ha carecido de los güevos necesarios para ponerle fin a semejante deshonra situada nada menos que a la entrada de nuestra Alma Máter, la máxima casa de enseñanza de este país.  Esto no es algo para discutir y discutir en la Asamblea o para hacer palanganeo con las mafias de cantineros; se trata de un problema moral que está lesionando aquella parte más sensible y vulnerable de nuestra sociedad: la juventud.  Y por si fuera poco, nuestra juventud estudiantil, los futuros profesionales que deberán engrandecer más a esta nación.  Aunque ahora se enfaden, llegará el momento cuando agradezcan esta medida tomada por sus mayores no por capricho, sino basada en la experiencia y el amor. 
            Señora Presidenta: póngale término a esa vergüenza; y si para hacerlo es necesario “indemnizar” a esos cantineros, cualquier dinero que se les pague es poca cosa con tal de limpiar la ruta del éxito de nuestros estudiantes de toda la basura derivada de ese vicio aterrador que antes de matar, degrada hasta límites increíbles.  Conciudadanos, no se conformen con solo leer esta hojita como una molestia: háganla circular, pero si puede hacer algo más, háganlo.  Se trata del futuro de nuestros chicos.  De los suyos, de los míos, los de todos.  Aquí no es asunto de ser complacientes con la empresa privada, las cámaras ni los poderosos grupos de guareros.  Se trata de salvaguardar a lo mejor de nuestra juventud.   Ningún impuesto justifica ese crimen. 
            Amargamente                                                    (¿Tienen problemas parecidos a este en sus países?)
                                   Ricardo Izaguirre S.                             E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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