lunes, 6 de junio de 2011

907 Ser invisible

907   “LA CHISPA      (12 marzo 2011)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
SER INVISIBLE     (Notita dominical)
            Creo que muchos de ustedes, como yo, alguna vez en su vida han deseado ser invisibles; cada uno por sus razones, o por sus propias picardías.  Escuchar pláticas, qué piensan de nosotros, espiar a alguien, en fin, por múltiples motivos que van desde lo ingenuo hasta lo más malicioso.         
Después de ver varias películas de “El hombre invisible”, eso se convirtió en mi sueño cuando era niño.  Me imaginaba las comilonas que podría darme en las dulcerías sin que nadie me viera.  Podría besar a Normita, una vecinita preciosa que tendría unos siete u ocho años.  Y sin que me viera.  ¡Cuántas cosas podría hacer si fuera invisible!  No me enviarían a hacer “mandados” ni nada, pues no estaría presente.  Podría escuchar las conversaciones prohibidas de los mayores.  Ser invisible era un campo que ofrecía innumerables posibilidades, y solo dependía de la imaginación para hacer lo que deseara.  Yo tenía una lista casi interminable de fechorías que me serían permitidas si tuviera la dicha de no ser percibido por nadie.  Ser invisible era Doña Toda.  ¿Qué más se podía pedir?  Pero al pasar los años y darme cuenta de que eso era imposible, fui dejando mi sueño, convencido de que en la vida física eso era solo una ficción, algo que no tenía cabida en la realidad.  ¡No se puede ser invisible, Ricardo, olvídate de ese patín!  Pero… ¿de verdad no se puede?  ¡Claro que se puede!  Solo hay que llegar a viejo, y uno se va difuminando imperceptiblemente en el ambiente, hasta que llega a la invisibilidad total.  Nadie te ve, nadie te siente, nadie sabe de tu existencia y a nadie le importas.  Y aunque hables mucho y fuerte… nadie te escucha.
            En esa época de la vida tan solo se te percibe como una molestia, como algo desechable que casi siempre es estorboso; y si no fuera por ciertas fórmulas sociales que obligan a los familiares con sus mayores, posiblemente te pondrían en un asilo, la norma casi general en Estados Unidos.  Con el pretexto de que “allí estarás mejor, en manos de gente que sí sabe atender a los ancianos”.  De esa manera se deshacen de los viejos, y entonces sí que pasan a la twilight zone, a una dimensión no solo irreal sino totalmente invisible.  A un espacio de soledad y silencio absoluto en cuanto a los reclamos del corazón y el cariño.  “Allí está mejor el abuelo, la abuela, bien atendido-a, con buena comidita y sus medicinas a tiempo”.   Y ahora sí que eres invisible del todo.  Quizás solo un recuerdo punzante que se disimula con explicaciones acerca de lo agradable y bonito que es el lugar en donde han depositado al anciano incómodo.
            Ahora eres invisible por completo, anónimo, lejano; eres viejo-a, y los viejos no necesitan nada, ni amor, ni cuidados familiares, ni el calor del hogar; son chunches que tuvieron su utilidad en el pasado, pero que ahora es mejor tenerlos alejados.  A una distancia e invisibilidad que haga posible acallar los chirridos de la consciencia, o el índice acusador de esa masa de recuerdos que nos dice cuánto nos amaron y cuánto nos dieron.  Te quieren olvidar aunque la mente los torture y busquen mil razones justificativas para neutralizar los arañazos que sienten en el corazón cuando recuerdan cuando los llevabas de la mano; cuando eras dios y los protegías del mundo hostil que los rodeaba; cuando eras la fortaleza en la que podían refugiarse del miedo, el dolor, los desengaños y de la incertidumbre del mundo.  Cuando eras la roca firme en la que podían fiar su vida, ilusiones y proyectos de vida.  Ahora solo eres un viejo-a INVISIBLE.  Y esta es la paradoja del sueño: cuando se cumplió tu deseo de serlo, resulta que no te gusta, que no es agradable.  Ahora quisieras que te percibieran aunque solo fuera para las minucias menos importantes de sus vidas.  Que te tomaran en cuenta y que no se deshicieran de ti como si fueras un sillón con las patas flojas y rotas.  Por desgracia, en la sociedad moderna,  tienes fecha de caducidad que solo se alarga si tienes mucho dinero, salud y fuerza; o una excelente familia con buenos genes morales y espirituales
            Cuando eres viejo, los demás piensan que no necesitas reír, gozar ni ser amado; que los mimos y las palabras dulces salen sobrando, pues un viejo solo es un viejo.  Alguien que dio por obligación, que amó porque tuvo que hacerlo y que no tiene derecho a reconocimiento o reembolso por todo el tiempo que dedicó a la familia que formó, educó e inundó de amor.  Ahora solo eres alguien a quien más le vale ser invisible.  Para no incomodar, para no estorbar.  Tu opinión ya no solo NO tiene importancia sino que puede ser molesta; entonces comprendes que no solo debes ser invisible sino inaudible.  Tus deseos y gustos a nadie le importan, y no porque te malquieran, sino porque ya no cuentas para nada: eres imperceptible.  Ni siquiera tu miedo a la muerte es cuestión que conmueva a nadie, pues lo más natural es que los viejos mueran.  Los viejos NO tienen por qué temer a la muerte.  Tienen que morir, es el tiempo para eso; a la vejez solo eso la cura.  Y es entonces cuando con horror y tristeza, te das cuenta que solo para la muerte eres visible; más, cuantos más días pasan.  Aquí empiezas tu diálogo amistoso con la “Pelona”, la única que es piadosa, amigable y tolerante con tus achaques, tus olvidos y debilidades; la que no te critica porque eres lento-a al entrar al coche o subir las gradas; o porque no sientes deseos de bañarte todos los días.  Y ante la cual puedes llorar sin que te censure o te considere como un viejo-a necio. Ella es la única que se interesa sinceramente en ti, NO en tus asuntos sino en TI.  Ahora que ya puedes sentir su cálida cercanía, es cuando debes aprender a verla como la mejor opción.
            Ser invisible es doloroso y no lo que (yo) creía de niño; es algo como ser un vidrio al cual atraviesan las  miradas que se sienten como sables fríos e indiferentes a lo que pueda interesarte o quisieras decir.  Sin embargo, no estás completamente solo, la Señora de la Guadaña te ama, es una amiga fiel, infalible, coqueta, puntual y tolerante que, al final, te recogerá dulcemente en su seno; ella te acepta tal como eres: lento, triste, invisible, mal oliente, majadero, llorón, enfermo, quejumbroso, sin dientes y lleno de arrugas y debilidades.  A ella no le importa que seas olvidadizo y que babees.  Ella te consiente y te recompensará todo ese amor que te puedan haber negado los tuyos.  ¡Ánimo viejillo-a, no estás del todo solitario!
            Vejestoriescamente                                          (¿Ya entró usted en la zona de la invisibilidad?)
                                           Ricardo Izaguirre S.        E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs:       La Chispa           http://lachispa2010.blogspot.com/   con link a           Librería en Red
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