1047 “LA CHISPA”
(25 enero de 2016)
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
MUJERES DE ACERO
Ante
los problemas que nos plantea la vida, he conocido infinidad de flojos que no
saben qué hacer ante el menor inconveniente o dificultad que se les atraviese;
pero nunca he visto a una mujer, por joven o vieja que sea, que no sepa la
solución a todos los enigmas que le salgan al paso. Por amenazadores y enormes que parezcan, ellas
siempre saben cómo resolverlos, vencerlos, domarlos o, por lo menos, como
convivir con ellos hasta que estos se aburren, se van y las dejan en paz. Ese temple, entereza, tenacidad y aguante es
un privilegio solo de las damas, pues los hombres, salvo contadas excepciones,
no tenemos el coraje ni la paciencia y sabiduría para enfocar en forma práctica
e inteligente a la vez, los desafíos de la vida.
Yo
he conocido una multitud de mujeres que responden a esa definición, y ninguna
de ellas se creía nada especial; ninguna blasonaba (rajaba) por ser poseedora
de esos atributos maravillosos, pues para ellas, eso no es más que la rutina de
sus vidas, algo orgánico, connatural a su esencia. La principal de esas damas, desde luego, fue
mi madre, una señora con un temple de acero al cromo, como aquel con el que elaboran
la katanas de los samuráis. Ella fue alguien
para quien el dolor era una rutina a vencer cada día, algo que no la espantaba
y le era familiar. Nunca la escuché
lamentarse de nada, a pesar de los trances dolorosos que pasó; situaciones que
vine a comprender hasta muchos años después, como la muerte de dos de sus hijos
y la de mi padre. Lástima que me dejó huérfano cuando yo solo era un niño de
cuarenta años. Cuando aún no había
tenido tiempo para aquilatar adecuadamente las lecciones de vida práctica que
me dio durante toda su existencia.
Luego
sigue mi hermana Soledad, otra señora salida de la fragua de Hades; una mujer a
la que solo una vez en la vida vi llorar, y fue cuando su hijo menor sufrió un
trágico accidente que lo privó de la vida.
Por lo demás (los otros dolores), nunca los vi ni los oí interfiriendo
en sus sonoras y felices carcajadas, que eran su más contagioso y envidiable
himno de alegría con el cual cantaba a la vida cada día. Estas dos mujeres eran de acero al molibdeno:
inoxidables, irrompibles, poderosas, letales, ilimitadas, inclaudicables;
señoras de carácter sin fracturas ni deficiencias morales; con la dureza
necesaria y exacta para ser supervivientes en el revoltijo de la vida. Con esa dureza primordial que las capacita
para no arrugarse ante nada ni nadie, ni ante las peores circunstancias. Luego sigue una lista de mujeres que, de
alguna manera, han sido parte de mi vida por diversos períodos. Y de todas ellas puedo decir que pertenecen a
la misma categoría de seres superiores.
Cada una con su estilo y sus propias argucias (armas de supervivencia),
pero todas con un denominador común: hábiles para amar hasta límites
increíbles, vecinos de la locura y, a la vez, capaces de conservar la claridad
de todo el panorama que les presenta su medio circundante. Allí donde los hombres nos confundimos, extraviamos
o llegamos a la derrota total, ellas continúan de pie, manejando los hilos del
dolor como si estos fueran los cinceles con los cuales esculpen su glorioso
destino.
Cuando
cumplen un año ya razonan, hablan y actúan mejor que un hombre de veinte,
condición de ventaja que nunca pierden en el resto de sus vidas. Virtudes necesarias en un mundo de bestias,
en el cual los atributos que imperan son los del más fuerte y animal. Dura labor que enfrentan con entereza durante
todo el tiempo: saber que tienen la razón, y
tener que someterse ante la fuerza bruta del varón. Pero como consecuencia de esa realidad que
entienden muy bien, han desarrollado infinitas maneras de engatusar a los
hombres para utilizarlos como almácigos de sus propias ideas. Así, estos hacen las pocas cosas correctas
que realizan durante sus existencias.
Yo
he conocido a algunas de esas damas de acero.
No muy bien, porque ese arcano siempre será un misterio para la mente
del hombre, pero eso sí, lo suficiente para maravillarme de lo brillantes y
capaces que son no para “enfrentar” la vida, como hacemos los hombres, sino
para seguirle el paso. Sin luchas
mortales, sin perderse en el camino, sin mucha alharaca o teatro. Al ritmo que van las cosas, en la dirección
de la corriente natural. No pueden darse
el lujo de morir en el campo de batalla, pues son demasiado valiosas y muchas cosas
dependen de ellas, en especial, sus hijos.
Casi
siempre anónimas estas mujeres de acero, realizan la tarea más titánica:
mantener vertebrada a una sociedad de primates machos traviesos, imprudentes,
desconsiderados, inconscientes e irreflexivos que jamás han entendido por qué
ni para qué se encuentran aquí. Y mucho
menos, cuál es el sentido práctico de la vida, objetivo siempre cristalino para
ellas. Yo he tenido la dicha de tratar a
algunas, y todas me han maravillado, incluyendo a las más chiquitas (mis hijas
y mis nietas). Nunca dejan de
sorprenderme, todas, con la forma cómo enfocan los problemas; cómo saltan la
maraña de necedades que los hombre tejemos alrededor de cualquier problema
insignificante, y llegan a conclusiones prácticas, realistas y casi fáciles, o
fáciles del todo. Y si no aprovechamos
esa metodología es porque somos vanidosos, necios, arrogantes y simples… y
sobre todo, discriminadores. Por debajo
de sus llantos, chillidos o arrebatos, ellas mantienen la cordura cuando las
cosas se salen de cauce o la tragedia nos golpea. Esas son sus válvulas de escape para conservar
el equilibrio propio y familiar.
Llorando se inmunizan en contra de la parálisis, pérdida de juicio o
ruptura interior; gritando espantan al dolor; haciendo rabietas, aseguran su
dominio. Y todo eso está más allá de la
comprensión de los hombres. Jamás
entenderemos sus “llantos de felicidad”, o su indiferencia ante el dolor, o su
cinismo ante el amor carnal.
El
dolor, las incomodidades y el trabajo interminable, forman parte del equipaje
natural del itinerario de las señoras, de su rutina cotidiana. La tarea diaria de cada esposa, sería causa
de suicidio para infinidad de hombres; motivo de desesperación y locura para la
mayoría de los varones. Llevar el timón
de un hogar parece sencillo, casi divertido cuando las observamos en esos
menesteres; pero si el hombre lo intenta, es cuestión de minutos para que pierda
la paciencia y se sienta rebasado más allá de su capacidad física y
mental. Lo que nos da risa y
consideramos un pasatiempo divertido, adquiere un significado feroz cuando lo
intentamos o nos vemos obligados a realizarlo; sin embargo, eso es pan comido
para ellas; tan fácil lo hacer ver, que caemos en la trampa de la subvaloración
precipitada de esa primordial labor familiar.
Ser ama de casa, ese título que mencionamos casi despectivamente, requiere
para su cabal desempeño, de criaturas de acero, de ACERO INOXIDABLE: las
mujeres.
Para
compensar el esfuerzo de su trabajo de fondo, han inventado infinidad de actividades
banales en donde dan rienda suelta a sus
locuras y actos triviales, pero es un lujo que pueden darse dentro de la
seriedad de sus labores formales en la sociedad. Es parte de su estrategia, de su inteligencia
emocional para desviar nuestra atención y asegurarse de que nos sintamos
plenamente seguros de que “son locas”. Y
ese, precisamente, es nuestro flanco más débil, nuestro talón de Aquiles. Somos incapaces de entender esa estrategia,
aunque nos la expliquen ellas mismas en un momento de debilidad, cuando son
nuestras madres.
Sí,
yo he conocido al número necesario de ellas para poder generalizar mi opinión:
son personas de acero templado, y quiero dejar constancia en esta nota, de que
siento un profundo respeto por todas las facetas de su personalidad. Benditas
sean todas las mujeres, esos seres tan especiales y complejos, que siempre
serán, desde la más sencilla, un enigma por siempre irresoluble incluso para el
hombre más inteligente.
Fraternalmente
RIS Correo electrónico: rhizaguirre@gmail.com
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