jueves, 11 de febrero de 2016

1049 Conózcase a usted mismo



1049  LA CHISPA       
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
CONÓZCASE A USTED MISMO
        Ese mandato tan viejo y trillado lo hemos dicho y repetido tantas veces y con tanto desparpajo, que da la impresión de que es materia que dominamos, que somos profundos conocedores de nuestra intimidad y que tenemos el derecho de ordenar a los demás ese bello ejercicio de consciencia.  Pero el mandato implica no solo un esfuerzo intencional extraordinario, sino un acto heroico de honestidad que nos supera y desanima a la mayoría de todos los que intentamos esa tarea.  ¿Ha hecho usted un reconocimiento honrado de cuál es su verdadera estructura moral?   ¿Y qué ha encontrado?   Es terrible, ¿verdad?  ¿Cree usted conocerse?  Cuando utiliza la expresión “Yo me conozco muy bien”, ¿sabe lo que está diciendo?  Porque una cosa es conocerse, y otra, suponer en nosotros la existencia de atributos que son agradables a nuestra personalidad.
        Si en cualquier circunstancia de la vida se nos pidiera un “currículum vitae”, ¿seríamos capaces de escribir algo así?
CURRÍCULUM  VITAE…
        “Cinco años como supervisor de personal, egoísta, mentiroso; encargado de planillas en el banco tal, cobarde, glotón, lujurioso; tres años como asesor comercial, hocicón, escuela primaria, arrogante, entrometido, bachillerato, impostor, egoísta, licenciado en leyes; calumniador, máster en negocios, desleal, desconsiderado, patán, doctor en economía, difamador, envidioso, vanidoso, mezquino, avaro; tres años de servicio público, vengativo, irrespetuoso, intolerante, deshonesto, diez años en el servicio diplomático exterior, abusador”. 
Ese bien podría ser el resumen general de las características de la mayoría de las personas… si fuéramos honestos.   Pero nadie se considera egoísta o mentiroso, intolerante o cobarde.  Jamás aceptaríamos públicamente que somos injustos o impostores.  Pero lo que es peor: ni siquiera en el silencio de nuestra intimidad somos capaces de admitir la existencia de ese lado oscuro que todos tratamos de ignorar, de negar, de justificar…
        “Conócete a ti mismo”  --dice el mandato--.  Suena bastante fácil, casi ingenuo, pues todos casi sin excepción, tenemos la idea de que nos conocemos íntimamente.  Y con una facilidad asombrosa, afirmamos ser honrados, trabajadores, firmes, veraces, respetuosos, leales, cuidadosos, fieles a la palabra, buenos amigos y, en general, estupendos ciudadanos.   Y si somos mentirosos… afirmamos ser enteramente veraces y,  ¡ay de aquel que ponga en duda esta preciosa virtud que nos adorna!  Conocernos a nosotros mismos es la tarea más espinosa que tenemos en la vida, porque tal cosa implica encontrarnos cara a cara con una personalidad aborrecible, que se esconde detrás del infinito número de máscaras que utilizamos a diario para no ver nuestro verdadero rostro, quiénes somos.  Es muy fácil suponer que somos “buenas personas”, con defectillos, sí, pero buenas personas.  Minimizamos lo negativo, hasta el punto en que suele pasar inadvertido (para nosotros, desde luego), y ponderamos nuestras ficticias virtudes de la manera más desvergonzada.  A veces con disimulo, otras veces con fanfarria, como si en realidad fuéramos poseedores de tales atributos.
        Las máscaras con las que tapamos lo que somos son clichés lingüísticos que, a tanto repetirlos, terminamos por creerlos, como el de la continua impostura que nos obliga a simular cualquier aspecto “obligatorio” de nuestra personalidad.  Aquello que es una condición básica en mi estatus social.  “Yo soy justo y honrado, siempre parto el ayote por la mitad, sin importar quiénes sean los afectados”.  “Yo soy muy tolerante”.  “Soy una persona muy humilde”; y la peor de todas “Yo siempre digo la verdad, cueste lo que cueste”.   Y así, una larga lista de mentiras con las cuales pretendemos maquillar las feas manchas y cicatrices de nuestra verdadera personalidad.  Casi todos tenemos un infinito reservorio de mentiras con las cuales enfrentamos todas las situaciones que la vida nos plantea.  Desde las “necesarias”, hasta las superficiales y vanas.  Desde las inocuas hasta las malévolas y llenas de intenciones dañinas.  Incluso hemos legitimado una serie de mentiras que catalogamos como blancas y consideramos son indispensables en nuestras conversaciones ordinarias y sociales.  Las mentiras que sirven para sazonar las charlas tediosas
        Conocerse a uno mismo es lo más difícil del mundo, y en el intento por lograrlo pueden suceder varias cosas: que el asunto deje de importarnos; que levantemos la falda del velo y nos horroricemos de lo que se ve, o que nos guste y nos dediquemos a bucear en las profundidades de ese gran misterio que forma nuestra personalidad, nuestro mundo oscuro.  No es fácil escarbar en una materia turbulenta cuya naturaleza puede resultar desagradable en demasía.  Si en realidad desea conocerse, escoja una característica que le parezca aborrecible en los demás: la mentira, la lujuria, la envidia, la impostura o el egoísmo, y trate de estudiarla en usted; pero con toda sinceridad y no con la benevolencia con la que solemos hacerlo cuando se trata de nosotros mismos.  Por ejemplo, escoja la lujuria, pero deje de verla como un adorno general del macho, como algo inherente a la condición masculina. Como algo divertido, apetecible e inocuo. Analice en profundidad sus aberraciones y todo lo que está dispuesto a hacer para satisfacer su lascivia.  ¿A cuántas personas está dispuesto a herir sin importar la magnitud del daño?  Y vea que no se trata de un análisis a distancia sino “en vivo y a todo color”, pues no se trata de juzgar fuera de lugar sino de ponerse en la situación real.  En el ojo del huracán.  En el lance sexual mismo.  Vea que si no tiene la condición moral suficiente, o la entereza probada, usted sucumbirá si las condiciones son propicias.  Hombres y mujeres seguimos esa ruta.  Pero, ¿es tan difícil conocerse?  Si lo estudiamos bien y con honestidad, puede resultar que no sea así, pues todos sabemos lo que somos; lo difícil es aceptarlo.  Todos sabemos que somos egoístas, pero nunca lo admitiremos en público…ni siquiera en la privacidad de nuestra mente.  Y para evitar esa confrontación con la verdad, inventamos una infinita variedad de mecanismos justificativos que nos relevan de la obligación de vernos cara a cara, sin maquillajes sociales ni con la máscara de la impostura.
        Conocernos a nosotros mismo podría ser la solución a casi todos nuestros problemas, ya que todos ellos se derivan de nuestra personalidad y su estructura moral.  De cómo estamos constituidos desde el punto de vista ético, lo cual nos lleva a una cierta conducta que es siempre el reflejo fiel de lo que somos, sin importar los antifaces.  Aquello que determina nuestra autenticidad y carácter… o la falta de ellos.
        ¿Es usted fiel o infiel?  ¿Cómo se declararía?  ¿Qué se diría a usted mismo?  ¿Que depende de las circunstancias?   Pero piense que la fidelidad es un valor absoluto y no negociable; no es un elástico que estiramos a conveniencia y placer.  Y así puede hacerlo con todas las virtudes y defectos que usted desee.  Es un interesante ejercicio para cuando no tenga otra cosa que hacer en esos momentos de tedio y falta de oficio.
                   Fraternalmente
                    Ricardo Izaguirre S.        E-mail:       rhizaguirre@gmail.com

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