1048 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan
los abusos del Poder”
¿ROMANTICISMO CON DIOS?
Un
día de estos escuchaba a un entusiasta “pastor” predicando en una iglesia
televisiva, y quedé impresionado por la certeza con la que afirmaba a sus
feligreses la verdad de su mensaje.
“Dios –les decía- tiene un plan para cada uno de ustedes. Para usted, para usted y para usted”. Como si él fuera el vocero, confidente e
intérprete de Dios.
De
todas las ideas que el hombre ha inventado acerca de su supuesta relación con
Dios, la más disparatada es la de creer que esa Deidad, con las características
que le hemos atribuido (o que se derivan de la lógica) tiene una comunión
personal con cada habitante de la Tierra.
Con cada uno de los siete mil
millones que formamos la humanidad.
Algo así como papá-hijo, mamá-hija, nieto-abuelo. Un contacto de tipo familiar. El hombre (las religiones) ha decidido en
forma unilateral el tipo de trato que tiene con Dios. Pero lo que es peor, ha asumido el doble
papel de Dios y Hombre, y se ha tomado la libertad de pensar por Dios, escribir
libros santos en su nombre y, además,
interpretar qué es lo que quiso decir en tal o cual situación ambigua o
enredada en la redacción de cualquier texto “sagrado”. El hombre interpreta, traduce y garantiza la
validez y promesas de un Dios al que
nadie ha visto nunca; al que nunca nadie ha escuchado y, por supuesto, cuyo pensamiento
nadie conoce. Y lo más seguro: que jamás ha escrito libro alguno.
El
hombre ha inventado todo el discurso: lo que piensa Dios, lo que cree y lo que
quiere, sus planes y objetivos; qué lo enoja y hace que nos envíe al Infierno
por TODA LA ETERNIDAD. También cuál es
la vía del perdón y la redención, en fin, todo el manual que nos garantiza el
ingreso seguro al Paraíso. O la caída en
el infierno. ¿Y quién o quiénes aseguran eso?
Pues los que escribieron los libros sagrados, esos misteriosos sujetos
que, supuestamente, tenían el privilegio y la ventaja de hablar cara a cara con
Dios. Pero, ¿con cuál dios? Y ese es el irresoluble problema que tenemos
que plantearnos ante estos improbables encuentros entre seres humanos
ordinarios, y cierto tipo de personajes
provenientes “del cielo”.
El
concepto de Dios (filosóficamente) es inasequible al hombre, pues es tal su
trascendencia infinita, que nada de naturaleza finita es capaz de entenderlo o
relacionarse con esa IDEA; ¿y por qué?
Porque lo finito es incapaz de comprender o relacionarse con lo Infinito.
Y esto nos lleva a la descalificación de cualquier encuentro entre
seres humanos y la Deidad. Es
filosóficamente imposible. Y eso lo sabe
muy bien el budismo y el hinduismo cuando afirman: “Dios es Aquello sobre lo cual toda especulación es inútil”. Fin del camino. Entre ese Dios Infinito, el Absoluto, el
Poder por Siempre Oculto, el Inmanifestado, el Nírguna Brahma y el hombre, hay
una escala casi infinita de deidades de diversas categorías; pero todas ellas
absolutamente alejadas del Incognoscible, el Poder por siempre oculto en el
misterio eterno. No es este Dios
Absoluto, desde luego, el que se ha dedicado a escribir manuales de salvación
para insignificantes hormigueros humanos que pululan por miríadas incontables
en las profundidades del universo, y cuya desaparición o aparición a nadie
importa ni altera el curso de la mecánica celeste que se rige de acuerdo con leyes
eternas e invariables, y no por cuestiones emocionales o de ruegos de míseros
mortales… ni siquiera de dioses. Si una
galaxia tiene que desparecer, con millones de planetas poblados como la Tierra,
desaparece y punto. Sus componentes son
reciclables, la materia es imperecedera y el tiempo también. El universo funciona debido a leyes eternas y
NO mediante oraciones o súplicas a alguna deidad incapaz de variar el curso de
los grandes acontecimientos del Cosmos, y que son determinados por la Ley. Si la Tierra tiene que desaparecer, lo hará,
a pesar de todos los santos y dioses que hemos inventado como nuestros
protectores, y con los cuales mantenemos una relación romántica en un solo
sentido. Jamás ha intervenido Dios (o
los dioses) en alguna acción que contravenga la Ley. Es imposible.
No
existe posibilidad alguna de encuentro entre Dios y cualquier humano; ni
siquiera entre los dioses y Dios, el
Principio Rector de todo. La idea de ese
dios personal es de lo más atrayente que podamos imaginar: un padre bueno,
perdonador, amoroso y violador de la Ley, que se dedica a salvar pecadores de
la manera más absurda imaginable, incluyendo la violación de sus propias leyes. Pero tal cosa no existe, no puede existir
pues significaría la negación de todo principio lógico y filosófico. Dios es la Ley Eterna, y viceversa, y está
más allá de la compresión de cualquier hombre o categoría de dioses. Por lo tanto, decir que Aquello tiene un plan
particular para cada insignificante criatura del universo, resulta un despropósito
que solo cabe en la mente de personas que están muy lejos de entender ni los
fundamentos más simples del esquema general.
Es reconfortante creer en un dios personal que esté a nuestro servicio
incondicional en cualquier situación de apuro.
Todos TENEMOS LA NECESIDAD de
creer en un dios con esos atributos, porque si no fuera así, ¿para qué nos serviría? ¿Qué necesidad tendríamos de un dios que no
puede perdonar nuestros pecados, curar nuestras enfermedades, darnos dinero y
llevarnos al cielo? Y como el Dios
Absoluto no hace ninguna de esas cosas, resulta ser una simple abstracción que,
para los fines prácticos de los hombres, no existe y es irrelevante. Dios tiene que ser ÚTIL. Si no, ¿para qué sirve
o qué necesidad tenemos de él? Dios se agiganta
en la desgracia del hombre y significa todo; pero en la opulencia de la humana
criatura, desaparece hasta convertirse en algo sin utilidad alguna. Es el hombre el que tiene un plan para Dios:
parapetarse en él para evadir las consecuencias (karma) de sus actos.
Desde
luego que cada uno tiene la libertad de creer en lo que más le convenga y le
guste. Y ese es el punto: la
conveniencia. No le concedemos al Diablo
ninguna importancia; ni siquiera existencia objetiva, pues no nos ofrece nada
que nos parezca de utilidad; no es de
nuestra conveniencia, en nada nos
puede ayudar ni servir. Y aunque nos
fascina aventurarnos en juergas por sus territorios, no queremos compromisos
permanentes con don Sata, ya que con él no se juega. Pero el dios que hemos inventado es otra
cosa. Con este, solo es cuestión de
“pasarle la brocha” de forma adecuada para obtener (supuestamente) todo lo que
deseamos y más. Incluyendo la entrada al
Paraíso. Nuestro dios es un dios lleno
de ofertas y promesas de lo más generosas.
Es el dios de las promociones y de los “sales”, según nos lo presentan
nuestros “guías espirituales”. El cielo
y el perdón de los pecados siempre están en baratillo. Solo es cuestión de arrepentirse, llorar,
cantar, prometer y dar una buena limosna.
Y todo está resuelto, según el
plan de los pastores… y de los interesados.
Es
por eso que coqueteamos con dios y nos encanta la idea de un romance personal
con él. Nos embruja la idea de ser
vistos por él, de ser tomados en cuenta por él como si fuéramos unos niños
traviesos a quienes siempre está dispuesto a perdonar. Pero todo eso solo es imaginación de los
curas y pastores… y feligreses interesados y llenos de fe, plegarias y buenas
intenciones. Pero el Universo se rige
por leyes invariables, inalterables e ineluctables. No por oraciones ni súplicas, no por
intercesiones de nada ni de nadie ni por planes personales entre dios y los
hombres. Solo por la Ley. Solo por el Karma. Desde luego que esta posición no goza de
aceptación entre nosotros, y es por eso que todos nos acogemos al clientelismo
de nuestras iglesias y vemos con resquemor todo aquello que enturbie nuestra
idílica visión religiosa.
¿Qué
cree usted?
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
Brillante, como siempre, para malestar de quienes alimentan la ilusión de lograr la impunidad, después de morir.
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