miércoles, 6 de julio de 2016

1060 Convivir con "Yo"



1060   LA CHISPA       30 de junio de 2016
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
CONVIVIR CON “YO”
         Durante la niñez solemos ser felices debido a la inconsciencia, pero una vez que probamos la manzana y separamos al mundo externo de nuestro yo, empieza el calvario de la vida: convivir con nosotros mismos y ser testigos de las operaciones mentales de nuestra personalidad.  A partir de allí, tenemos que escuchar centenares de voces malignas que deliberan a su antojo, y que utilizan nuestras cabezas como su salón de fiestas.  Ese es el obstáculo más grande con el  que todos topamos en nuestras vidas, pues no hay forma alguna de escapar de semejante compañía.  No podemos escabullirnos de la presencia de entidades que, siendo ajenas a nosotros, forman parte oficial de nuestro ser.  Eso que llamamos “mente” (un misterio absoluto) es la causa de todas nuestras desventuras y de los miles de problemas (imaginarios en su mayoría) que se generan en nuestro cerebro.  Pero lo que es peor, la casi totalidad de esos pensamientos que nos atormentan en el diario vivir no son nuestros, son inducidos, los tomamos del ambiente que nos rodea, son “cosas”, materia tangible que, si no estamos alerta, se fijan en nuestra mente como si fueran producto de esta.  Son parásitos nocivos que nos causan dolor gratuito cuando pasan a formar parte de nuestro “yo”.
         Convivir con esa horda de criaturas horribles a las cuales les importamos un chayote, es el difícil reto que debemos enfrentar para no sucumbir ante ellas, ni terminar identificados con sus propósitos.  Por desgracia, la mayoría de personas se hermana con estos invasores de la mente, y no hace diferencia entre lo son ellos y esos moradores del umbral (Chispa # 560).  La atmósfera está repleta de estos agentes del mal, que son el producto de las emociones del colectivo humano; lo cubren todo y a todos, especialmente en las ciudades y grandes aglomeraciones.  De ahí la importancia de los retiros y la soledad.
         Convivir con ese “yo” es terrible, agobiante y desgastador; pero lo que es peor es que nos conduce, si somos conscientes, a tener el peor concepto de nosotros mismos, pues como son pensamientos que emanan de nuestra mente, llegamos a creer que somos nosotros sus creadores cuando en realidad solo somos los indefensos huéspedes de esos parásitos mentales.  Es por eso que cuando tomamos consciencia de nuestras ideas egoístas en algún sentido, nos sentimos miserables, pues creemos que esa es nuestra naturaleza.  Y así pasa con casi todos los vicios morales.  No todos son parte de nuestra personalidad, sino que son criaturas independientes que se han posicionado en nuestra mente porque se los hemos permitido.  Y eso consiste parte de la batalla contra el “Mal”.  En diferenciar lo que es producto nuestro y lo que importado, lo que nos ha tomado por asalto debido al ambiente en el cual vivimos y del cual se nutre nuestra mente.  Recuerde siempre que hay atmósferas tóxicas que condicionan nuestra forma de pensar y analizar las cosas; si usted no está alerta, será contaminado.  Con más seguridad con la que podría hacerlo el virus de la gripe.  La “contaminación mental” es la peor enfermedad de la especie humana.  De ella fluyen los grandes vicios morales que nos mantienen en guerra contra todo el mundo; y lo que es más grave, en contra de nosotros mismos.  Nuestros parásitos mentales son los peores enemigos que tenemos, porque están adentro (son quintacolumnistas invisibles) y casi no tenemos defensas que nos protejan de su insidioso ataque.  Nuestro egoísmo, el más brutal de los vicios morales tiene su origen en nuestra mente, y es producto de una combinación venenosa de innumerables vicios menores.
         Claro que si somos inconscientes no nos damos cuenta de esa horrible faceta de nuestra personalidad; es más la justificamos y hasta nos sentimos orgullosos de ella;  pero si logramos percibirla y verla tal como es, no podemos menos que sentirnos avergonzados,  miserables.  Y esa es la razón por la cual, cuando desarrollamos la consciencia mediante el conocimiento de nosotros mismos, convivir con “yo” se convierte en una dolorosa experiencia diaria.  Cuando mentimos por vicio, traicionamos, manipulamos, somos ingratos, hipócritas, maliciosos o cínicos nos creemos “vivos”, listos y superiores a nuestras víctimas.  Pero si somos conscientes de lo que tales vicios son, empieza el calvario y la vergüenza; el horror de “convivir con Yo”.
         Mentir es uno de los peores pecados; el más generalizado y dañino y, sin embargo, aquel cuya justificación cuenta con billones de pretextos para darle legitimidad y aceptación.  En todos los quehaceres humanos; incluyendo principalmente, a las religiones.  Tan inevitable y evidente es este vicio, que la Iglesia jamás se atrevió a incluirlo entre los llamados “pecados capitales”.  Prefirieron señalar la “pereza” en lugar de la mentira, el pecado que mayor daño causa a la sociedad; incluso más que el egoísmo, pues este puede ser refrenado por otros factores.  La falacia es de lo peor, no importa que la categoricemos y pretendamos que algunas de ellas son blancas o ingenuas; o farsas inofensivas, dichas solo para divertir a los demás.  La mentira siempre es dañina, aun cuando el embustero nos diga que se trata de una invención.  Pero a pesar del suplicio en el cual vive el engañador consciente, jamás acepta el mote de mentiroso; no hay nadie más agresivo que un patrañero al cual “se le pele el fondillo” en una de sus “yucas”.  Convivir con un “yo” mendaz es lo peor que puede pasarnos, pues este llega a ser tan hábil en su tenebroso oficio, que se presenta el momento en que ya no sabemos si lo que contamos es cierto o solo una mentira mimada y acunada en algún prolífico rincón de nuestra mente, en el reservorio casi infinito de las falacias que forman nuestra personalidad.
         Sí, señores, convivir con “yo” es una de las tareas más difíciles que hay… si somos conscientes, desde luego.
         Que la paz sea con ustedes
                                  Ricardo Izaguirre S.    Correo: rhizaguirre@gmail.com

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