1060 “LA CHISPA” 30
de junio de 2016
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
CONVIVIR
CON “YO”
Durante la niñez solemos ser felices
debido a la inconsciencia, pero una vez que probamos la manzana y separamos al
mundo externo de nuestro yo, empieza el calvario de la vida: convivir con
nosotros mismos y ser testigos de las operaciones mentales de nuestra
personalidad. A partir de allí, tenemos
que escuchar centenares de voces malignas que deliberan a su antojo, y que
utilizan nuestras cabezas como su salón de fiestas. Ese es el obstáculo más grande con el que todos topamos en nuestras vidas, pues no
hay forma alguna de escapar de semejante compañía. No podemos escabullirnos de la presencia de
entidades que, siendo ajenas a nosotros, forman parte oficial de nuestro
ser. Eso que llamamos “mente” (un misterio
absoluto) es la causa de todas nuestras desventuras y de los miles de problemas
(imaginarios en su mayoría) que se generan en nuestro cerebro. Pero lo que es peor, la casi totalidad de
esos pensamientos que nos atormentan en el diario vivir no son nuestros, son
inducidos, los tomamos del ambiente que nos rodea, son “cosas”, materia tangible
que, si no estamos alerta, se fijan en nuestra mente como si fueran producto de
esta. Son parásitos nocivos que nos
causan dolor gratuito cuando pasan a formar parte de nuestro “yo”.
Convivir con esa horda de criaturas
horribles a las cuales les importamos un chayote, es el difícil reto que
debemos enfrentar para no sucumbir ante ellas, ni terminar identificados con
sus propósitos. Por desgracia, la mayoría
de personas se hermana con estos invasores de la mente, y no hace diferencia
entre lo son ellos y esos moradores del umbral (Chispa # 560). La atmósfera está repleta de estos agentes
del mal, que son el producto de las emociones del colectivo humano; lo cubren
todo y a todos, especialmente en las ciudades y grandes aglomeraciones. De ahí la importancia de los retiros y la
soledad.
Convivir con ese “yo” es terrible,
agobiante y desgastador; pero lo que es peor es que nos conduce, si somos
conscientes, a tener el peor concepto de nosotros mismos, pues como son
pensamientos que emanan de nuestra mente, llegamos a creer que somos nosotros sus
creadores cuando en realidad solo somos los indefensos huéspedes de esos
parásitos mentales. Es por eso que
cuando tomamos consciencia de nuestras ideas egoístas en algún sentido, nos
sentimos miserables, pues creemos que esa es nuestra naturaleza. Y así pasa con casi todos los vicios
morales. No todos son parte de nuestra
personalidad, sino que son criaturas independientes que se han posicionado en
nuestra mente porque se los hemos permitido.
Y eso consiste parte de la batalla contra el “Mal”. En diferenciar lo que es producto nuestro y
lo que importado, lo que nos ha
tomado por asalto debido al ambiente en el cual vivimos y del cual se nutre
nuestra mente. Recuerde siempre que hay
atmósferas tóxicas que condicionan nuestra forma de pensar y analizar las
cosas; si usted no está alerta, será contaminado. Con más seguridad con la que podría hacerlo el
virus de la gripe. La “contaminación
mental” es la peor enfermedad de la especie humana. De ella fluyen los grandes vicios morales que
nos mantienen en guerra contra todo el mundo; y lo que es más grave, en contra
de nosotros mismos. Nuestros parásitos
mentales son los peores enemigos que tenemos, porque están adentro (son
quintacolumnistas invisibles) y casi no tenemos defensas que nos protejan de su
insidioso ataque. Nuestro egoísmo, el
más brutal de los vicios morales tiene su origen en nuestra mente, y es
producto de una combinación venenosa de innumerables vicios menores.
Claro que si somos inconscientes no nos
damos cuenta de esa horrible faceta de nuestra personalidad; es más la
justificamos y hasta nos sentimos orgullosos de ella; pero si logramos percibirla y verla tal como
es, no podemos menos que sentirnos avergonzados, miserables.
Y esa es la razón por la cual, cuando desarrollamos la consciencia
mediante el conocimiento de nosotros mismos, convivir con “yo” se convierte en
una dolorosa experiencia diaria. Cuando
mentimos por vicio, traicionamos, manipulamos, somos ingratos, hipócritas,
maliciosos o cínicos nos creemos “vivos”, listos y superiores a nuestras
víctimas. Pero si somos conscientes de
lo que tales vicios son, empieza el calvario y la vergüenza; el horror de
“convivir con Yo”.
Mentir es uno de los peores pecados; el más generalizado y dañino y,
sin embargo, aquel cuya justificación cuenta con billones de pretextos para
darle legitimidad y aceptación. En todos
los quehaceres humanos; incluyendo principalmente, a las religiones. Tan inevitable y evidente es este vicio, que
la Iglesia jamás se atrevió a incluirlo entre los llamados “pecados
capitales”. Prefirieron señalar la
“pereza” en lugar de la mentira, el pecado que mayor daño causa a la sociedad;
incluso más que el egoísmo, pues este puede ser refrenado por otros
factores. La falacia es de lo peor, no
importa que la categoricemos y pretendamos que algunas de ellas son blancas o
ingenuas; o farsas inofensivas, dichas solo para divertir a los demás. La mentira siempre es dañina, aun cuando el embustero
nos diga que se trata de una invención.
Pero a pesar del suplicio en el cual vive el engañador consciente, jamás
acepta el mote de mentiroso; no hay nadie más agresivo que un patrañero al cual
“se le pele el fondillo” en una de sus “yucas”.
Convivir con un “yo” mendaz es lo peor que puede pasarnos, pues este
llega a ser tan hábil en su tenebroso oficio, que se presenta el momento en que
ya no sabemos si lo que contamos es cierto o solo una mentira mimada y acunada
en algún prolífico rincón de nuestra mente, en el reservorio casi infinito de las
falacias que forman nuestra personalidad.
Sí, señores, convivir con “yo” es una
de las tareas más difíciles que hay… si somos conscientes, desde luego.
Que la paz sea con ustedes
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
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