731 “LA
CHISPA” (10 diciembre 2009)
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿QUÉ SIGNIFICA “INSTITUCIONALIDAD
DEMOCRÁTICA”?
El
mito de las “instituciones” es un
arma poderosa en manos de las clases dominantes políticamente, valga decir, las
oligarquías. El diccionario dice muchas
cosas acerca de aquellas, pero en ninguna parte afirma que sean sagradas y que deban mantenerse contra
viento y marea si de ellas no se derivan cosas buenas para la sociedad de un
país. La institucionalidad en
América Latina es un fraude monumental que nos han hecho. Pero lo más nocivo es que, a través de la escuela, le han hecho
creer a la gente que esta es una cuestión sagrada
que debe mantenerse a todo trance, aún con el sacrificio de las poblaciones. En la dialéctica democrática es equivalente al orden jurídico y social bajo un marco
de normas que indican cuáles son los derechos y los límites de cada
ciudadano. En teoría esto parece
perfecto, pero el problema surge en la forma cómo se aplica y de qué manera ha sido
articulado ese orden legal. ¿Quiénes
participan en su estructuración? ¿Se
toman en cuenta los intereses de la gente en su confección? ¿Y por qué solo los que dominan el Poder
tienen la facultad de cambiarlo cuando les da la gana? (Chiste político: “Respeto a la Constitución”)
Ese
es el gran problema en nuestros pueblos, ya que estos nunca participan en la formulación de las leyes que hacen el
entramado jurídico que da nacimiento a las instituciones. Siempre son minorías las que, parapetadas
detrás del “orden jurídico”, y a pesar de él, tienen la capacidad de hacer
lo que les da la gana con este y las finanzas públicas. El meollo de la cuestión
política. Es por eso que detrás del cuento de la institucionalidad hay
mucho esfuerzo de domesticación, trabajo que ha sido encargado a la escuela en
todos sus niveles. Es uno de los “valores” que se enseña a niños y jóvenes a respetar. Se les hace creer que es algo sagrado que debe prevaler, a pesar de
sus defectos, ya que es para el beneficio
de todos. El orden jurídico o
constitucional (otro de los nombres de ese fantasma) ha llegado a ser algo así
como las religiones: un elemento de intimidación cívica y casi patriotero. Pero solo para el populacho, pues cuando las
oligarquías necesitan hacer algo que va en contra de la ley, cambian la ley y lo hacen legal. Cuando quieren un acto ilegal, como la reelección, violentan la
Constitución con artimañas y burlan la Norma.
Ese fraude específico se conoce
como “reforma”. Pero el proletario nunca
puede hacer eso, y tiene que soportar de todo. (Chiste institucional: “Libertad de escogencia de candidatos”)
La
institucionalidad es la gran falacia mediante la cual se mantiene la docilidad
de las masas. Es el látigo que los
gobiernos hacen chasquear cada vez que aquellas pide un poco de justicia. Les dicen que no se puede violar esta para
complacer antojos injustificados como aumentos de salarios, más escuelas,
hospitales y guarderías. El presupuesto
ya está hecho y no es posible alterarlo sin atropellar el orden constitucional. Punto.
La institucionalidad
democrática nos enseña a reverenciar el concepto de “paz social”, a verla como un fetiche que se encuentra por encima de
todo, como una prioridad absoluta. Pero su objetivo real es mantener el establishment a toda costa, cuestión de
interés solo para unos pocos que no quieren la menor alteración en su mundo perfecto. Sin embargo, el hombre libre DEBE
distinguir, está obligado, entre lo
que es la armonía social como fruto del entendimiento y la justicia, y lo que
es la calma ignominiosa que les imponen los poderosos a los pueblos ignorantes. El
Hombre libre SABE que la muerte es preferible a una paz sin honor. Es más apetecible la quietud del cementerio
que la indignidad del sometimiento por miedo o indolencia. Tampoco es satisfactoria la paz con hambre,
enfermedad o analfabetismo. Esta es un
concepto mucho más profundo que la ausencia de guerra y va más allá de tener la
panza repleta y gozar de un chiquero. Esto es suficiente para los chanchos pero no debe
serlo para el Hombre. La Institucionalidad
es un conjunto de leyes y reglamentos en cuya creación los ciudadanos de a pie
jamás son tomados en cuenta; por lo tanto, en apego a la justicia, estos NO TIENEN OBLIGACIÓN alguna de
acatarlos. Son trampas hechas por los “de
arriba” para tener el control de las masas y la economía. Como la Ley de Inquilinato o la Devaluación.
La Institucionalidad democrática nos
dice que los pueblos hacen elecciones y que escogen libremente a sus
gobernantes. Ese es el dogma para
adormecer al ciudadano pero, ¿funciona ese mecanismo de manera real y justa? Veamos el caso del nombramiento de candidatos
a la presidencia o diputaciones (el núcleo del Poder). ¿Escoge el votante a sus candidatos de manera
directa? ¿O lo hacen los partidos
políticos, instrumentos de las oligarquías? La
pertenencia política irreflexiva del ciudadano es el ideal de los poderosos. La membresía de millones de tontos útiles en
los partidos, es la panacea con la que sueñan “los dueños”. A usted le han hecho creer que elige, pero
eso es una mentira que debemos repetir hasta el aburrimiento. Usted
JAMÁS elige a nadie. Usted solo es utilizado para legitimar el poder en manos de unos
pocos. ¿Eligió usted a doña Laura Chinchilla o a sus candidatos a
la vicepresidencia? Es posible que ni ella sepa quiénes son sus
socios de papeleta ni por qué están allí.
Se trata de una orden superior. ¿A qué distrito o cantón representa una
diputada de apellido Taitelbaum? ¿Qué comunidad la eligió? ¿La suya? ¿O solo apareció en la lista por arte de magia? Así se maneja esa “Institución Electoral”, y usted la valida con su voto.
Cuando
los candidatos a la Municipalidad y a las diputaciones salgan de los cabildos o
comunas y sean representantes libres sin ligas con partido alguno, entonces
podremos decir que usted los eligió.
Pero mientras todo eso sea producto de la manipulación y compadrazgos
entre la gente que siempre tiene el Poder, esas instituciones seguirán siendo
espurias y no dignas de la reverencia a la cual nos han convencido debemos profesarles. La institucionalidad
democrática es algo así como las religiones, una especie de espectro que han sacralizado para que
todos doblemos la rodilla ante ella, sin raciocinio alguno. Pero
solo es un producto humano al servicio de una minoría privilegiada. Estimado conciudadano: piense y no permita que
lo manejen como robot. Pero si acepta esta
situación, que sea de manera consciente y sepa que participa en ella porque le da la gana y no porque sea
una veleta. (¿Cómo funciona el sistema electoral en su país?)
Institucionalescamente
Ricardo Izaguirre S. E-mail:
rhizaguirre@gmail.com
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