1055 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LOS VICIOS MORALES
Se
supone que todos estamos dotados de un núcleo moral como parte esencial de
nuestra personalidad. No importa que
tratemos de ignorarlo o no, es el que regula y ordena nuestra conducta social;
la fuerza irrefrenable que determina nuestra potencialidad de causar daño a
nuestros semejantes, incluso a nosotros mismos, pues en la gran mayoría de los
casos, somos las víctimas principales de este mecanismo evolutivo que,
implacablemente, nos conduce por ese sendero que no es arbitrario ni
corresponde a “castigo” alguno, sino que es el producto inevitable de lo que
hemos hecho (sembrado, como dicen poéticamente las religiones). Es el resultado de la indulgencia que
aplicamos con nuestras tendencias malignas.
Porque NADIE, nadie puede alegar desconocimiento de la naturaleza de
nuestros pensamientos y sus secuelas, que son las acciones que nos llevan a los
resultados que obtenemos en la vida, y a través de las vidas. Se llama Karma, y NO PERDONA.
La
cuestión moral del hombre es algo que siempre ha preocupado a las religiones y
filósofos; pero también, en alguna medida, en algún momento de su vida, a cada
persona en particular, cuando tratan de explicarse o comprender la naturaleza
de su conducta, de la cual, suelen ser víctimas indefensas. ¿Por qué actúo así? ¿Por qué no puedo refrenar mi lengua? ¿Por qué pierdo el control de mi carácter a
la menor provocación o incomodidad? ¿Qué
es lo que determina el carácter, esa potencialidad o carencia que nos hunde
socialmente o que nos conduce por el camino correcto y envidiable? ¿Por qué hay gente CORRECTA y legiones de
insensatos incapaces de un comportamiento decente y aceptable? ¿Por qué hay miríadas de zopencos que,
conociendo la conducta correcta siempre escogen el camino errado? ¿Por qué?
Es indudable que ante cualquier situación que no plantee la vida,
SIEMPRE CONOCEMOS la elección correcta.
Vean que siempre sabemos qué es lo que nos conviene, protege y nos
libera de resultados desagradables. Solo
meditemos ante un lance social sumamente abundoso: la infidelidad marital. ¿Sabemos o no, a lo que nos puede conducir y
todas las desgracias que de él pueden derivarse? ¿Hay alguien, hombre o mujer; que crea
honestamente que puede salir incólume de una aventura “amorosa”? Todos SABEMOS los riesgos y sus
consecuencias. Conocemos el peligro y
las dolorosas consecuencias que entraña la infidelidad y, sin embargo, SABIENDO,
siempre estamos dispuestos a jugárnosla bajo la ingenua teoría de que solo es
un pasatiempo del que nadie se va a dar cuenta; que nadie va a salir lastimado,
que solo es un juego ingenuo que no entraña daño para nadie.
¿Qué
es lo que determina esa conducta suicida a pesar de que conocemos las
inevitables consecuencias? El núcleo
moral del cual estamos dotados; mejor dicho, las deficiencias de ese mecanismo
que, en forma general, conocemos como CARÁCTER. ¿Y por qué casi todos carecemos de ese elemento
de la personalidad que nos haría invulnerables a los ataques de nuestras
propias debilidades? Porque todos somos
diferentes, con distintos grados de desarrollo personal que nos sitúan en un
infinito número de posiciones en el camino evolutivo. Eso se llama carácter, y es el indicador
primario del sitio que ocupamos en la manada evolucionante.
Carácter
NO es violencia ni imposición de la voluntad; es el dominio sobre las
tendencias negativas y destructivas que residen en nuestro núcleo moral
y que son el producto de cientos de inclinaciones “malignas” cuya génesis se
encuentra en nuestra mente (parte de la personalidad). El dominio de esos vicios es la gran batalla
del hombre; es el camino que conduce a la “santidad”. A ser un hombre correcto que, ante la oferta
de sus instintos, sabe distinguir y elegir el BIEN, la conducta adecuada e
incapaz de causarle el mínimo dolor; tampoco a sus semejantes.
Las
religiones han luchado en contra de estas tendencias, pero con una metodología
diferente y dudosa: haciéndonos creer que el “castigo” será en el Infierno, un
sitio hipotético y discutible; además, sujeto a la posibilidad de evadirlo
mediante la triquiñuela del perdón de los pecados, una especie de amnistía que
promueve la impunidad del mal. Aunque se
han escrito códigos morales variados, los más notorios son los religiosos. Por desgracia algunos de ellos, como el
bíblico, fundamentados en leyes tan severas, hicieron que otras asociaciones
religiosas se fueran a los extremos de flojera y al clientelismo. Optaron por ofrecer a sus feligreses,
diversos caminos fáciles para evadir las consecuencias de sus actos, algo
impensable desde el punto de vista de la filosofía o de las religiones
orientales, en las cuales el principio de la Justicia Eterna está representado
por el Karma.
No
es sino hasta que entendemos la naturaleza educativa de la Ley, que focalizamos
nuestra atención en nuestro núcleo moral, fuente de todas nuestras desgracias o
felicidad. Solo cuando entendemos eso,
dejamos de quejarnos y de buscar culpables exteriores: prójimos, diablos,
dioses. Solo cuando fijamos nuestra
atención en nuestro interior (mente), es cuando nos damos cuenta de que todo
está en nosotros. Que todas nuestras
circunstancias derivan de nuestra conducta, y que esta está determinada por ese
núcleo moral que nadie, salvo nosotros mismos, puede hacer cambiar. Nadie nos puede absolver, ni siquiera un
dios.
Esa
será la temática de esta serie de “Chispas”: hacer un brevísimo análisis de
algunos de esos vicios morales que TODOS tenemos, y que TODOS minimizamos hasta
el punto de creernos libres de ellos.
Esas explicaciones que nos damos ante nuestras faltas de moral, serán el
punto focal de estas notas. Desde luego
que cada uno de nosotros deberá practicar una metodología que suele ser extraña
(o inexistente) cuando establecemos juicios sobre nuestra conducta, vicios y deficiencias morales. Pero si no somos honestos y críticos,
permanecemos en el engaño, lo cual no nos ayuda en nada. Tampoco es cuestión de afligirse, pues en el
camino de la evolución, disponemos de millones de años para hacer los
correctivos necesarios. La Rueda de
Samsara, si creemos en la transmigración, nos garantiza todo el tiempo del
mundo para obtener la purificación por nuestra propia voluntad y ser nuestros
propios salvadores.
La
Iglesia empezó señalando unos pocos de estos vicios que, finalmente quedaron en
siete. “Los siete pecados capitales”,
lista engañosa que nos lleva a creer que solo son siete “pecadillos” lo que nos
separan del cielo y que, con buen y oportuno arrepentimiento, podemos borrar de
nuestra carga moral y colarnos en el Paraíso.
Incluso nos señalaron las “vacunas” que nos protegen de ellos.
En
la lista que aquí se elaboró, se incluyen más vicios que no pueden ser negados, ya que su presencia es evidente en casi todos
los seres humanos. Es por eso que les
pedimos que sean honestos en su análisis y estudio de esos vicios. Sin ser condescendientes ni tolerantes. Con rigor científico, pues eso nos puede
llevar a darnos una idea aproximada de la clase de personas que somos. El siguiente es uno de esos vicios del cual
casi TODOS creemos estar libres; y nos
indignamos si alguien sostiene lo contrario.
Ese mote se convierte en el disparador de todos los demás vicios que
hemos incluido en esta lista de estudio: MALEDICENTE. Si alguien nos acusa de eso, de inmediato se
despiertan en nosotros la intolerancia, vanidad, soberbia, ira, necedad,
cinismo, patanería, irrespeto, grosería y muchas otras de esas criaturas que
moran en el interior de nuestro núcleo moral.
¿Empezamos?
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
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