545 “LA CHISPA” (18/11/08)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
¿QUÉ COSA ES EL ALMA Y PARA QUÉ SIRVE?
Todos
damos por sentado que tenemos alma, aunque nunca nos hayamos detenido a pensar
seriamente qué cosa es eso. Nos gusta
creer que tenemos ese elemento que constituye nuestro vínculo con la Divinidad, y es por eso
que a veces hacemos algunos ejercicios mentales para entender de qué se trata.
Y aunque a menudo decimos que nos preocupa la salvación de nuestra alma, la
verdad lo que nos asusta es la suerte que pueda correr nuestro YO.
Vean que nunca hacemos nada en función de ella, ni por ella; nunca la
consultamos ni la hacemos partícipe de nuestras decisiones. Ni siquiera por el
cuerpo hacemos mucho, a menos que eso implique un riesgo de muerte que ponga en
peligro al YO. ¿Y qué es el YO? Es obvio que no es el
cuerpo, pues siempre decimos Yo
tengo un cuerpo. El YO como propietario del vehículo físico; también decimos Yo tengo un alma. De nuevo el YO como dueño del vehículo sutil que habrá de cargarlo cuando
llegue el momento de la muerte. Eso
suponemos. Entonces, como paso previo a
la pregunta del título de esta “Chispa”,
tenemos que abocarnos no a responder, sino a preguntar qué es el YO, a ver si entre todos sacamos una
conclusión útil para cada uno en su individualidad. ¿Es algo material, inmaterial, es la mente? Es indudable que el YO es el que tiene la batuta y toma todas las decisiones sin
consultar con ninguno de los otros elementos que integran la unidad (cuerpo y
alma). Pero ¿qué es y dónde reside ese
Elemento que no es el cuerpo ni el alma?
Porque recuerden que nosotros NO
decimos: “yo soy el alma, o soy mi cuerpo”.
Decimos: “yo tengo un cuerpo, yo tengo un alma”. El Yo
no se identifica con ninguno sino que los considera como su pertenencia. Mi
cuerpo, mi alma… Es más, tiene la pretensión de ser el poseedor de cosas
materiales: mi casa, mi carro, mi mujer, mi moto, mi cuenta bancaria. Cosas que ni al alma ni al cuerpo les importan
un chayote.
Los
que saben dicen que el alma o Nephesh
(alma animal o viviente) difiere del Neshamah
(espíritu puro) y del Ruach (alma
espiritual o Buddhi); pero para simplificar el concepto, consideraremos todo lo
inmaterial (si es que existe ese algo) del hombre bajo el término genérico de Alma.
Y con ese sentido lo estamos utilizando.
Pues bien, el YO nada sabe del alma ni qué lugar o
importancia tiene en su vida. Comprende
muy bien la función del cuerpo y está consciente de la necesidad de que este
viva todo lo que sea posible; que tenga vida
eterna, porque sabe o intuye que sin este, se queda sin vehículo a través
del cual manifestarse. De ahí nace el horror a la muerte. El Yo
sabe que gastado el cuerpo, no tiene dónde ir, lo cual significa su
aniquilación. Véase que al Yo no le preocupa el fin inevitable del
cuerpo ni, en cierta forma, el destino del alma. Sin embargo, como su principal y única
identificación es con el cuerpo, siente los miedos que son propios de este, y
los cuales ha experimentado mediante los sentidos. El Yo
sabe lo que es quemarse. Y aunque la razón le diga que el alma está
más allá de esas sensaciones, su experiencia física le produce el temor a un
sitio tan caliente como es el Infierno.
Entre el Yo y el alma existe
una separación casi absoluta, y es por eso que nada sabemos ni percibimos de
esta ni de su divinidad. El Yo solo piensa en ella de una manera
utilitaria y no como parte de una unidad mediante la cual estamos vinculados
con todos los seres vivientes del universo.
El Yo considera el alma como
una especie de recurso técnico mediante el cual puede lograr ciertos objetivos
que solo son suyos y no del hombre integral; es su contacto probable con los
dioses, la llave que lo puede conducir a un sitio en donde pueda posicionarse y
seguir ejerciendo su control absoluto sobre cualquier vehículo que pueda
manejar. Esa separación entre el Yo y el alma es la fuente de todos los
miedos, dudas y angustias del hombre. Es
por eso que los místicos hablan de la identificación entre los elementos del
Hombre para tener acceso a la
Divinidad. El no
cumplimiento de esta regla es la raíz del terror que nos inspira la muerte. El Yo o
Personalidad “sabe” que es finito y que su existencia depende de un
substrato mediante el cual actuar en el mundo material. Y como tiene consciencia de la duración del
cuerpo físico, pero sin tener ningún conocimiento real del alma o su parte
divina, tiene dudas, inseguridad; ni siquiera tiene idea de cuál es su origen
ni la relación que tiene con aquella. Solo teme perder el dominio.
Entonces,
si el alma es el “dispositivo” de la vida eterna, ¿por qué no nos merece una
mayor consideración? ¿Y dónde se
aloja? ¿En el cerebro o el corazón? ¿O solo está cercana a nosotros? ¿Tiene algún poder sobre nuestra conducta? ¿Es el contralor de nuestros actos o
solo estamos en manos de la personalidad? Y si el alma no es responsable de nada, ¿por
qué tiene que pagar en el Purgatorio o Infierno por aquellas cosas en las que
no intervino? ¿Y quién es “estamos”? ¿Es la mente lo mismo que el Yo, o solo es un instrumento de este? El manojo
de recuerdos (el Yo) tiene pánico de desaparecer, y es por eso que se
aferra a todo aquello que le sugiera la posibilidad de perdurar por “toda la
eternidad”. Y esa oportunidad se la
ofrecen las religiones, razón por la cual se aferra a estas con la brutalidad
que suele hacerlo bajo el lema de la
FE, sin raciocinio
y sin filosofía; solo con las ansias de seguir viviendo. Entonces pregúntese: ¿quién es usted? ¿Un alma, un
cuerpo, un Yo o un revoltijo de los tres?
¿Quién es el que toma las decisiones?
Comprender ese enigma es la solución de todo, pues ahí está el meollo
del misterio de la muerte y los temores que genera.
Todo
eso, desde luego, si aceptamos la idea de que tenemos alma, espíritu o lo que
sea, y si esta sobrevive a la muerte física y si conserva el resumen de lo que
ha sido el hombre: sus MEMORIAS. Porque en última instancia, el hombre no es
más que eso, un puñado de recuerdos que
trata de preservar a costa de lo que sea. Vean que lo que más teme el hombre NO es a la muerte en sí, sino a la
pérdida de la consciencia de lo que ha sido, al desvanecimiento de la PERSONALIDAD. Lo que el alma es o siga
siendo, es un asunto que tiene sin cuidado al Yo. ¿Qué me importa la
inmortalidad de mi alma si YO
desaparezco? Murió el cuerpo ¿y morirá
el Yo?
Fraternalmente
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