viernes, 26 de agosto de 2016

1069 Olimpiadas tercermundistas



1069  LA CHISPA         (17 de agosto de 2016)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
OLIMPIADAS TERCERMUNDISTAS
         Da lástima, salvo contadas excepciones, oír el lamento de casi todos los atletas tercermundistas: un discurso de pobreza total, limitaciones, angustias y un sentimiento generalizado de desamparo, lo cual se hace más evidente cuando vemos y nos enteramos de las condiciones en las cuales viajan las delegaciones de países como Alemania, Inglaterra, Francia, USA, España, Canadá y otras del primer mundo.  Da vergüenza, da lástima y nos llena una sensación de miseria que no puede ser borrada ni siquiera por la pírrica cosecha de medallas de oro que obtuvimos en conjunto TODOS los países tercermundistas latinos, incluyendo al anfitrión Brasil: 26.  Las mismas que sacó China sola, o el Reino Unido con 27.
         El resultado deportivo puede considerarse como un desastre, eso sin hablar de la cuestión social, económica y organizativa.  Entonces, ante la realidad de tales mediocres resultados, no quedan más que unas pocas opciones.  Una de ellas es no asistir a tales eventos en donde no tenemos cabida, dada la baja calidad de nuestros atletas; y la segunda, es crear unas olimpiadas “paralímpicas” tercermundistas.  Y la justificación sería nuestra pobreza, incapacidad técnica, desorganización, abandono, corrupción, falta de seriedad y compromiso de los gobiernos.  En fin, podríamos escudarnos en mil realidades de las que viven y sufren nuestros atletas.  Porque ¿cómo explicar que un enorme subcontinente con más de 500 millones de habitantes sea incapaz de hacer un papel decoroso en una justa que se celebró en “nuestro territorio”?  Si no fuera por Cuba (como siempre), Jamaica (con su monstruo Bolt) y  los colombianos, casi nada hubiéramos obtenido en el medallero.  Brasil no cuenta, pues siendo anfitrión y la clase de país que es (doscientos millones de habitantes en casi ocho millones de kilómetros cuadrados), estaba en la obligación de “barrer” en estas olimpiadas; por lo menos, de situarse entre los tres primeros.  Y ni qué decir del ridículo de México: “Un paisototote” como dijo un locutor mexicano, comparado con un “paisititito” como Cuba.  Colocado en el puesto número sesenta (60) más o menos, es una vergüenza.
         En una competencia en donde las diferencias son tan abismales, solo cabe una solución: la separación en categorías, como en el boxeo.  No puede ni debe ser que unos “peso pesado” como los gringos, rusos, alemanes, ingleses, chinos, japoneses o franceses, se coloquen en el mismo tinglado que Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Belice o Trinidad y Tobago.  Tan notoria es esta diferencia, que ya en el basquetbol olímpico solo se pelea por la medalla de plata; la otra, la de oro, ya es de los gringos…forever.  Se dice que en los Estados Unidos hay más de un millón de piscinas olímpicas (de esa categoría), entonces ¿qué puede hacer en contra de ellos un nadador de Honduras, Barbados o Guatemala?  Y no solo son las monstruosas diferencias técnicas y materiales (instalaciones), sino la mentalidad de ganadores que nace de la seguridad de saber que cuentan con el apoyo total y casi infinito de sus respectivos gobiernos.  Cada atleta alemán sabe que Alemania está con ellos...incondicionalmente.  En cambio, los nuestros solo amarguras tienen que rumiar.  Lupita ganó la medalla de plata en marcha, pero sus  padres NO pudieron acompañarla a Rio porque no tenían dinero para el pasaje.  Eso se dijo en la televisión.  Y esa es la historia cotidiana en nuestros atletas.
         Es por eso que debemos aclarar la situación y no engañarnos con el cuento del “olimpismo” que dice que lo que importa es competir.  ¡A la porra con ese cuento!  A las olimpiadas no se va “a ganar experiencia”, “a participar noblemente”, “a mejorar mis marcas personales”.  A las olimpiadas SE VA A GANAR EL ORO; con pena, la plata, y como consuelo, el plebeyo bronce.  Porque si  no llegamos con esa mentalidad, estamos fritos de antemano.  Usain Bolt no llega allí “a ver si puede” sino a ganar el ORO.  También Phelp.  Pero la consciencia de nuestros atletas les dice que están muy lejos de esas aspiraciones y, por lo tanto, se refugian en la proclama olímpica de que lo importante es competir.  Desde luego que NO es posible competir cuando el desbalance es tan marcado; cuando el “enemigo” es tan superior.  De ahí la necesidad de crear unas olimpiadas tercermundistas, en donde las fuerzas sean parejas y Bolivia pueda ganar 3 o 5 medallas de oro.  Una justa en donde Brasil sea el gigante a vencer; una competencia en donde Argentina infunda terror a los demás.  Una pelea en donde Belice tenga la oportunidad de ganar alguna medalla de bronce o plata.  Una batalla en donde todas las fuerzas se dirijan a derrotar a los cubanos o a los jamaicanos.
         En esta justa cabrían todos los países latinos, africanos y gran parte de los asiáticos; además, algunas naciones europeas como Grecia, Portugal (por su lastimoso papel en Rio), y otras como Bélgica, Georgia, Rumania, Kosovo.  En estas olimpiadas México podría convertirse en el gigante que sueña ser, aunque sea de mentirillas.  También cabría la posibilidad de una doble representación como en los casos de Cuba y Jamaica en ambas olimpiadas.  O con Brasil y Argentina en fútbol.
         En síntesis, es horrible ver esa lista de la tristeza que inicia Afganistán con 0 (CERO) medallas y que es seguida por más de CIENTO TREINTA PAÍSES.  En nuestras olimpiadas, los Emiratos Árabes podrían ser una gran potencia, pues tienen el capital para formar buenos atletas de nivel medio, que por ahora, solo les dieron una medallita de cobre.
         Y siendo tercermundistas, como somos, no estaríamos obligados a los altos estándares de construcción que demanda el COI para unas olimpíadas de verdad; podríamos hacerlas en estadios viejos, en piscinas no reglamentarias, en pistas mediocres (como lo que somos).  En fin, algo de acuerdo con nuestra mentalidad y coraje.  Nada de desperdiciar centenares o miles de millones que bien podemos invertir en infraestructura necesaria para el desarrollo de nuestros pueblos, porque malgastar lo que gastó Brasil en ese “carnaval deportivo”, es un crimen de lesa “brasileñidad”.  No se trata de patriotismo o espíritu olimpista sino de REALIDAD.  Ese circo es para países que puedan enfrentarlo sin sacrificio de sus economías.  Las olimpiadas siempre deben celebrarse en USA. Alemania, Inglaterra, Francia, España, Suiza o los países árabes petroleros como Arabia Saudita o Kuwait.  No se realizan olimpiadas solo por “rajar”, sino como una manifestación real de lo que es la economía de  un país.
         ¿Qué cree usted?
                               Ricardo Izaguirre S.      Correo:    rhizaguirre@gmail.com 

jueves, 18 de agosto de 2016

1067 Miedos y apegos



1067  LA CHISPA       
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
MIEDO Y APEGOS
            Los miedos constituyen un tipo de comportamiento social que es la respuesta a situaciones que nos ponen en peligro, o que al menos, suponemos que es así.  Los apegos son impulsos casi naturales que generan determinadas actitudes hacia las cosas y las personas, y son de una escala infinita que abarca desde el simple afecto o preferencia, hasta sentimientos enfermizos que nos llevan a conductas perjudiciales que causan daño y sufrimiento a todos, incluyendo a los creadores de estas emociones.  Como es sabido de todos (aunque no tengamos consciencia clara) los apegos son fuente de innumerables problemas y causan dependencia que va, desde lo simplemente incómodo, hasta el martirio personal.  Y superpuesto, revuelto o unido con la subordinación, siempre está el miedo.  El terror de que algo pueda romper el cordón umbilical de nuestros afectos.
         Dependemos de nuestros maridos o esposas debido al establecimiento de relaciones incorrectas, ventajistas (de comodidad) o de simple querencia.  Porque hemos dejado que las cosas discurran a su voluntad, sin estudiarlas, clasificarlas o cuestionarlas.  Simplemente nos hemos dejado arrastrar por la corriente, por miedo a perder una relación que ni siquiera nos satisface.  Que no es buena ni equitativa sino pura rutina.  Vivimos diez, treinta o cuarenta años con alguien, sabiendo que no tenemos nada en común con esa persona, pero por miedo, evitamos ponerle fin a un estado de dependencia sin justificación alguna.
         Dependemos de la familia, y nos horroriza la idea de “quedar mal con ella”, de que nos juzguen y nos consideren mal.  También dependemos de nuestros amigos-as, de una manera que raya en la estupidez, pero con tal de preservar el “aprecio” de ellos, llegamos a rebajarnos y convertirnos en serviles de ellos, e incurrimos en conductas que nos disminuyen como personas.  Tanto es así, que muchas veces hacemos cosas que nos repugnan, solo para la complacencia de una supuesta relación “amistosa”.  La subordinación nos lleva a creer que cualquier sacrificio está justificado para conservar una amistad de esas que más valiera no tener.  Por nuestra sumisión y miedos, nos convertimos en tontos utilizables; no queremos “perder” el cariño de nuestros parientes o amigos, y así, mantenemos relaciones tóxicas que, a la larga, nos llenan de resentimientos y frustración.  Pero seguimos apegados… y con miedo de mandarlos a la porra… como debiera ser.
         En las relaciones de dependencia y miedo, se hacen malabares con los sentimientos, emociones e incluso con la razón.  Y como la situación desigual es bien conocida por todos, se buscan justificaciones imaginarias que compensen la sensación de desventaja y abuso que suele prevalecer en estos casos.  Los amigotes abusadores conocen muy bien este asunto, de manera intuitiva.  Tanto es así, que dan por descontado que cuanta solicitud les hagan a sus víctimas, serán cumplidas al pie de la letra aunque eso implique gastos, tiempo, sacrificio e incluso malestar personal para el “subordinado”.  Pero como este suele ser cobarde (débil, si prefieren un eufemismo), nunca hará nada para poner a derecho la “amistad”, y se resigna a su posición de mandadero inferior, de tonto utilizable.  ¿Y todo por qué?  Por causa de los apegos que él-ella, llama amistad, obligación familiar o amor.  Relaciones enfermizas que NO deberían ser aceptadas jamás por nadie.  Ni siquiera con los hijos o cónyuges.  Y mucho menos, con personas que no tienen ningún grado de consanguinidad con la víctima de esta situación.      
También existen los apegos paternos, los que nacen a raíz de la dependencia que tienen los hijos con los padres.  Pero lo que es bueno hasta cierta edad, se torna anormal cuando se prolonga más allá de ese tiempo (¿?).  Claro que aquí también existe el ventajismo como trasfondo de un supuesto amor familiar, porque una cosa es solicitar el consejo paterno o de los hijos, y otra, permitir que los mismos de siempre imponga sus puntos de vista o su voluntad.  Somos sumisos ante nuestros hijos aunque ya sean mayores, casados y con sus propias familias; y aunque digamos que no, nos asustan los juicios que puedan emitir acerca de la calidad de crianza que les dimos, o de qué clase de padres fuimos, según su criterio.  Y es por ese sometimiento y miedo, que admitimos como cosa natural, el chantaje que suelen hacernos en las formas más desconsideradas. 
         Hay muchas otras formas de abuso personal debidas a los apegos y al miedo, pero terminaremos explicando una extraña y absurda forma de dependencia: la que ejercen los objetos sobre nosotros: un vestido, una camisa, un vaso o unas chancletas.  Unos pantalones, un sombrero, una silla, un carro, una casa.  Una bebida, un espejo, un osito de peluche.  Los apegos por los objetos, aunque carezcan de vida y parezcan ridículos, ejercen sobre las personas un increíble poder, pues hay quienes se resisten a comer si no les sirven “en su plato o en su vaso”.  Pero por curioso que sea, esto nos demuestra que la deficiencia en este tipo de relaciones NO ESTÁ en el prójimo sino en NOSOTROS MISMOS.  Por lo tanto, somos los únicos responsables de esta condición de desventaja que nos dejamos imponer por los otros.  Somos nosotros los que abrimos las puertas al abuso del que nos hacen víctimas, pues una cobija, una almohada o una copa, carecen del poder de convertirnos en sus subordinados.  Somos nosotros los culpables, y los únicos capaces de poner freno a esta asimétrica relación personal.  
         ¿Usted que cree?
                            Fraternalmente 
                                      Ricardo Izaguirre S.     Correo: rhizaguirre@gmail.com
        

lunes, 15 de agosto de 2016

1068 ¿Es usted supersticioso?



1068   LA CHISPA    
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿ES USTED SUPERSTICIOSO?
            El primer impulso que sentimos es decir que no, puesto que la superstición está asociada a la ignorancia y al primitivismo social y racial.  Y nadie quiere ser eso.  Pero piénselo bien antes de ubicarse en el plano de la excepción.  El diccionario nos dice: a) “Creencia extraña a la fe y contraria a la razón”, b) “Fe desmedida o valoración excesiva respecto de una cosa”.  La definición del DRAE es engañosa y ligeramente tendenciosa, pues no dice a cuál FE se refiere ni contraria a cuál razón.  Y en la segunda acepción, limita esta actitud solo al campo de la fe (al parecer, religiosa).  Pero la superstición abarca un campo mucho más amplio que el que tiene que ver con cuestiones religiosas.  Permea casi todas nuestras actividades diarias, aunque le demos otros nombres para evadir el significado negativo que tiene tal denominación; ser supersticioso es algo que nadie acepta ni de mala gana.  Le llamamos pesimismo, desconfianza, cuidado, astucia, observación, precaución… “por si acaso”.  En todos nosotros, en toda circunstancia, aletea un halo de superstición disfrazado de las más variadas justificaciones, que casi todos aceptamos como válidas… al menos, como justificativas.
         Existe la superstición material, aquella que podemos analizar con la razón, como la del espejo quebrado… o el gato negro que se nos atraviesa en el camino… o pasar debajo de una escalera.  Pero la peor clase es aquella que tiene que ver con el mundo inmaterial (espiritual o de los muertos, como le llamamos).  Y más clara todavía, es la superstición que tiene que ver con nuestras creencias religiosas, las cuales se justifican por “el poder de las mayorías”.  La validez que le dan las masas.  Si todo el mundo cree en Dios, NO es ridículo que yo también lo haga y que me dedique a hacer peticiones egoístas a esa abstracción indemostrable en el mundo físico.  Al fin y al cabo, hay “miles” de personas que han recibido milagros que justifican nuestra superstición colectiva.
         Superstición es atribuirle vida, existencia, buena o mala voluntad, intenciones, actitudes y preferencias a una mera abstracción, producto de nuestros deseos y conveniencias; a una invención individual o colectiva de nuestras mentes.  Hemos inventado toda clase de deidades a las cuales hemos dotado de todas aquellas características y poderes que nos convienen y son de nuestra utilidad.   Dioses perdonadores del Mal, que nos confieren el Paraíso con solo arrepentirnos de nuestras fechorías.  Sin embargo, decimos NO ser supersticiosos, a pesar de que esta forma de pensamiento es “contraria a la razón, y es una valoración excesiva e indemostrable de un postulado”.
         La superstición es una mezcla rara de creencias, fe, miedo, suposiciones, religión, fetichismo, desconfianza, certeza infundada, celos, falta de raciocinio, fanatismos, sospechas, inseguridad, sentimientos de vacío y esperanza.  Puede haber más elementos, pero esos son los principales.  Pero las más poderosas fuentes de la superstición son aquellas que tienen que ver con los mundos intangibles que se escapan a nuestra comprobación física (visual o táctil).  Y las más notorias de ellas son las religiones.  La FE es el pilar de apoyo básico de casi todas las religiones, y constituye la piedra angular de toda “filosofía” religiosa; es la máxima declaratoria de lo que es la SUPERSTICIÓN INSTITUCIONALIZADA y elevada a la categoría de dogma divino.  Tener fe es doña Toda, y tal sentimiento goza de la más alta estima entre los pastores y cofrades de cualquier religión. 
Véase la sutil complicidad del diccionario, que define la FE como un elemento racional contrapuesto a la superstición.  Creencia extraña a la fe y contraria a la razón”.  Es decir, en esta afirmación se iguala la fe con la razón, y ambas se hacen contrarias y extrañas a la superstición.   O viceversa.
         Es por culpa de la fe que hemos hecho del mundo espiritual, una gigantesca y contradictoria superstición; por culpa de la superstición (fe) hemos convertido a la Naturaleza (Dios) en un instrumento utilitario a nuestro servicio y a nuestros mezquinos intereses; así, hemos transformado una bella figura mística (¿mítica?) en una brutal superstición milagrera y ocupada en minucias vulgares y egoístas.  En ejecutor de nuestros deseos, conveniencia y caprichos; es más, en agente realizador de nuestros odios y venganzas.  Nada nos place más que la idea de que Dios “castigue” a los que nos han incomodado en algo.  Y amparados en un extraño conjuro, les deseamos a nuestros enemigos todo el daño que Dios sea capaz de causarles: “Lo dejo en las manos de Dios”. Frase hipócrita con la cual creemos eximirnos de nuestros malos deseos.  Aparte del BUDISMO, todas las religiones han convertido a la Deidad en una grosera superstición.
         La superstición es la vía “fácil”  para lograr una meta, de cualquier naturaleza; ya se trate de cosas materiales o espirituales.  Es la que lleva ríos de dinero a las arcas de la Lotería y a las cajas y canastas de las iglesias.  Es la que nos hace asistir al culto o a las iglesias a dar limosnas, con el secreto objetivo de “ganar puntos” para el viaje al cielo. O para evadir el infierno.  O para curarnos de algo.  O que alguien se nos cure.  Y todo es pura superstición.  Nada más que institucionalizada y con el visto bueno de la sociedad, pero tan inútil y vulgar como la santería, el vudú y el espiritismo (consulta con los muertos).  Es la misma lacra pero con distinto disfraz.  Oficializada la una, estigmatizada la otra, pero ambas nacidas de los mismos bajos intereses; del mismo egoísmo.  La superstición está arraigada en lo más profundo de nuestro ser, y es producto de millones de años de evolución y supervivencia, de asociaciones mentales no sujetas al método racional sino a las emociones y las apariencias y deseos.  La superstición tiene como telón de fondo el miedo y la incertidumbre que sentimos cuando hollamos cualquier terreno desconocido.  De ahí, la infinidad de estas en relación con la muerte y todas las ideas que tienen que ver con los mundos no visibles (espirituales), si es que creemos en ellos (otra forma de superstición).
         ¿Sigue usted creyendo que NO es supersticioso?  Analice sus decisiones (en cualquier campo) y verá que están matizadas, en algún grado, de elementos que no corresponden a la realidad científica sino a “corazonadas” o pálpitos, a lo que otros dicen o creen, a la “experiencia” colectiva (la más abrumadora forma de superstición masiva).
         ¿Qué cree usted?
         Fraternalmente
                                   Ricardo Izaguirre S.     Correo:    rhizaguirre@gmail.com
Blow: www.lachispa2010.blogspot.com

miércoles, 10 de agosto de 2016

1066 Cómo cambiar



1066   LA CHISPA           
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del poder”
CÓMO CAMBIAR
         Pero ¿cambiar qué?  Recuérdese que nuestra personalidad está estructurada de miles, quizás millones de características horribles que, si no fuéramos diestros en ocultarlas, serían nuestra frecuente vergüenza.  Entonces, piénselo bien. ¿Qué es lo que quisiera cambiar en usted?  Sin vaguedades y sin minimizar sus defectos, porque si no lo hace así, jamás podrá introducir ninguna variante en su carácter.   Si no visualiza claramente a su enemigo, si no lo identifica bien, ni siquiera podrá iniciar su lucha personal en la búsqueda de su mejoría como persona.  Recuerde: no niegue ni minimice sus defectos, pues ese suele ser el talón de Aquiles de todos los que se embarcan en esta ruda y casi imposible tarea.  Usted debe ACEPTAR que tiene vicios que requieren cirugía mayor.   Ese es el primer paso.  Aceptar que necesita hacer cambios que lo conduzcan a ser mejor persona de lo que ahora es.  Camino difícil en el cual la HONESTIDAD es un requisito básico.  El simple deseo de cambiar, indica que usted NO está contento con la clase de persona que es; y ese es otro aviso importante.  Y no olvide: NADIE lo puede ayudar; esta es una lucha personal y en solitario, es verse cara a cara con el monstruo interior, sin intermediarios ni conciliadores.  Es usted y sus demonios.
         Ya se dijo en “La Chispa” anterior que la evolución consiste en cambios conducentes a un estado de perfección.  Pero ese camino no es fácil ni corto ni existen manuales infalibles escritos por dioses, profetas o “pastores”; y si los hay, son incompletos, condescendientes, confusos y engorrosos; además son muy simplistas y orientados hacia el clientelismo religioso y de otros tipos.  NADIE puede evolucionar (cambiar) moral, espiritual y físicamente en una sola vida; ni siquiera en cien o mil.  La evolución demanda millones de años para establecer cambios visibles y significativos.  ACEPTAR esa idea es básico, si no, solo obtendremos la más profunda frustración.
         Ahora bien, para enfocar el problema, tenemos que aceptar ciertas teorías que son “necesidades” filosóficas que nos conducen a una metodología para nuestro trabajo de cambio personal.  Debemos estudiarnos profundamente, y aceptar que estamos formados de varias partes (físicas y sutiles) que interactúan de manera sincronizada para dar forma a eso que llamamos CARÁCTER y que es lo que determina lo que SOMOS.  Todos tenemos cuerpo físico bien diferenciado, un centro emocional (cuerpo astral lo llaman en ocultismo) que usted puede ubicarlo, si así lo desea, en el estómago y las tripas (chakra umbilical), y tercero, una mente (fuente de todos los pensamientos).  Y esta es el gran problema al que debemos enfrentarnos: LA MENTE.  Esta es el cubil de todos los vicios que tenemos; en el enorme gavetero de esta parte de nuestra personalidad se amontonan todas las tendencias que traemos de milenios atrás (karma), las que desarrollamos por nuestra cuenta y aquellas con la que nos contagia el plano mental, donde flotan libremente billones de ideas en forma de propiedad colectiva de toda la humanidad.  Esa mente indómita es la base del problema; es el enemigo interno que dispone a capricho cómo debemos actuar y sentir (emociones). Los pensamientos, materia prima de la mente, los traemos del pasado como inclinaciones; pero también producimos nuevos.  Y además, nuestra mente se nutre (se contagia) del ambiente, de la gran masa de  pensamientos (negativos, positivos y de todo tipo) que genera la especie humana.  Identificarlos es el gran reto, el paso inicial en el trabajo de cambio.  Saber cuál  es el origen de cada pensamiento que brota de nuestras cabezas; discernir si son nuestros o del colectivo, del ambiente.  Como los fanatismos religiosos o “nacionalistas”.
         Si no entendemos ese mecanismo, todo cambio es imposible, pues continuaremos sumidos en una falsa percepción del “problema”.  Vanidad, ingratitud, cinismo, intolerancia, soberbia y todos los vicios morales provienen de la mente: por recuerdo, “contagio” o iniciativa propia y presente.  Así que la búsqueda de cualquier cambio debe centrarse en la mente, en nuestros pensamientos.  Debemos estar ATENTOS a cada pensamiento, a cada ocurrencia, y debemos analizarlo antes de que lleguen a convertirse en emociones y actos físicos.  Fíjense (estudiándolo en ustedes mismos) cómo es el circuito: surge el pensamiento y si se le permite, pasa al cuerpo emocional y se convierte en emoción que, de inmediato se hace sentir en el cuerpo físico, dañándolo si el pensamiento es malo, y favoreciéndolo si es bueno.  Entonces la clave inicial está en estar atentos a cada pensamiento que brota de nuestra mente.  Y teniendo focalizados un ramillete de los vicios más comunes de nuestro carácter (aceptación), debemos frenarlos en ese mismo instante (pensando otra cosa, una virtud), de manera que NO SE LES PERMITA convertirse en emociones, pues estas dañan al cuerpo físico y hacen que el pensamiento se reafirme como conducta general.  Es un trabajo terrible ante el cual, la mayoría se rinde.  No es pesimismo, es realidad de todos conocida.
         No olvidar, pues, que la clave de la lucha está en la atención que pongamos a la naturaleza de nuestros pensamientos; debemos establecer un mecanismo automático que filtre todos los pensamientos que brotan de nuestro cuerpo mental inferior, pues esa es la única vía mediante la cual podemos evitar que se transformen en malas acciones, dañinas al prójimo, pero lo que es peor, a nosotros mismos. 
         Como pueden imaginar, es una labor de tiempo completo, compleja, dura y cuyos resultados no son visibles ni espectaculares, pero se van produciendo lentamente, aunque no los percibamos con claridad.  El sendero de la “santidad” es áspero y no hay milagros en él, pero si se trabaja con ahínco, los resultados son tan inevitables como la salida del sol.  Pero como pueden barruntar, no es cuestión de días, meses o años; es trabajo de toda la vida, de muchas vidas, de infinito número de vidas. Tampoco es posible que algún dios nos haga “buenos” por arte de magia.  La Naturaleza no pega brincos en los cambios sino que lo hace muy lentamente, no según nuestros antojos y falta de paciencia.
         Entonces, resumiendo el método: El primer paso es saber que los pensamientos son la base de nuestra conducta, el disparador de esta.  Y a  partir de allí, seguir una serie de pasos: el primero es ACEPTAR que estamos llenos de vicios.  El segundo es estar dispuestos al cambio y, para lograr eso, debemos seguir una metodología simple en teoría, pero muy difícil en su ejecución.  En esta lucha NO HAY atajos ni caminos fáciles.  Tercero: siempre estar ATENTOS a cada uno de nuestros pensamientos para clasificarlos por su calidad y origen.  Cuarto: establecer un filtro que nos permita desviarlos o intercambiarlos por otros de naturaleza noble y positiva.  Quinto: nunca permitir que los pensamientos negativos se conviertan en EMOCIONES porque estas disparan el mecanismo de los pre-juicios, suposiciones, odios, violencia y todas las conductas irreflexivas que nos meten en tantos problemas, y con las cuales causamos tanto daño.
         La práctica continua de esta técnica es la única que puede, eventualmente, conducirnos a ser mejores personas.  Pero recuerden que es muy difícil.  Solo tomen un vicio como el de ser ENTROMETIDOS y traten de controlarlo.  Observen el procedimiento, pero aceptando lo que se ha dicho: Que soy entrometido-a y que quiero cambiar.  Eso puede ser material de trabajo para muchos años.  ¿Entienden?  ¿O qué tal con la intolerancia  o el rencor?  Honestamente, ¿somos capaces de perdonar o de ser tolerantes?
         Pruébenlo, puede ser la ocupación más importante de nuestras vidas presentes.
         ¿Qué creen ustedes?
                     Fraternalmente
                                  Ricardo Izaguirre S.    Correo:     rhizaguirre@gmail.com
Blow: www.lachispa2010.blogspot.com