1049 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan
los abusos del Poder”
CONÓZCASE A USTED MISMO
Ese mandato tan
viejo y trillado lo hemos dicho y repetido tantas veces y con tanto desparpajo,
que da la impresión de que es materia que dominamos, que somos profundos
conocedores de nuestra intimidad y que tenemos el derecho de ordenar a los
demás ese bello ejercicio de consciencia.
Pero el mandato implica no solo un esfuerzo intencional extraordinario,
sino un acto heroico de honestidad que nos supera y desanima a la mayoría de
todos los que intentamos esa tarea. ¿Ha hecho
usted un reconocimiento honrado de cuál es su verdadera estructura moral? ¿Y qué ha encontrado? Es terrible, ¿verdad? ¿Cree usted conocerse? Cuando utiliza la expresión “Yo me conozco
muy bien”, ¿sabe lo que está diciendo?
Porque una cosa es conocerse, y otra, suponer en nosotros la existencia
de atributos que son agradables a nuestra personalidad.
Si en cualquier
circunstancia de la vida se nos pidiera un “currículum vitae”, ¿seríamos
capaces de escribir algo así?
CURRÍCULUM VITAE…
“Cinco años como
supervisor de personal, egoísta, mentiroso; encargado de planillas en el banco
tal, cobarde, glotón, lujurioso; tres años como asesor comercial, hocicón, escuela
primaria, arrogante, entrometido, bachillerato, impostor, egoísta, licenciado
en leyes; calumniador, máster en negocios, desleal, desconsiderado, patán,
doctor en economía, difamador, envidioso, vanidoso, mezquino, avaro; tres años
de servicio público, vengativo, irrespetuoso, intolerante, deshonesto, diez
años en el servicio diplomático exterior, abusador”.
Ese bien podría ser el resumen general
de las características de la mayoría de las personas… si fuéramos honestos. Pero nadie se considera egoísta o mentiroso,
intolerante o cobarde. Jamás
aceptaríamos públicamente que somos injustos o impostores. Pero lo que es peor: ni siquiera en el
silencio de nuestra intimidad somos capaces de admitir la existencia de ese
lado oscuro que todos tratamos de ignorar, de negar, de justificar…
“Conócete a ti
mismo” --dice el mandato--. Suena bastante fácil, casi ingenuo, pues
todos casi sin excepción, tenemos la idea de que nos conocemos
íntimamente. Y con una facilidad
asombrosa, afirmamos ser honrados, trabajadores, firmes, veraces, respetuosos,
leales, cuidadosos, fieles a la palabra, buenos amigos y, en general,
estupendos ciudadanos. Y si somos
mentirosos… afirmamos ser enteramente veraces y, ¡ay de aquel que ponga en duda esta preciosa
virtud que nos adorna! Conocernos a
nosotros mismos es la tarea más espinosa que tenemos en la vida, porque tal
cosa implica encontrarnos cara a cara con una personalidad aborrecible, que se
esconde detrás del infinito número de máscaras que utilizamos a diario para no
ver nuestro verdadero rostro, quiénes somos.
Es muy fácil suponer que somos “buenas personas”, con defectillos, sí,
pero buenas personas. Minimizamos lo
negativo, hasta el punto en que suele pasar inadvertido (para nosotros, desde
luego), y ponderamos nuestras ficticias virtudes de la manera más desvergonzada. A veces con disimulo, otras veces con fanfarria,
como si en realidad fuéramos poseedores de tales atributos.
Las máscaras con
las que tapamos lo que somos son clichés lingüísticos que, a tanto repetirlos,
terminamos por creerlos, como el de la continua impostura que nos obliga a simular
cualquier aspecto “obligatorio” de nuestra personalidad. Aquello que es una condición básica en mi
estatus social. “Yo soy justo y honrado,
siempre parto el ayote por la mitad, sin importar quiénes sean los
afectados”. “Yo soy muy tolerante”. “Soy una persona muy humilde”; y la peor de
todas “Yo siempre digo la verdad, cueste lo que cueste”. Y así, una larga lista de mentiras con las
cuales pretendemos maquillar las feas manchas y cicatrices de nuestra verdadera
personalidad. Casi todos tenemos un
infinito reservorio de mentiras con las cuales enfrentamos todas las
situaciones que la vida nos plantea.
Desde las “necesarias”, hasta las superficiales y vanas. Desde las inocuas
hasta las malévolas y llenas de intenciones dañinas. Incluso hemos legitimado una serie de
mentiras que catalogamos como blancas y consideramos son indispensables en
nuestras conversaciones ordinarias y sociales.
Las mentiras que sirven para sazonar las charlas tediosas
Conocerse a uno
mismo es lo más difícil del mundo, y en el intento por lograrlo pueden suceder
varias cosas: que el asunto deje de importarnos; que levantemos la falda del
velo y nos horroricemos de lo que se ve, o que nos guste y nos dediquemos a
bucear en las profundidades de ese gran misterio que forma nuestra
personalidad, nuestro mundo oscuro. No
es fácil escarbar en una materia turbulenta cuya naturaleza puede resultar desagradable
en demasía. Si en realidad desea
conocerse, escoja una característica que le parezca aborrecible en los demás:
la mentira, la lujuria, la envidia, la impostura o el egoísmo, y trate de
estudiarla en usted; pero con toda sinceridad y no con la benevolencia con la
que solemos hacerlo cuando se trata de nosotros mismos. Por ejemplo, escoja la lujuria, pero deje de
verla como un adorno general del macho, como algo inherente a la condición
masculina. Como algo divertido, apetecible e inocuo. Analice en profundidad sus
aberraciones y todo lo que está dispuesto a hacer para satisfacer su
lascivia. ¿A cuántas personas está
dispuesto a herir sin importar la magnitud del daño? Y vea que no se trata de un análisis a
distancia sino “en vivo y a todo color”, pues no se trata de juzgar fuera de
lugar sino de ponerse en la situación real.
En el ojo del huracán. En el
lance sexual mismo. Vea que si no tiene
la condición moral suficiente, o la entereza probada, usted sucumbirá si las
condiciones son propicias. Hombres y
mujeres seguimos esa ruta. Pero, ¿es tan
difícil conocerse? Si lo estudiamos bien
y con honestidad, puede resultar que no sea así, pues todos sabemos lo que
somos; lo difícil es aceptarlo. Todos
sabemos que somos egoístas, pero nunca lo admitiremos en público…ni siquiera en
la privacidad de nuestra mente. Y para
evitar esa confrontación con la verdad, inventamos una infinita variedad de
mecanismos justificativos que nos relevan de la obligación de vernos cara a
cara, sin maquillajes sociales ni con la máscara de la impostura.
Conocernos a
nosotros mismo podría ser la solución a casi todos nuestros problemas, ya que
todos ellos se derivan de nuestra personalidad y su estructura moral. De cómo estamos constituidos desde el punto
de vista ético, lo cual nos lleva a una cierta conducta que es siempre el
reflejo fiel de lo que somos, sin importar los antifaces. Aquello que determina nuestra autenticidad y carácter…
o la falta de ellos.
¿Es usted fiel
o infiel? ¿Cómo se declararía? ¿Qué se diría a usted mismo? ¿Que depende de las circunstancias? Pero piense que la fidelidad es un valor
absoluto y no negociable; no es un elástico que estiramos a conveniencia y
placer. Y así puede hacerlo con todas
las virtudes y defectos que usted desee.
Es un interesante ejercicio para cuando no tenga otra cosa que hacer en
esos momentos de tedio y falta de oficio.
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Ricardo Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com