398 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
ECHARLES LA
CULPA A LOS DEMÁS
Se dice que somos libres para escoger, que tenemos libre albedrío como
un don divino, según las religiones.
Pero al parecer, jamás lo ejercitamos en las cosas importantes de
nuestras vidas. Sencillamente nos
dejamos arrastrar por la corriente, la opinión de los demás y por lo que
consideramos que es una buena explicación para justificar las idioteces
evidentes: que esa es la norma social o
costumbre. Todos seguimos esa
conducta y, a la vez, culpamos a los demás de las consecuencias de aquellos
actos que nos ponen en situaciones difíciles o dolorosas. Y aunque este proceder es casi general, en
las mujeres toma un carácter patológico; principalmente, en la cuestión del matrimonio.
Se supone que somos libres para escoger, y también se supone que en las
elecciones trascendentales debemos ser sumamente cuidadosos y tomarnos el
tiempo necesario para realizarlas; sin embargo, en algunas de ellas como el
matrimonio, actuamos de manera infantil y casi rozando con una especie de
insensatez. Sobre todo, las mujeres. Los
hombres solo nos dejamos llevar por lo que parece una trampa social inevitable,
algo que no tiene otra salida. Casarse
es como sacar la cédula, aprobar la primaria, tener la primera novia o
enfrentarse al acné. Todo mundo espera
que hagamos eso.
Si tenemos la libertad de escoger,
¿por qué optamos por las situaciones menos convenientes? ¿Por qué las mujeres se llenan de hijos
indeseables y soportan maridos inútiles que nunca serán mejores personas de lo
que fueron cuando novios? ¿No es un
noviazgo el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que es una persona, por
más que simule? ¿Por qué las mujeres se
empeñan en creer que podrán cambiar a un individuo calavera y convertirlo en un
buen marido, padre y proveedor? Claro
que hay condicionamientos sociales y biológicos que son el motor para esta
conducta, pero en esta época en donde debe imperar la razón y la larga
experiencia de milenios de dolor, los argumentos sociales y aun los biológicos,
no son razones suficientes para tomar ciertas decisiones que pueden resultar
perjudiciales, sobre todo, si tenemos indicios que nos advierten del peligro.
Una mujer casquivana nunca dejará de
serlo, ni casándose. Tampoco un
mujeriego.
Sin embargo, equivocarnos en la
elección de un camino, persona o situación (que todos lo hacemos) no significa
que debamos aguantar las consecuencias del error por el resto de nuestras vidas. Entonces, ¿por qué seguimos en un trabajo que
no nos gusta? ¿Por qué continuamos
viviendo en un sitio que nos desagrada?
Y lo que es peor ¿por qué seguimos aguantando a una persona a la que ya
no queremos ni deseamos como compañía? ¿Por qué seguimos tolerando a alguien a
quien se puede decir que nos fastidia hasta el punto de sentir aborrecimiento? ¿Por qué esperamos treinta o cuarenta años
para aceptar lo que supimos desde los primeros meses de matrimonio o
concubinato, cuando no existía la “obligación” de los hijos ni el lastre de la
rutina? Pareciera que es porque somos
incapaces de salirnos del pantano en donde nos hemos metido voluntariamente.
Sin embargo, deberíamos hacerlo, pues a excepción de la muerte, no existe sendero
sin retorno. Un mal marido o esposa es
algo que debe quitarse de encima de inmediato; sin darle largas ni esperar que
los hijos crezcan. Ese pretexto de los
niños es el parapeto detrás del cual se esconden millones de pusilánimes que
prefieren pasar la vida rezongando y reclamándoles a sus cónyuges las ofensas
que les hicieron en su juventud. Es una
especie de juego sadomasoquista en el cual se
deleitan las mujeres en sus sesiones de retroalimentación de rencores. Sobre todo, cuando asisten a esos aquelarres
en donde intercambian información acerca de las “perradas” que les han hecho
sus maridos; o de lo inútiles y poco cariñosos que son.
¿Por qué esperar tanto tiempo para
hacer un resumen de una vida miserable de insatisfacciones? Parece que es para tener a quien culpar de
nuestras decisiones. Para tener el
derecho de estarles diciendo a los demás que ellos son los culpables de nuestra
situación. Pero todos sabemos que nadie,
fuera de nosotros mismos, es responsable de lo que somos. Para saber esto, solo es necesario un poquito
de honestidad. Nadie nos forzó a escoger
una pareja; nadie nos forzó a un problemático matrimonio; nadie nos ha forzado
a convivir con ninguna persona; nadie nos obligó a tener hijos, esas anclas eternas que nos echamos por
irresponsabilidad, casualidad o por malos cálculos de dominación afectiva. Y si todo esto lo hacemos voluntariamente
¿por qué las mujeres, cuando superan cierta edad, empiezan con ese estribillo
de majaderías acerca de lo culpable que es el marido por la situación que
viven? Las mujeres siempre saben (los
hombres un poco menos), con qué tipo se están relacionando; pero cuando están
“enamoradas”, pierden los estribos de la realidad, y suponen que con solo
desearlo, van a hacer de un mequetrefe
un buen marido. O de un Don Juan, un casto esposo. Y cuando esto no resulta, como
era de esperar, COMO SE LOS DIJO LA MAMÁ, EL PAPÁ, LAS HERMANAS,
LAS AMIGAS Y TODO EL MUNDO, se dedican a culparlo de todas sus frustraciones
y fracasos.
Las mujeres son felices manteniendo
viva la llama de sus rencores, y es por eso que forman esos círculos conocidos
como “los clubes de las amargadas”,
en donde le dan rienda suelta a sus majaderías y sentimientos de culpa, los
cuales canalizan en contra de sus desventurados e inocentes maridos. Si tomaron malas decisiones, la culpa no es
de nadie sino propia. Si esperaron a
envejecer a la par de un idiota, y “perdieron” su juventud en ese lapso, este
no tiene la culpa de tal tontería.
Recordemos que, pacíficamente, nadie nos hace nada que nosotros no permitamos. Así que no tenemos derecho de estar acusando
a otros de nuestras propias debilidades y malas decisiones, pues todos, en
cualquier momento, podemos cambiar el rumbo de nuestras vidas a placer. Nadie nos amarra a la fuerza a otra
persona. Y si no cambiamos o dejamos
esas compañías desagradables, es porque no tenemos fuerza de voluntad, somos debiluchos
o necesitamos pretextos detrás de los cuales esconder nuestras vergüenzas y consciencia
del fracaso ante la vida.
Fraternalmente