162 “LA CHISPA”
LEMA: “En la indolencia
cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿CREYENTES vs.
NO CREYENTES?
Aclaremos para no
darles ventajas a unos u otros. Las
creencias religiosas en generalidades lógicas, aunque improbables en el plano
físico y cotidiano, constituyen una posición aceptable y digna de respeto. La gnoseología (lógica trascendental)
explora la posibilidad del conocimiento en forma apriorística, lo cual es la
confirmación de una posibilidad de la existencia de ciertas verdades
religiosas. Sin embargo, la creencia en
tonterías indemostrables ni siquiera mediante el sentido común, es aquella
parte de las religiones que ha dado pie a los agnósticos para la burla y las generalizaciones
tan dañinas y erradas como aquello de lo cual se burlan o pretenden
criticar. Y no es esa parte del sistema
de creencias de las religiones la que debe ser el objetivo de la crítica
científica.
Pero...
¿por qué cree la gente? Porque es
agradable y da esperanza. ¿En qué? Eso poco importa. Lo que cuenta es que produce una sensación de
felicidad. Creer es una necesidad
humana, porque el mundo de la realidad evidente, indudable e irrebatible es muy
limitado. En cambio, la creencia conduce
al individuo hacia mundos casi absolutos, en donde los únicos límites no están
formados por la velocidad de la luz o del sonido, sino por su propia capacidad
de imaginación. Y eso es bellísimo,
aunque sea irreal. Pero... ¿es real la
“realidad” del científico o del seudo-científico?
Recordemos
que hay millones de agnósticos (no creyentes) que lo son únicamente por
resentimiento en contra de la religión (alguno de sus aspectos: humanos,
metodológicos o dogmáticos). Y hay otros
que lo son por incapacidad para discernir entre lo que es una creencia lógica,
y las supercherías que matizan y casi ahogan a los sistemas religiosos. “Algo tiene que haber” en las religiones,
pues sería necio suponer que tantos miles de hombres de cultura increíblemente
superior, hayan sido creyentes y practicantes de la religión. Es arrogancia desmesurada suponer que todo
creyente es tonto o ignorante. Esa
posición del agnóstico, detrás de la cual se parapetan muchos
seudo-científicos, es mucho más ridícula, pobre, dañina y estéril que las
peores idioteces de las religiones, pues mientras estas conceden esperanzas, la
seudo-ciencia es seca, vacía y limita el vuelo del espíritu o imaginación, o
lo que sea el pensamiento e ilusiones del hombre.
Creer
es divertido, de eso no hay duda. No da
certeza alguna, pero después de todo... ¿para qué sirve la certeza en
algo? La certeza es fría, absoluta,
definitoria, mortal y ajena a nosotros, algo sobre lo cual nada podemos hacer;
es lapidaria. En cambio, la creencia es
atemporal, casi cómica, y es el material sobre el cual el hombre trabaja
entusiasta tramando la tela de sus sueños.
¿Qué puede ser más lindo que CREER que somos amados por la mujer
de nuestros sueños? ¿Y puede haber algo
más reconfortante que CREER que somos INTELIGENTES? Nada es más tentador que eso, aunque una
rápida revisión temporal de todas las idioteces que hemos cometido durante los
últimos meses nos diga lo contrario. El
que no cree “no está en nada”, porque estrictamente hablando, TODOS SOMOS
CREYENTES. Creemos en las
religiones; o en los argumentos que las contradicen. Creer que Dios no existe es tan improbable
como creer que existe. Entonces el
creyente y el no creyente creen en una misma falacia o verdad, que siempre será
un ETERNO TEOREMA, pues tan indemostrable es la EXISTENCIA como
la NO EXISTENCIA DE LA DEIDAD. Entonces,
pareciera que no tiene caso alguno discutir sobre este asunto, pues la
afirmación de que Dios no existe, ES UNA CREENCIA, tan improbable y
volátil como creer que sí existe
Creer
es reconfortante, porque la creencia es una especie de “realidad” a la que
podemos modificar a nuestro gusto y antojo.
Pero... ¿para qué sirve eso? Para
lo mismo que sirve no creer: PARA NADA.
Pero es más divertido y no nos duele ni nos asusta, si no llegamos a
los extremos de la superchería. ¿Que
creer en Dios o la vida eterna es una tontería?
Talvez... pero es divertido y lleva alegría a las vidas de billones de
desgraciados cuyo único “alimento” es la esperanza. Lleva paz a legiones de desdichados que, por
dicha, no han podido estudiar para convertirse en “agnósticos” porque ni
siquiera saben qué significa esa palabra.
¿Que las creencias religiosas son una tontería? Es más que probable... pero hacen felices a las
personas, a la vez que les proporcionan
ilusiones y algo de paz.
La
doctrina agnóstica le niega al hombre la posibilidad de conocer lo metafísico y
al ser absoluto; pero esto encierra una contradicción, pues hace una
generalización absoluta a partir de sus creadores (Huxley y Kant); y ni
ellos ni los neokantianos tienen el privilegio o la autoridad para negar esa
posibilidad en forma tan tajante a todo el género humano. ¿Acaso no es científica la Ley de
Probabilidades? Entonces... ¿no existe
la posibilidad de que algunos hombres puedan tener acceso al mundo de la
Metafísica o de la Divinidad? Debe ser
una posibilidad.
Muchos
piensan que creer en la ciencia y aferrarse a sus postulados,
tiene como único objetivo contradecir las creencias de las religiones. La ciencia tiene como objetivo la búsqueda de
la verdad; pero ese también es el objetivo de las religiones, aunque con una
metodología diferente. Tanto el objetivo
de la ciencia como el de las religiones es encontrar la verdad por la verdad y
no por su utilidad material. ¿Pero cuál
verdad? ¿Algún absoluto? ¡Nada de eso!
Simplemente verdades prácticas (conocimientos) que resistan el
escrutinio del sentido común y del tiempo.
Pero el concepto de “ciencia” ha sido secuestrado por los
seudo-científicos, bajo la premisa falaz de que solamente lo que se estudia y
acepta en las universidades, laboratorios y academias tiene el rango de “verdad
científica”, y que los demás son charlatanes o “creyentes”, epíteto que utilizan de manera peyorativa. Sin embargo, se puede encontrar verdades de
validez universal tanto dentro de la religión como en la Academias. Son los matices los que varían; pero sobre
todo, la ARROGANCIA de los que creen
que la “Ciencia Oficial” es la custodia infalible de la única verdad. Pero
veamos algunas de esas verdades de la “ciencia”.
Ptolomeo fue el primer
científico en el campo de la Astronomía “occidental”. Y los errores en los que incurrió, gracias a
su “autoridad científica”, retardaron el estudio de esa ciencia por más de mil
quinientos años. Beroso y todos los
grandes astrónomos y astrólogos de Caldea y la India, conocían
perfectamente el sistema heliocéntrico
(que no fue invento de Copérnico), y con base en esos conocimientos (de origen
místico, según se dice) cimentaron gran parte de su ciencia. El origen y evolución del universo y sistema
solar, están bien explicados en los Vedas, obras de origen religioso. Nada nuevo ha agregado la ciencia a los
conceptos de la vedanta. A lo sumo,
ciertas variaciones con pretensión de modernas, sobre el mismo tema
vedantino. Una de ellas es la teoría del
famoso Big Bang, propuesta por A. Penzias y R. Wilson en 1 965, la cual ya
resulta insuficiente para explicar otros fenómenos tales como la uniformidad
actual del universo después de ese inicio tan caótico. Y para paliar esa debilidad, Alan Guth
propuso en 1981, la teoría acerca del “universo inflacionario”. Luego en 1982, A.D. Linde planteó
otra teoría que sostiene que el universo “es una burbuja dentro de otra burbuja
mayor”. Y así sucesivamente. ¿Es eso ciencia? Si ninguna de esas teorías ha podido resistir
el escrutinio del sentido común ni siquiera por medio siglo, ¿cómo puede el Big
Bang considerarse ciencia y tener tan fanáticos defensores? Sin embargo, las “teorías” sobre el origen
del universo, contenidas en los Vedas y la Doctrina Secreta, han soportado el
paso de los milenios y el análisis de las mentes más agudas de la
humanidad. La “ciencia” dogmática es la
única dueña de verdades absolutas, pues la ciencia verdadera, casi siempre ha
ido al unísono con ciertas verdades ancestrales suministradas por las
religiones. Especialmente por la
Astronomía.
Veamos
otro ejemplo de la “ciencia”. Antes se
pensaba que el planeta Plutón, descubierto por C.W. Tombaugh en 1930, estaba
cubierto en toda su superficie por metano congelado. Y esa era la voz autoritativa de la
“ciencia”, en la que casi todos creían y defendían como verdad absoluta. Sin embargo, dice un texto científico
moderno: Ahora “se cree que el nitrógeno helado predomina en la superficie,
y que su fina atmósfera está formada especialmente por nitrógeno gaseoso, y no
por metano, como antes se pensaba”.
¿Se cree, se pensaba? ¿Es eso
ciencia? ¿Cuánto durará esa CREENCIA
CIENTÍFICA?
El
Big Bang se produjo hace QUINCE MIL MILLONES DE AÑOS. No, dice Lawrence, fue hace DOCE MIL
MILLONES, NADA MÁS. ¿En qué quedamos? ¿Pueden brincarse TRES MIL MILLONES DE
AÑOS ASÍ DE FÁCIL? ¿Es eso ciencia
o CREENCIA? ¿Qué certeza
científica hay en estos cálculos?
Durante
los años treinta y pico en adelante, la empresa productora de la leche en polvo
llamada KLIM, financió gran cantidad de facultades de medicina en las
universidades de los Estados Unidos, pero discretamente, hizo que se
introdujera en los programas de estudio, la falacia de que la leche en polvo
(enriquecida y todo lo demás) era un estupendo sustituto de la leche
materna. Incluso que era mejor, ya que
era totalmente aséptica, homogénea y desprovista de los inconvenientes
derivados de la salud o fortaleza de la madre.
Y esa CRIMINAL “verdad científica” se convirtió en una realidad
en todos los Estados Unidos y gran parte del mundo, en donde la gente podía
comprar la leche Klim y todas sus congéneres que aparecieron como abejones de
mayo. Esa era la voz de la ciencia
autoritativa, que apabulló a las humildes creencias milenarias que
nos decían que la leche materna es insustituible para ese período de vida
llamado lactancia. Desoyendo en consejo
del sentido común y de milenios de experiencia (creencias) humana; y cientos de
miles de años en las especies mamíferas, se dio rienda suelta a la “moda
científica” de atarugar a los niños de leche en polvo. Y esa era una verdad científica en su
momento. Y quienes la contradijeron,
eran unos locos, ignorantes y “creyenceros” en costumbres primitivas y
obsoletas.
Hoy,
por dicha, la medicina ha reconocido el papel insuperable de la leche materna
en la alimentación de los niños. Incluso
la medicina oficial (alopática) repite lo que los desprestigiados
naturalistas dijeron en ese tiempo: la leche materna no solo es un alimento
extraordinario, sino que es una vacuna en contra de una multitud de
enfermedades. El niño que mama del pecho
de su madre tiene buenos y fuertes huesos, casi no se resfría ni tiene
problemas respiratorios. Tiene buenos y
sanos dientes, y NUNCA le da poliomielitis. La leche materna no solo es una leche
especial que la naturaleza prepara para los niños en general, sino que es un
alimento que CADA MADRE FORMA PARA SU HIJO. No para todos, sino para ese niño en
particular. La historia ha confirmado
este aserto.
Entonces,
¿creemos o no? ¿Somos creyentes o
no? Creemos en la verdad o el error,
pero SOMOS CREYENTES.
“Creyenceramente”