sábado, 17 de mayo de 2014

1026 ¿Es usted supersticioso?



1026   LA CHISPA                
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿ES USTED SUPERSTICIOSO?
            Nos dice el DRAE: a) “Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”  b) “Fe desmedida y valoración excesiva respecto de una cosa”.   Superstición de la CIENCIA.
            Superstición, pues, no solo es la creencia en majaderías evidentes o supercherías.  Dentro de la categoría de superstición caen grandes segmentos de la ciencia, sociología, economía,  historia, sicología, política y, sobre todo, religión. No importa qué tan racionales nos creamos, la conducta supersticiosa suele normar gran parte de nuestras actividades, sobre todo, aquellas en donde intervienen elementos que no están bajo nuestro control exclusivo: fortuna, relaciones sociales, amor, salud y, sobre todo, la religión y la muerte.   Además, la propia filosofía y el ateísmo se encuentran matizados de elementos dogmáticos y supersticiosos, pues todo aquello que se escapa de la “racionalización” o no se puede colocar en el microscopio, de facto es calificado como material no sujeto a la dialéctica y, por tanto, desechable, inútil… despreciable.  Y eso es dogmatismo y superstición.    Pero es en el campo de la religión y la muerte donde se concentra la mayor cantidad de “verdades” nacidas de la superstición.   Dios, la vida, la muerte, el origen, el final, infierno, purgatorio y cielo son elementos supersticiosos, por más que los cataloguemos como conceptos primarios originados en la divinidad, y en actos trascendentes que deben aceptarse como cuerpo doctrinario, sin cuestionamiento.  Todas aquellas causas y leyes de la naturaleza que el hombre no puede definir, comprender o explicar, reciben el nombre genérico de Dios.  Y ese dios, con sus variados matices, es un producto de la superstición.
            Sujetos al patrocinio de la superstición nos convertimos en fanfarrones o cobardes; en mejores personas o idiotas ante el criterio de los demás.  Arrodillarse a hacer peticiones ante un santo-a de madera, cemento, plástico o metal es, a todas luces, un disparate; pero basados en el dogma de que “la fe mueve montañas” (superstición indemostrable), insistimos en una conducta irracional y casi ridícula, y que además, nos conduce a la frustración.  La fe desmedida  solo se apoya en una superstición colectiva que jamás ha sido comprobada de verdad; solo en cuentos y “testimonios” emocionales falsos o dudosos, aunque bien intencionados, según la didáctica de las religiones.  Todo aquello que creemos pero que no es posible demostrar sin lugar a dudas, es superstición.  Y aunque nos parapetemos en la fuerza de los dogmas, las “historias sagradas”, los milagros y la gran masa de nuestra feligresía, continúan siendo suposiciones, cuando no, meras paparruchas.
            Infinidad de decisiones laborales o sociales son tomadas gracias al influjo de un enorme catálogo de supersticiones que consideramos como el manual de conducta obligado.  Y basados en él, suponemos que las respuestas estarán de acuerdo con nuestras acciones.  Y cuando las reacciones son diferentes, nos sentimos abatidos y frustrados; sin embargo, la “programación” social es tan poderosa, que seguimos insistiendo bajo la suposición (superstición) de que las cosas tendrán que salir por arte de magia… algún día.  La FE en el género humano es un buen ejemplo, pues todos sabemos hasta la sociedad, lo que es el llamado PRÓJIMO.  Pero, gracias a nuestra propia autosugestión, pretendemos creer que hay algo bueno en él.  No obstante, tan rara es una buena conducta del prójimo, que cuando una se produce, hacemos una enorme alharaca al respecto, y lo elevamos a la categoría de santo.  Creemos en la fidelidad de las personas (al menos lo intentamos) tan solo gracias a la superstición  y los dogmas morales o religiosos.  Todos conocemos nuestra capacidad de ser infieles, pero nos aplicamos el beneficio de la duda basados en la turbia suposición de que “podríamos ser fieles”.  Blasonamos de la fidelidad de nuestras esposas o maridos solo por vanidad, pero nunca dejamos de sospechar de sus conductas.
            La amistad es otra de las grandes supersticiones humanas en la que, gracias a un conjunto de supuestos, les asignamos a nuestros amigos una serie de características que, en su mayoría, no suelen ser sus adornos.  Pero tanto se ha enaltecido esta relación social, que millones de personas sostienen que ellos sí son grandes y dignos amigos; además, que poseen amistades sinceras que harían todo por ellos.  Es un juego divertido pero basado solo en definiciones vacías, bonitas pero huecas.  Y así es el matrimonio y todas las relaciones íntimas o superficiales que establecemos con los demás; todo su entramado se basa en suposiciones que, por embrujo, esperamos se den.  Y eso, además de superchería, es superstición.
            Sin embargo, donde más prevalece esta actitud es en la cuestión religiosa y nuestras “relaciones” con Dios.  Todos nuestros tratos unilaterales con ese Ser, están fundamentados en los más variados e ilógicos postulados que solo se sostienen gracias a la fe supersticiosa.  Decimos que Dios es infinito amor, y, sin embargo, le tenemos terror y desconfianza.  Si algo nos resulta bien, le damos las gracias y le achacamos el éxito a él y a nuestras oraciones; pero si todo nos sale mal, inventamos excusas para no echarle la culpa, pues eso sería blasfemar.  Y el miedo no nos permite hacerlo.  La superstición prevalece, y para justificarla, nos declaramos indignos de recibir el beneficio de Dios; incluso repetimos aquella cantinela de que “los caminos de Dios son un misterio”.  Y cuento acabado.  El dogma queda ileso y amparado en la superstición colectiva.  Dios es la más grande superstición del hombre; mejor dicho, Dios es el concepto más lleno de supersticiones.  Y sin importar cuánta fe y seguridad digamos tener en esa Abstracción Absoluta, nuestras relaciones con Eso, son pura superstición e intereses variados.
            La superstición está presente en todo lo que hacemos, decimos o pensamos.  Observe su método de razonamiento y descubrirá esta verdad; todo el presente, futuro e incluso el pasado, están regidos por un continuo de suposiciones indemostrables ni siquiera como probabilidades.  Incluso lo que ya vivimos y es cosa juzgada, está sujeto a los cambios que le hacemos mediante los malabares mentales que surgen de nuestras supersticiones.  El mismo acto ya pasado, adquiere diferente valoración cada vez que lo analizamos con esa visión tan tornadiza de la realidad; ante la misma actuación nos sentimos culpables, inocentes e incluso víctimas, según nuestro estado de ánimo.  Cuando analice un problema, solo siga a su mente (de forma pasiva) y se sorprenderá de lo proteica que es y de cómo funcionan esos mecanismos automáticos cuyos disparadores son las supersticiones que yacen en alguna parte de nosotros (llámele subconsciente, si lo desea).
            Es claro que las peores supersticiones son las que tienen que ver con nuestras “relaciones” con Dios.  Sin saber por qué, suponemos que nos escucha, que habla nuestra lengua (los cientos de idiomas que existen); que se interesa personalmente por resolver nuestros problemas y, en el colmo de la necedad, nos arrogamos la capacidad de “ofenderlo” o enojarlo.  Pero si Dios se molestara por todas las idioteces que hacemos o decimos, sería la criatura más ofendida del Universo y estaría recluido en un asilo.  Así que de mal en peor, toda nuestra relación con ese supuesto dios personal, trata de una gigantesca superstición en la que no es posible demostración alguna y, por lo tanto, nos sentimos excusados de pedir o dar pruebas acerca de nuestra conducta religiosa.  El rebaño (la feligresía) nos acuerpa y gracias a él, no sentimos la vergüenza que debería producirnos el acto de llorar, arrodillarnos y empezar a pedirle favores  a la nada.
            La superstición es nuestra compañera inseparable; pero no debemos menospreciarla a la ligera, pues ella llena todos los vacíos de conocimiento que hay en nuestras vidas y nos hace felices; mediante ella desaparecen todas las incógnitas y las lagunas de la razón.   Todo se explica mediante la superstición y se hace innecesario pensar.  Se acaba el dolor de la duda y la búsqueda de la verdad; ante cada enigma penoso, hay una superstición que lo explica todo, y todos felices.   ¿Es usted, querido amigo-a, supersticioso? 
            Supersticiosescamente
                                               RIS           Correo electrónico:   rhizaguirre@gmail.com