martes, 19 de marzo de 2013

747 Mi amigo "Chiquitín"



747        LA CHISPA  
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
MI AMIGO   “CHIQUITÍN”
            Hará cuestión de cuatro años lo vi por primera vez en la calle de mi barrio, empeñado en hacerle el amor a una perrita que andaba de “fiesta”.  Me dio risa porque en medio de una turba de zaguates de gran tamaño, parecía no tener oportunidad alguna.  Sin embargo, estaba lejos de imaginar la gran inteligencia (astucia) de este pequeño guerrero de la calle que, lejos de amilanarse por su diminuta figura, me dio una clase de cómo el ingenio puede compensar nuestras carencias físicas.   No sé cómo se había dado cuenta de que él era el preferido de la perrita, pero como esta estaba rodeada de pretendientes enormes que lo podían hacer trizas, se mantenía a distancia de la jauría; fue entonces cuando realizó su movimiento maestro: cuando ninguno lo notaba, se introdujo en un garaje a través de la puerta de barras metálicas que apenas le permitían pasar.  Y eso me desconcertó en principio, pero de inmediato me di cuenta de la jugada.  Ella lo siguió al interior del sitio, y ahí quedaron al margen del peligro que podían representar todos aquellos mastodontes que le impedían acercarse a “Canela”.
            Para ese entonces se llamaba “Randy” y trabajaba en dos sitios.  Durante el día era guardián del taller mecánico “Mello”; y por las noches, laboraba en la Seguridad del barrio.  Era asistente del guarda que cuidaba nuestra calle, y ahí palmaba toda la noche, persiguiendo y amenazando a todos los tipos de mala facha que pasaban por mi calle, y la “suya”.   Pero antes de esto, yo había conocido a otro amiguito callejero al que un vecino, ya fallecido, bautizó con el nombre de “Pucho”.  Este nos había adoptado y se mantenía al pie de las escaleras de mi casa, de día y de noche; hasta que un día le abrimos la puerta y se quedó para siempre.  Claro que tuvo que hacer un juramento solemne de respeto y servilismo absoluto ante la reina de la casa: “Renatita”.   Y después de que esta aceptó su presencia, “Puchini” pasó a formar parte de la familia.  Así estaba el decorado cuando hizo su aparición “Chiquitín”.  Y aunque no sé cómo ni cuándo, hizo una amistad entrañable con el callejero de casa.  Algo así como la que surge entre los desheredados de la vida, entre los compañeros de infortunio.  Supongo que Pucho le dijo que no fuera tonto, que ese trabajo era muy peligroso y que, encima, ni siquiera le daban de comer.  “Aquí tendrás casa, comida y cuidado; además, los rocos de aquí son querendones de perros; si no que te lo diga la gorda esa a la que llaman Renata”.  “Solo tenés que mantenerte a buena distancia de ella y respetar su antigüedad de residente; creo que ella nació aquí y el patrón la ama por sobre todas las cosas.  Esa es la clave, pasale la brocha”.
            Así que de repente, empezó a dormir buena parte de la mañana en la parte alta de la escalera de mi casa, al abrigo de cualquier peligro y bajo el tolerante cuidado de Pucho, un perro en cuya confección utilizaron como único material el amor más puro que se pueda imaginar.   Y aunque las primeras noches se desesperaba por salir, no tardó en entender la mecánica del sistema de su nuevo hogar y se fue adaptando a la condición de semi-prisionero.   Sacrificó parte de su vida libérrima a cambio de un techo y comida seguros; además, del cariño y cuidados que ha recibido.  Dejó algunos de sus hábitos de malandrín callejero y se fue convirtiendo en un perrito faldero de lo más chineado; yo diría que en un aprovechado del afecto que la señora de la casa desarrolló por él.  Y aunque la razón me señala el límite “normal” de la inteligencia de los perros, las acciones de este animalito me insinúan un misterio que no deja de fascinarme.  Si les contara las cosas que hace, dirían que es mentira y que solo se trata de una exageración propia de los amos con sus mascotas queridas.  Pero no es así; este otro angelito que llegó a mi casa, me ha enseñado una nueva perspectiva de la vida de la cual yo no tenía idea alguna.  Y prefiero guardarla en secreto porque es un obsequio personal que cada uno tiene la obligación de descubrir por su cuenta, a través del amor. .. o del dolor.   No hay otro camino.
¿Y por qué les cuento sobre “Chiquitín”?  Porque acaba de morir “Piscis”, una encantadora perrita que su dueña dejó perdida junto a su hermana “Tita” en una casa de Santa Bárbara de Heredia.   Allí llegaron al estado de caquexia por culpa del abandono en el cual vivían.   Para Tita la ayuda llegó tarde, pero Piscis la sobrevivió tres años en mi casa; ya era una ancianita de 136 años de perro.  Pero hasta un mes antes de su muerte, conservó su aire juvenil y alegre; y aunque los machos de la familia (Pucho y Chiquitín) no la tomaban en cuenta para nada, ella se sentía feliz al lado de ellos, aunque no la sumaran ni la restaran; era parte de la manada hogareña y los quería como solo los perros saben hacerlo.  Por eso les hablo acerca de “Chiqui”, porque quiero compartir con ustedes una de las experiencias más valiosas que he disfrutado en mi vida: servir sin interés alguno.   Yo no tenía idea alguna de lo que se siente al SERVIR.  No ha comerciar con el servicio sino a SERVIR.   Y eso se lo debo a mi manada de perritos.  He gozado al departir con una larga familia perruna de la cual he aprendido tantas cosas que jamás he visto en los humanos.  Por eso estoy satisfecho y quisiera que muchos se embarcaran en esta aventura que no cuesta mucho, pero que enriquecerá sus vidas.  Sé que muchos conocen estas sensaciones; pero también sé que hay otras personas que los consideran una molestia que deben evitar.  ¡No saben cuánto se pierden!  A estos últimos les recuerdo que hay muchos “Chiquitines” por las calles, buscando a un afortunado que quiera hacerse merecedor de todas las bendiciones del cielo.  Solo tienen que adoptarlos y jamás se arrepentirán.  No se fijen en su aspecto externo, pues este solo es una prueba que las personas vanidosas y superficiales NO PUEDEN superar y, por eso no obtienen el premio del amor.
Quiero que sepan que Chiquitín EXISTE, lo mismo que Pucho y una legión interminable de estas criaturitas que son un manantial infinito de Amor, dispuestos a darnos toda su atención y cariño; a convertirnos en el centro de sus vidas; a querernos a pesar de lo que somos.  ¿Quién nos puede hacer una mejor oferta?   ¡Nadie!  Ni siquiera los más querendones de nuestras familias.    ¡Y gratis!  
Perrescamente
                        Ricardo Izaguirre S.                                     E-mail:  rhizaguirre@gmail.com      
     Que pasen un feliz domingo en compañía de sus seres queridos, incluidos sus perritos. 

421 ¿Qué es una cronología?



421   LA CHISPA    

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿QUÉ ES UNA CRONOLOGÍA?

            No sabía que la “Chispa” del Año Nuevo iba a provocar que varios amigos me escribieran para preguntarme ciertas cosas o para protestar por lo que digo en ella.  La parte que tiene que ver con la fe no la contestaré porque esa emoción es irracional y nada se puede hacer al respecto cuando alguien CREE en algo.  En cambio lo de la cronología sí es un campo muy interesante que está al alcance de casi cualquier persona, de casi cualquier nivel cultural.  Es por eso que trataré de aclarar algunos aspectos que apenas esbocé en “La Chispa” anterior cuyo objetivo era el Año Nuevo.
            CRONOLOGÍA: El DRAE dice: 1) “Ciencia que tiene como objeto determinar el orden y fechas de los sucesos históricos”,  3) “Manera de computar los tiempos”.  Eso significa que la cronología es la herramienta principal de la historia, pues sin ella (como el caso de la Biblia) cualquier narración supuestamente histórica queda en el aire.  Sin fechas ni relaciones temporales a sucesos conocidos u otras historias NO HAY HISTORIA, por más fe que se tenga.  De ahí la enorme importancia que tienen las cronologías para establecer la veracidad de los hechos. 
            Hay dos cronologías antiquísimas: la india y la egipcia, pero ambas han sido ridiculizadas, negadas y sepultadas por el pensamiento occidental que se guía por los anales de los judíos en sus dos versiones.  Tanto judíos como cristianos, con su cómputo bíblico, han caído en el más grande ridículo científico, el cual se mantiene contra viento y marea solo porque es un asunto de fe de ambas religiones.  La cristiana se debe al monje Dionisio y al obispo James Usher quien calculó que la tierra había sido creada el 26 de octubre del año 4004 antes de Cristo.  ¡A las NUEVE DE LA MAÑANA!  ¿Qué les parece la seriedad de esa cronología?  Y la de los judíos la inventaron en el siglo XV y determinaron, nadie sabe cómo, que la tierra fue creada el 7 de octubre del año 3761 antes de Cristo, que sumados a los 2008 de la era común, les da un total de 5769 años desde la “creación”.  Como cualquier persona con una onza de sesos sabe, tales cronologías son ABSURDAS.  Carecen de fundamento científico y ni siquiera llenan los requisitos del sentido común, pues tanto la cultura hindú como la egipcias y sus testigos pétreos, existirían desde antes de la creación del mundo.  Sin importar lo que los fanáticos digan, esas cronologías son inaceptables.  Solo son materia de fe.
            No diré nada de la cronología hindú ni de la egipcia porque son muy complejas y requieren mucho espacio para medio esbozarlas; y como también tienen elementos que pueden considerarse “materia de fe” u ocultismo, no son discutibles públicamente.  Por eso nos concretaremos a algunas cronologías humanas bastante conocidas, pero que la Iglesia Católica y sus comadres protestantes no quisieron adoptar por considerarlas “paganas”.  La más importante y conocida es la Olímpica cuyo año se iniciaba en el verano, y toma como punto de partida los primeros juegos que se realizaron en la ciudad de Olimpia en lo que se consideró como el año UNO (-776 AD).  Y como las olimpiadas se hacían cada cuatro años, estas pasaron a ser un punto de referencia histórica: “año segundo de la vigésima olimpiada”.  Sin embargo, esta cronología fue un tanto teórica.  La más práctica y usual era la Seléucida que tenía dos variantes: la de Alejandro que se iniciaba el 12 de noviembre de 324 a.C. a la muerte de Alejandro; y la otra era la de Atenas, que comenzaba en el año 442 cuando Seleuco tomó Babilonia.  Esta era la que utilizaban los judíos y sobre la cual basaron todos sus cálculos cronológicos en forma velada.  Ellos NUNCA tuvieron una cronología propia, como la que los cristianos y bibliómanos en general suponen.   Pero como se veía un poco raro que el “pueblo elegido” no tuviera su cronología exclusiva, en el siglo XV se dedicaron a maquillar la Seléucida y de allí salió la era judía moderna, que nadie sabe cuál es su origen, pero todos suponen que brota de los “misterios de la Biblia”.
            Además, existía la  cronología romana conocida como la AUC (Ab Urbe Condita = desde la fundación de la ciudad) que fue inventada a partir de un suceso mítico, o por lo menos muy nebuloso y sin posibilidad de ser demostrado: la fundación de la ciudad de Roma.  Esa cronología se empezó a implementar por ahí del siglo segundo antes de Cristo, cuando inventaron que la ciudad se había inaugurado en el cuarto año de la sexta olimpiada (753 a. C.).  También existe la Cecrópica y otras más, pero todas tienen el mismo defecto mortal: están fundadas en hechos dudosos e indemostrables.  Las cronologías que se basan en “el año tal del rey tal” están en el aire porque su fundamento es voluble.  En cambio, como sugerimos en “La Chispa” anterior, una cronología basado en el Zodíaco sería perfecta y de precisión astronómica como la de Scaliger.  Por ejemplo, podríamos tomar como punto de partida para el conteo de toda la historia que conocemos, el momento cuando el sol pasó por la cúspide de Leo, es decir, seis meses precesionales.  Ahí nos cabría todo y mucho más de los que conocemos de la Historia.  Entonces, todos los “hechos históricos”, aunque fueran falsos, podrían referirse a ese calendario cósmico con absoluta precisión.  Incluso el supuesto nacimiento de Cristo.  Y podríamos decir que este nació el primero de marzo (Natividad) del año diez mil de la era de Leo.  Matemática perfecta aunque los hechos no sean reales.   Jacob y sus hijos llegaron a Egipto en el año ocho mil cuatrocientos tanto, y después de cuatro siglos y pico de cautiverio, salieron de ahí en el ocho mil ochocientos y resto.  Y que ahora estamos en el año doce mil ocho (12 008).  De esa manera podríamos retroceder lo que nos diera la gana en el tiempo, pues solo sería cuestión de sumar los ciclos precesionales anteriores al presente.  Miles de años precesionales hasta la “aparición” del sistema solar.  Y todo con rigor matemático infalible casi hasta el infinito.  ¿Qué les parece?  ¿Por qué no usar la cronología estelar?  ¿Por qué seguir datando nuestra historia con esa farsa religiosa?                                                                             
            Cronologiescamente
                                               RIS.        E-mail:   rhizaguirre@gmail.com
           

404 La rutina de las "agenditas"



404   LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA RUTINA DE LAS “AGENDITAS”

            Como hace años entré en los penumbrados terrenos del alzhaimer, opté por las agendas, agenditas y hojitas de papel en donde apuntaba todo lo que tenía que hacer.  Y así, sin darme cuenta, me sometí a una de las rutinas más esclavizantes con las que las personas “civilizadas” solemos torturarnos voluntariamente. 
Comprar café.
Pasar donde Fischell: champú y pesarme.  Tomarme la presión.  Palillos para las orejas.
Comprar la carne de los perros.  ½ kilo de corvina.
Pasar por el correo.  Maíz para las palomas
Comprar el álbum
Pilitas para el reloj de la sala
Preguntar por la línea de teléfono
Pagar teléfono y luz.
Lotería
Cualquier otra vara.
            En todas las salidas, como una religión, confeccionaba un papelito “recordatorio” de todas las cosas que tenía que hacer.  Y a medida que los hacía, los fui perfeccionando cronológicamente, por materias, sitios, distancias, horarios y mil detalles más.  Se puede decir que llegué a lo máximo en la confección de “agenditas” para el diario; alcancé la maestría del detallismo.  Mis agenditas eran el súmmum de la perfección.  Si tenía que comprar algo de la farmacia, tomaba el bus de barrio La Cruz y me bajaba en la esquina de Fischell; compraba mi Delga C, me pesaba y cruzaba la calle hacia el Correo, adquiría la lotería en la esquina y me dirigía  a la Universal en busca del álbum; luego, por la calle primera hasta las oficinas del ICE.  Finalmente, al Mercado Central en busca de lo que fuera.  Mis salidas y recorridos estaban mejor planeados que la invasión de Irak, o los cálculos de la Bolsa de Valores de Nueva York.  Ningún detalle quedaba al azar; incluso tenía los formularios A-5, con alternativas para aquellas ocasiones en donde me fallara alguno de los puntos de mi periplo.  Rommel planeando la batalla del Alamein era cualquier inexperto a la par mía confeccionando “agenditas”.
            Si tenía que ir a alguna gestión en oficinas del gobierno, era otro tipo de agenda, las número A-7, aquellas capaces de enfrentar todo tipo de inconvenientes tales como la “caída del sistema”, las huelgas, los horarios imprevistos y todo lo demás.  Todo era perfecto… en teoría.  El problema es que muchas veces hacía todo el recorrido de memoria, improvisando; y no me acordaba del bendito papel recordatorio.  Pero la corona de este asunto en el que me enfrasqué por años, es que la mayor parte de las veces, después de pasar largos minutos redactando cuidadosamente el orden del recorrido, los tiempos, los imprevistos y todo lo demás, se me olvidaba el desgraciado papelito en la cubierta del escritorio.  Entonces el sufrimiento y mi cólera llegaban al paroxismo, sobre todo cuando ya estaba montado en el autobús y no podía devolverme.  Solo me quedaba un consuelo: que mi agenda era un cartoncito de cinco centavos y no una Palm de cientos de dólares.  Y que si se me perdía, el único inconveniente era el viaje semi fallido.   Pero como en la vida todo tiene su lado amable, aprendí a no desperdiciar mis salidas en falso, y en lugar de rezongar, decidí utilizarlas como paseos.  Hacía aquello que la memoria me permitía, y el resto del tiempo lo dedicaba a pasear con tranquilidad, viendo a tanto chiflado como yo, corriendo como hormigas locas en busca de quién sabe qué.  Me aficioné a los granizados con dos leches de La Gran Vía, y me instalaba en la Plaza de la Cultura a disfrutar de mi helado, y de la angustia de los desaforados con caras de locos que corren y corren, mientras la vida se les va sin gozarla.  De esos millones de personas que forman la legión de “los que nunca tienen tiempo para vivir”.  Solo para matarse.  
            Entonces decidí salirme y abandonar las agenditas.  Si me acuerdo, bien… y si no, que se vaya todo a la porra.  Es muy poco el tiempo que me queda para desperdiciarlo en babosadas disciplinarias.  Ahora solo tengo una agenda pegada cerca de la puerta de salida de mi casa, con una sola nota que no debo olvidar porque su omisión me ha hecho pasar muchas vergüenzas, o al menos, cierta incomodidad… cuando me doy cuenta. 
AGENDA: Tema único.
JARETA     (bragueta)
            Y asunto curioso, desde que dejé de usar las “agenditas”, he notado que mi concentración ha mejorado, me acuerdo mejor de las cosas y el papelito ha dejado de ser mi “cerebro”.   Ahora hago las listas mentalmente, las visualizo como si estuvieran escritas pero sin tratar de memorizarlas; solo las “encadeno” de manera que una me recuerde la otra.  No puedo pasarles “el santo” porque no sé cómo funciona en mí.  Así que supongo que es un asunto personal que cada uno tiene que descubrir por su cuenta.  Es un bello reto, una gimnasia de LIBERTAD que bien vale la pena intentar.  No se conviertan en esclavos de una rutina idiota que a nada conduce, o peor aún, que lo convenzan de que tiene que gastar cientos de miles de colones es aparatos que, en lugar de ayudarlos, colaboran en la atrofia de las facultades mentales.  No permitan que un tiliche japonés con pantalla TFT y diez Gb de memoria reemplace a su cerebro.  Y que si por desgracia lo pierde o se le olvida, lo deja con la más profunda sensación de inutilidad.  Como me sentía yo cuando olvidaba mis “agenditas”.  Sea libre, utilice su cerebro.  TODAVÍA NO EXISTE MEJOR HERRAMIENTA.  No permita que los comerciantes se lo sustituyan por una Palm.
            Agendalmente
                                      Ricardo Izaguirre S.       E-mail:      rhizaguirre@gmail.com                               

201 ¿Que de qué me arrepiento?



201   LA CHISPA 

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

¿QUE DE QUÉ ME ARREPIENTO?

            Esta no es solo una reflexión del que escribe esta “Chispa”, sino que debería ser una obligación de todo ser humano que tenga un poco de conciencia y que piense que somos algo más que simples animales.  Cuando pensamos que somos algo así como una nave que inició el viaje el día que nacimos, estamos forzados a cuestionar todo lo que hicimos en nuestro periplo, y de qué manera el oleaje de nuestra embarcación afectó a aquellos que tuvieron la dicha o la desgracia de atravesarse en nuestra ruta, o de navegar en paralelo con nosotros.  Pero sobre todo, tenemos el deber de pensar en aquellas pequeñas navecillas que tuvieron el infortunio de ser atropelladas por nosotros.  Maltratadas por nuestra indiferencia, olvido, grosería, infidelidad, violencia o, lo que es más lamentable todavía, la falta de Amor.
            Pero esta reflexión se debe hacer a menudo; o por lo menos a la mitad de nuestras existencias, no importa cuánto duren estas.  Hacerla al final de la vida, cuando ya no tiene caso, solo sirve para llenarse de amargura ante lo que pudo ser o pudimos hacer y lo dejamos pasar sin tomar partido o comprometernos afectivamente.  Es terrible que en el balance final, nuestras cuentas sean deficitarias en nuestras relaciones con los demás, en especial, con aquellos que nos quisieron o pudieron habernos estimado.  Es triste no haber amado a mi suegra con la intensidad que merecía esa alma tan dulce y noble que no parecía un ser humano sino un ángel.  Un ángel que pasó fugazmente por mi vida, y a quien no supe valorar por falta de atención.  O a aquel amiguito a quien vi morir a los veinte años, sin haberle dicho cuánto lo admiraba.
            En el caso mío, bien podría decir que no me arrepiento de nada; he tenido una larga y buena vida, he gozado de una salud estupenda, tengo buenos hijos y nietos encantadores; incluso bisnietos dignos de ser amados con intensidad.  No tengo plata, pero he recibido otros bienes de los que muchos carecen, y que sirven para entrar en la gloria e incluso en la historia.  Esta no es arrogancia ni me refiero a la Gloria del Cielo ni a la Historia, sino a esa humilde morada del descanso final, y a la fugaz historia que dura tanto como los recuerdos de mis hijos y los que me han querido a pesar de lo que soy.  Sí, bien podría decir que no me arrepiento de  nada; he vivido mucho, he conocido gran parte del mundo y he hecho lo que me ha dado la gana.  Nunca me he visto obligado ni he tenido que arrastrarme ante nadie por ninguna razón.  Me he sentido en la cumbre y en el fondo, pero jamás me he permitido el desperdicio emocional de odiar a alguien por algún motivo.  Tampoco he tolerado que nadie me convierta en su vasallo; y nunca he visto en ningún hombre, nada que no sea un hombre, sin importarme su apellido, prosapia o hazañas que le atribuyan.  No he sido mezquino para reconocer la valía de mis semejantes, sin importar que me caigan mal o lo que otros digan de ellos.  He amado en forma imprudente e irreflexiva a mis amigos, sin tener en consideración si lo merecían o no.  También he gozado de ese afecto irrestricto de parte de ellos.  Conocí estupendas y dulces mujeres que me amaron buenamente sin que yo, hasta el momento, haya podido entender el porqué.
            Claro que podría decir que no me arrepiento de nada, y talvez otros podrían creerme, pero es obvio que eso no es cierto.  ¡Claro que me arrepiento de muchas cosas!  Me pesa no haber hablado lo suficiente con mi madre y no haberle dicho cuánto la amaba y cuánto respetaba su carácter y talento; me duele mucho no haberle dedicado más tiempo a mis hijos, haberlos “vivido” intensamente cuando eran niños, pues en un descuido y parpadeo del tiempo, se me hicieron grandes y ya no los pude “chinear”, llevar de la mano o enjugarles las lágrimas cuando fue necesario.  Me arrepiento de haber sentido cierta vergüenza de amar sin tapujos a la mujer de mi vida y, lo peor, de no habérselo dicho nunca por haberlo considerado innecesario.  Me apena haber dado por un hecho que los otros entendían aquellos sentimientos y emociones que nunca transformé en palabras.  Me arrepiento de haber sido tan tacaño con estas, de manera que nunca prodigué a los que he amado, una cascada interminable de elogios y parabienes; de no haberles dicho todos los días, a cada hora, cuánto los he amado. Me arrepiento de no haber estado “allí” cuando fui necesario, porque di por un hecho que los demás sabían que yo los apoyaba.  Me duele haber dejado en el arcano del silencio, todas las palabras melosas que pudieron enriquecer y endulzar la vida de los míos, solo porque juzgué que era cursilería propia de mujeres.  Me pesa no haberle dicho a mi mujer, cada día, qué linda es y cuanto la amo, porque siempre pensé que la época del romanticismo había quedado atrás en el tiempo.  O que ya estábamos viejos para eso.
            Lamento mucho no haberles dicho a mis hijos cuánto los amo y qué tan orgulloso estoy de ellos, pues siempre di por descontado que lo sabían, pero nunca lo oyeron de mi boca.  Me pesan mucho todos esos silencios lapidarios que puse donde era necesario el calor y la ternura de las palabras amables.  Y ese silencio siempre duele, pues todos los seres deseamos “saber” a diario que somos amados.  Necesitamos ese refuerzo que, aunque parezca tontería, es una poderosa alcayata moral donde nos apoyamos en el día a día.  Me arrepiento de la indiferencia que simulé siempre ante las cosas menudas y cotidianas que forman la esencia de la vida familiar.  Me duele mucho la aspereza con la que cubrí mi alma y con la que espanté de mi lado a aquellos que amaba y que tanto pudieron quererme.  Me molesta la indiferencia de la que siempre hice alarde, simulando que poco me importaban las cositas rutinarias que hacen la alegría de los niños, las mujeres y la gente sencilla y buena que no vive en mundos ficticios e idiotas como el mío.  Me duele tanto haber sido tan necio e insensible.
            Cómo me pesa haber sido tan “serio” con mis alumnos y no haberles permitido que se acercaran más a mí, de tal suerte que sintieran que detrás del estirado profesor, había un ser humano con alma y sensibilidad.  Un hombre que podía comprenderlos y que era capaz de vibrar al ritmo de sus miedos, alegrías y angustias.  Cómo me duele que tantos de ellos hayan sido seres invisibles para mí, a los que solo logré percibir en un sentido abstracto a través de un cuaderno de notas.  Y todos se me hicieron hombres y mujeres, padres e incluso abuelos, sin que yo me hubiera dado la oportunidad de disfrutar de su compañía y de las tantas cosas alegres, auténticas y bellas que tienen los jóvenes.  A veces me digo que hice lo mejor, que traté de ser el mejor profesor del mundo, pero sé que no es así.  Jamás puse el ingrediente principal que hace que la vida y las relaciones entre los seres humanos tengan el carácter que les da perennidad: el amor.  Sé que fui duro y un tanto seco, y eso limitó el fruto que pudieron dar aquellos niños que estuvieron confiados a mi dirección.
            Pero de nada me arrepiento tanto, como del hecho de haberles negado mi afecto y atención a algunos niños allegados que, ahora hombres, ya no necesitan nada de mí.  En forma intencional me negué la oportunidad de haberles hecho el mejor obsequio que todos podemos brindar sin limitación alguna: cariño.  Con eso talvez dejé una carencia intrascendente en sus vidas; pero en la mía, se hizo un vacío absoluto, tenebroso e irreparable.  Fui tacaño con una riqueza que es infinita en el reservorio del Universo.  Fui mezquino con un recurso ilimitado del cual podemos disponer a placer.  Les negué una migajita de algo que nada me costaba, y que hubiera enriquecido sus vidas pero, principalmente, la mía. 
            A todos ellos y ellas les pido perdón, aunque nunca se den cuenta y ya nada les importe.  A lo mejor ni me recuerdan, lo que sería mil veces preferible.  Lamento mucho no haber sido mejor hijo, padre, amigo, hermano, marido o amante.  Me arrepiento de haber entregado nada a cambio de lo mucho que recibí.  Sé que ya es tarde para lamentaciones de mi parte, y es por eso que escribí esta “Chispa”.  Un poco para desahogarme pero, fundamentalmente, para que otros que están a tiempo, puedan meditar y corregir el rumbo de una vida estéril.  Porque esta sin amor, servicio y entrega, no vale ni la cáscara de un maní, por mucho oropel que la adorne.
            Si le gustó esta “Chispa”, hágala circular, talvez pueda servirle a algunos de los que todavía tienen la posibilidad de hacer entrega a sus semejantes, de la joya más valiosa que podemos obsequiarles: el interés honesto por los asuntos de sus vidas pero, sobre todo, de ese tesoro inagotable del que todos podemos disponer a discreción y sin límite alguno: el Amor.

            Fraternalmente
                                               Ricardo Izaguirre S.