lunes, 30 de julio de 2012

613 Los bozales del "orden constitucional"


613    LA CHISPA             (7/04/09)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del  Poder”

LOS BOZALES DEL “ORDEN CONSTITUCIONAL”
           
La teoría dice que en las democracias la voluntad de la mayoría es la que cuenta y debe ser respetada y acatada por la minoría.  Ese es el postulado básico sobre el cual pivota toda la dialéctica que justifica esta forma de gobierno.   Pero ¿cuándo se da esa situación?  ¿En qué momento o época ha sido eso una realidad tangible y evidente?  Estimado ciudadano, medite sobre este asunto y busque una respuesta que pueda justificar lo que usted ha visto toda su vida.  Siempre es una minoría ínfima (la oligarquía) la que ejerce el control sobre los demás.   Es la que controla la política y la economía, y apoyada en esas formidables bases, ejerce su tiránico poder sobre mayorías que no tienen ni la menor idea de cómo funciona el sistema del cual son víctimas entusiastas.   Y eso sucede así porque ese es el diseño de la democracia formal.  El esquema democrático parte de la premisa de que el ciudadano ELIGE a sus gobernantes mediante el voto directo o indirecto, y que luego estos, investidos de ese poder soberano que el pueblo les ha conferido, gobiernan en beneficio de las mayorías.
            Aunque esto se ha explicado minuciosamente, es necesario siempre tenerlo presente: en nuestros medios nadie elige a sus candidatos.  El votante solo “escoge” a alguno de los postulantes que ya han sido aprobados en los altos círculos de la burguesía.   Sin embargo, el individuo supone, por ignorancia, que no hay otra forma mejor de ejercer su voluntad, y convencido de eso, se afilia a un bando, grita, se alegra, se llena de esperanzas vanas y celebra el triunfo de su candidato.  Este es el ideal de la democracia formal: ciudadanos mansos que respeten el orden constitucional; domesticados, como decía un expresidente muy folclórico y agudo.   Personas indolentemente sencillas que creen que pensar hace daño y, por eso, les dejan esa labor a los políticos de su partido.   Y todo esto es culpa del sistema educativo, el cual NO prepara cívicamente a los estudiantes para su propio beneficio, sino que los amaestra para que sean dóciles al sistema.  La cívica en la escuela y los colegios se reduce a una simple información de cómo se debe realizar el culto a la “democracia formal”.   Es una mera fórmula ritualística dirigida hacia un solo objetivo: la subordinación de la mente de los alumnos al “estado de derecho”, sin que jamás se consideren los derechos individuales ante un sistema elitista, injusto y siempre en manos de los mismos.
        La cívica ahora es hacer desfiles el 15 de septiembre y en otras efemérides; cantar el himno a Juan Santamaría, La Patriótica y el Punto Guanacasteco.  Hablar de las hazañas militares de épocas pretéritas y de cómo ocupamos un lugar privilegiado entre las democracias del mundo.  Y como broche a este adoctrinamiento, blasonamos acerca de lo mejores que somos en el ejercicio regular y respetuoso de los comicios que, religiosa y pacíficamente llevamos a cabo cada cuatro años.  Una imagen idílica de la democracia formal, que tanto les gusta a nuestra “clase dirigente”.  Todo lo feo, malo o injusto no se menciona; se esconde, se tapa, se  invisibiliza” para que nadie lo capte en el exterior.  ¡Y pobre del que se atreva a cuestionar el sistema!  Para este desadaptado, “el Orden Constitucional” ha creado varias mordazas que lo mantienen callado, quieto, resentido pero inocuo al sistema, respetuoso del orden público, pasivo, solitario, ignorado, desacreditado…  Para este logro maravilloso que lleva al ciudadano a la pasividad, el silencio y la indolencia forzada, el Estado ha creado un sistema punitivo muy sutil, sin represión policíaca, sin guardias, sin agentes de seguridad, sin cárceles ni militares; un método muy civilizado pero aterradoramente eficaz: la creación de figuras jurídicas atemorizantes que conducen a la cárcel o a la ruina económica al que protesta o denuncia.  Y entre ellas se destacan la INJURIA, CALUMNIA y SEDICIÓN.
           La INJURIA ha sido elevada a la categoría de delito político de manera muy conveniente.  El DRAE dice de injuria: 1) Agravio, ultraje de obra o de palabra  2) Hecho o dicho contra la razón y justicia 3) Daño o incomodidad que causa una cosa.  Entonces ¿cómo es que dentro del sistema político esta palabra se convirtió en bozal?   ¿Por qué se convirtió en delito decirle ladrón a un ladrón?  ¿Por qué es delito de injuria decirle a un político corrupto que lo es?   Si un político es sinvergüenza, inepto y ladrón, no debería ser delito decírselo públicamente, ya que él es un hombre “público”; sin embargo, el orden jurídico contempla tal cosa como INJURIA que, aunque sea CIERTA, puede llevar a la cárcel al que lo hizo.  De esa manera, todos los ciudadanos tienen que ver y tolerar de manera impotente y silenciosa, que un político robe, mienta y sea un inútil; que sea un borracho que mata a alguien con su carro, o un pervertido que anda tocándole las nalgas a las empleadas de la Asamblea Legislativa.  No se le puede decir corrupto a un Presidente que prevarica o propicia el nepotismo.  Que hace negocios particulares al cobijo del Poder. Que declara "emergecias nacionales" para evadir la legalidad de las licitaciones públicas en el otorgamiento de obras nacionales como "La Trocha 1856".
       Subordinada a la injuria está la CALUMNIA, figura atemorizante que debe ser demostrada ante los tribunales y que, por tan difícil razón, todo el mundo prefiere callar.  Porque aunque se pudiera demostrar la verdad de la acusación, siempre cuenta con la protección de la INJURIA.  Si le probamos al ladrón que es ladrón, eliminamos la calumnia pero no la INJURIA, y siempre vamos a la cárcel o somos obligados a la retractación por decir la VERDAD.   ¡Cosas de la democracia formal!
        Y por último está la joya de los bozales del “orden constitucional”: la SEDICIÓN.  De la cual dice el DRAE: 1) Alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar sin llegar a la gravedad de la rebelión  2) fig. Sublevación de las pasiones.   Tema sujeto a todo tipo de interpretaciones por parte del sistema.  Y como es muy complejo, escribiré otra “Chispa” para hacer un análisis de la sedición.  Pero por ahora, piensen en los alcances de ese concepto y de cómo se ha manipulado para mantener callados a los que se atreven a protestar e incomodar al estado de derecho.  Medite en esto: es el mismo Estado el que califica el delito, y el que determina las penas.  Todo muy conveniente, sobre todo, cuando la gente cree la ficción de que los Poderes de la República son independientes y están separados.
            Injuriescamente                                                   (¿Sucede esto en su país?)
                                   Ricardo Izaguirre S.                        
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martes, 24 de julio de 2012

983 Algo más sobre las dietas y la gordura


983   “LA CHISPA                (6 julio 2012)                                                                             

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

ALGO MÁS SOBRE LAS DIETAS Y LA GORDURA
         Hay cientos, millares de dietas que se consiguen en todas partes; todas garantizadas, todas seguras, todas sanas, todas probadas en innumerables estudios de diversas universidades, hospitales y clínicas de todo el mundo.  Pero la plaga de la gordura sigue en aumento y, al parecer, casi nadie logra revertir este funesto proceso que nos sume en innumerables sufrimientos.  La mayor parte de las dietas son gratis, se consiguen en revistas, diarios y en la televisión.  También existen las “pagadas”, que se respaldan con la revisión periódica que hace algún dietista o médico acerca de cómo va la dieta y el paciente.  Pero cualquiera que sea la categoría de estas, los éxitos que se obtienen son mínimos y de duración fugaz.  Los gorditos y gorditas casi siempre se vuelven a engordar, lo cual es causa de una horrorosa sensación de fracaso e impotencia.  Pero lo peor de esto es que todos sabemos las consecuencias malignas de la gordura; conocemos cuáles son los alimentos que la propician, también estamos enterados de cuáles son los hábitos que nos llevan a ella.  Es decir, NO HAY MISTERIO alguno en las causas de este azote.  Estamos o somos gordos porque comemos comida inadecuada y más de la cuenta.   Pero la cosa no es tan simple, y no se trata de decir que a partir de hoy comeré menos y un cuento acabado: figura de sílfide.  El pecado capital de la gula es terrible y poderoso; obnubila nuestra razón y nos convierte en sus dóciles y alegres víctimas.
            Muchos son los factores que inciden en el progreso alarmante de este mal que tiene varios tributarios que se deben considerar.  La obesidad es un mal social de enorme dimensión, y en la batalla contra ella, todos debemos involucrarnos en la búsqueda de soluciones.   En primera línea la familia, pues esta es el agente que, por su falta de información y cuidado, da rienda suelta a aquellos factores que sientan las bases de la obesidad entre los niños.   Pero como esto no solo es un grave problema familiar sino social y nacional, el Estado tiene la obligación de fijar, controlar y asegurarse de que se apliquen ciertas medidas  destinadas a la regulación de la industria alimentaria y la calidad de los productos que esta pone a la disposición del público, especialmente de los niños: la llamada “comida chatarra”.  El gobierno no debe eludir esa responsabilidad alegando cuestiones mercantiles como la libre empresa y otras tonterías.  Una sociedad obesa es una sociedad enferma; y mucha de la culpa de esta dolencia, está determinada por la ingesta de “alimentos” artificiales que, además no ser nutritivos, contribuyen de diversas maneras a procesos anormales de asimilación de sustancias nocivas que pueden predisponer a la gordura.  Entonces, el Estado no puede ni debe “lavarse las manos” y decir que eso es cuestión de gustos.  El ministerio de salud debe velar por la calidad de la oferta alimentaria de la industria, ya que cada persona obesa es candidata a muchos problemas de salud que cuestan enormes sumas de dinero al erario.  Dinero de todos.    Una sociedad con problemas de obesidad, se puede decir que es parcialmente inválida,  dependiendo de la severidad y porcentaje de este mal.  La familia tiene la obligación de informarse y de la elección de los buenos alimentos para sus niños, sin dejarse llevar por la comodidad que ofrece la comida chatarra: un cartón de “jugo” y dos bolsas de meneítos resultan muy fáciles de poner en la lonchera, pero esa basura no solo no es alimento, sino que constituye la causa de la obesidad y otras deficiencias nutritivas que tanto afectan a los niños.   La gordura trae aparejada una serie de males como los del corazón, óseos, cerebrales, respiratorios, diabetes, movilidad limitada etc. etc.   Y eso impica, desde la perspectiva social, tremendos gastos para la atención médica de estas personas a las que no se les puede dejar por fuera.
            La familia puede hacer mucho, educando a sus hijos sobre la conveniencia o no de ciertos alimentos; pero es el Estado el que tiene los elementos jurídicos y la información médica oficial para limitar la oferta de todas esas porquerías que fabrica la industria alimentaria y que, en contubernio con la publicidad, las promocionan como si se tratara de alimentos de calidad y de verdad.  Todos los días nuestros ciudadanos son envenenados lentamente por una cantidad de productos artificiales que nada tienen de alimenticios, aunque eso sí, son bien “saborizados”, “coloreados”, “endulzados” y “preservados” por infinidad de sustancias sospechosas, cuando no malignas.   Pero si esto es del conocimiento general de la población y del Estado, ¿por qué se continúa la venta de esa comida chatarra que tanto contribuye a la obesidad?  INTERESES ECONÓMICOS.  Al Estado le importa más los impuestos que paga la industria alimentaria que la salud de los ciudadanos.  Y con el cuento de la libertad de empresa o la democracia comercial, se permite este crimen de lesa humanidad que esas empresas perpetúan impunemente en contra de nuestras sociedades.   Y a nadie parece importarle un chayote.  ¿Cómo es posible que una madre les ponga a sus hijos en la mochila escolar dos bolsas plásticas de algo elaborado con residuos de petróleo y una lata o cartón de algún jugo químico lleno de sustancias malsanas pero bien “saborizado”?   ¿La comodidad y practicidad?  ¿Y qué hay de la salud?   Las madres deben saber que esa chatarra química que se vende en bolsas y cartones compromete la vida y felicidad de sus hijos.  ¡Tómese su tiempito y prepáreles un emparedado de verdad, con pan, huevo, quesito, pollo y lechuga!  Y un refresco de naranja real, de tomate o de frutas.  Así tendrán hijos sanos y libres de obesidad.  A los padres: involúcrense en este asunto de tan vital importancia.  No permitan que una mal entendida comodidad sustituya a la bendición que representa para sus hijos una buena y natural alimentación preparada por su madre; sin químicos ni porquerías que quién sabe de dónde las tomaron ni que componentes nocivos puedan tener.  Sin benzoatos, carbonatos, sulfatos ni otras cochinadas que se utilizan en la masificación de alimentos preparados.  La obesidad es uno de los resultados de esa comida artificial.  No sea perezosa, doñita, es la SALUD de sus hijos, su futuro.  Además, exija al Estado un mayor control sobre la manufactura de ese tipo de comida con la que se engaña y enferma a la población.  Como ciudadano, es su DERECHO exigir de sus proveedores una comida sana y nutritiva, y no las comidas que, por demandas de la producción en masa y tiempo de almacenaje, saturan de sustancias preservantes cuyas consecuencias son imprevisibles en el mediano y largo plazo.  La comida natural y fresca, es el único alimento que debemos ingerir y el único que debemos permitir que consuman nuestras familias.  No se deje engañar por la publicidad; esos “alimentos” capaces de conservarse por siglos en una bolsa, lata o cartón; son pura chatarra química, digan lo que digan sus fabricantes.  La obesidad es consecuencia de la mala alimentación, de comidas artificiales y plagadas de sustancias químicas que crean hábito.  Niéguese a comer semejante basura y, sobre todo, NO PERMITA que sus hijos consuman esos venenos.
            Saludablemente
                                         RIS                         Correo: rhizaguirre@gmail.com
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martes, 17 de julio de 2012

686 La Lotería


686      LA CHISPA                
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA BENEMÉRITA LOTERÍA NACIONAL
            Para los malpensados, aclaro que este artículo es producto de la más auténtica enchilazón que pueda imaginarse; envidia de 24 kilates después de más de cincuenta años de jugar lotería sin haber “pegado” ni siquiera un numerito secundario, de esos de relleno.   Claro que si me la gano en esta semana, de antemano, retiro lo dicho en esta “Chispa” y, a partir de ese momento, me convertiré en creyente confeso del lema glorioso de la Institución:  Hágase millonario de la noche al día”.   Pero solo si me la gano; mientras tanto, sigo sosteniendo lo que a continuación digo.      (Espero que le importe a alguien… o a muchos)
            Considero que la lotería en su estructura actual es un fraude, un engaño que no corresponde en nada a las necesidades monetarias actuales.  Se supone que “pegar” la lotería debería ser la solución permanente de los problemas económicos de cualquiera; pero ¿qué pasa con los premios actuales?  No alcanzan ni siquiera para una buena borrachera.   Hagamos una revisión del monto de los premios para ver lo ridículos que son algunos de ellos.  Acertar un premio con serie y número, significa alcanzar una probabilidad casi imposible: una en cien mil.   ¿Se imaginan lo que es acertar CINCO CIFRAS para ganarse un miserable premio de trescientos mil colones?   Es una burla fenomenal.  Yo me moriría de la rabia si eso me llegara a pasar, y es por eso les ruego a mis dioses de la Fortuna que nunca me hagan víctima de esa grosería.  Si no me han de favorecer con el de noventa millones, prefiero irme en blanco.   Vean ustedes que con noventa millones apenas se puede comprar una casita decente, un carrito de segunda y guardar unos cuantos milloncitos para el resto de la vida (en los jóvenes).  Esto si el Estado no se los reduce a cenizas mediante la devaluación.  El segundo premio es de nueve millones.   ¿Qué se puede hacer con esa suma?  No es ni siquiera la prima de una casita de bien social.  No se puede comprar ni un buen carro de segunda mano.  NO SE RESUELVE NADA.  Nueve millones solo nos complican la vida, pues todos los parientes quieren su tajadita; a la esposa se le antojan muebles nuevos, refrigeradora, pintar la casa, tele de plasma y mil cosas más que no solo consumen el premio sino que nos dejan con ocho o nueve millones de nuevas deudas.  Ese premio es una burla refinada de la Lotería.
            El tercer premio es de tres millones.   Un fin de semana en Cancún, y ¡a la porra!  Fuimos millonarios por una semana, condición que ya no tiene mucho mérito en Costa Rica.  Es algo como ser multimillonario en la Alemania de después de la primera guerra mundial.  Tener tres millones nos hace (técnicamente) millonarios; pero en realidad, ¿qué significa eso?  ¿Qué resuelvo con tres millones?  Claro que muchos me dirán que soy un mal agradecido y que siete o tres millones son una bendición; y mil cosas más.  Pero ese no es el fondo de la cuestión que quiero plantear.  Tener la inmensa y casi imposible dicha de acertar los cinco números de la lotería, es un acontecimiento que debería ser recompensado con un premio que RESUELVA todos nuestros problemas monetarios de por vida.   Esto no trata de fe, religión, conformidad, agradecimiento o cualquier otra minucia de tipo moral.  Es un asunto de recompensa proporcional a la elusiva fortuna de atinarle a una posibilidad casi inexistente.  Es una cuestión matemática que debería ser recompensada con un premio proporcional al costo.  Porque ganarse 300 mil colones con CINCO CIFRAS es una burla sanguinaria, una ofensa, un fraude, una desilusión, un bostezo.          Fíjense en el truco.
            En el sorteo 4052 del domingo 11 de octubre del 2009, hubo 93 premios distribuidos así:
1     Mayor de                    90.000 000
1     Segundo de                  7.000 000
1     Tercero  de                   3.000 000
3      de un millón                3.000 000
2      de 700 mil                   1.400 000
5      de 500 mil                   2.500 000
30    de 400 mil                   12.000 000
50    de 300 mil                   15 000 000
Total                                133 900 000    (ciento treinta y tres millones con novecientos mil colones).
            ¿A qué viene tanto premio “basurilla” cuando podrían ser solo tres de un monto respetable?  ¿Cortina de humo para disimular las exageradas ganancias de la Junta?  Vean que reparte 134 millones y colecta 500, con lo que obtiene una ganancia de más de 366 millones; entrega apenas una cuarta parte de lo que ponemos todos.  Y eso es injusto.  ¿Y por qué lo hace?  Porque es un ente estatal de los que imponen todo; como los “candidatos de elección popular” de los partidos.  Pero además, son dos ediciones, lo que eleva la ganancia de la Lotería a  732 millones cada domingo.   Con ese costo del billete, la Junta debería dar solo tres premios: el primero de ciento veinticinco millones, el segundo de setenta y cinco y el tercero de cincuenta.  Ese monto haría que el 50% por ciento de lo recaudado quede en manos de la Junta; y eso ya es DEMASIADO.  Pero así son las cosas, la Lotería Nacional es como el Vaticano: INTOCABLE.  Está por encima de la Ley y hace lo que le da la gana.  Y aunque aceptemos que es una institución de bien social, eso no justifica semejantes ganancias con el dinero de todos, porque la verdad, NADIE JUEGA “PARA HACER EL BIEN” sino “PARA HACERSE RICO DE LA NOCHE AL DÍA”, como rezan los eslóganes más populares de esa empresa.  Allí hay mucha plata, y no en balde tanta gente se desvive por estar en su Directiva, ¿por qué será?  
            Si no distribuyen más dinero, que sería lo justo, al menos deben eliminar la farsa de esos premios miserables con los cuales tratan de que no sea tan evidente el monto de sus desproporcionadas ganancias.  Solo tres premios; así se ahorrarían tiempo y todos nos desinflaríamos en diez minutos.  Y a seguir pulseándola para el próximo sorteo.  Los viciosos somos viciosos y nunca dejaremos de ser sus clientes; pero al menos, respétennos y quiten el escarnio de esos premios de a centavo.   Y solo hemos considerado UN PREMIO.
            Loteriescamente                    ¿Le importa a alguien?                     ¿Sucede esto en su país?
                                        Ricardo Izaguirre S.             E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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miércoles, 11 de julio de 2012

666 Las Oligarquías

666    “LA CHISPA”   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS OLIGARQUÍAS Y EL SALTO A LA MODERNIDAD
            Como dicen en las películas, es mera coincidencia que a esta “Chispa” le haya tocado el número de la Bestia.   La 666 de la América Latina se ha resistido tercamente a ejecutar los cambios que demanda NO la justicia social y otras sutilezas que ella no entiende, sino la continuidad de su propio sistema.  El formato oligárquico actual NO ES SOSTENIBLE indefinidamente.  Ahora que la China ha entrado en el juego desbocado del consumo masivo de los recursos naturales, estos están condenados a desaparecer en el transcurso de este siglo, y entonces, todas las armazones sociales se desplomarán sin remedio.  Especialmente las de los países atrasados que no tengan alternativas tecnológicas de supervivencia.   Ser países exportadores de materia prima y maquiladores NO es una solución a largo plazo.   Así que no importa qué tan rentable sea eso por ahora, la historia nos va a superar y todos nos iremos al abismo: ricos y pelagatos.  Haber asumido el papel de productores de materiales baratos, es el espejismo de los tercermundistas.  
            Lo racional sería la creación de infraestructura permanente que nos permita vadear los malos tiempos que se nos vendrán encima, pero esto requiere de una visión racional y futurista, contraria a la de las oligarquías actuales que solo piensan en llenarse los bolsillos sin importar el costo que esto tenga para los latinos en general.  Cuando el barco se hunda, nos iremos a pique todos; solo será cuestión de diferencias de tiempo.   Los únicos recursos básicos a los que podremos apelar en el futuro son dos: la tierra y el agua.  Y aunque todo lo demás es marginal, resultará necesario.  Por eso debemos pensar en la conservación de estos y NO solo en rematarlos a precio de basura.  No debemos comprometer la tierra ni el agua.  No debemos hacer concesiones sobre estas, pues ellas constituyen la última esperanza que nos queda para sobrevivir en un mundo en el que solo tendrán cabida los más aptos y listos; pero sobre todo, aquellos pueblos que tuvieron buenos y previsores gobernantes.   Además, ciudadanos que entendieron que la continuidad de la especie es y será cuestión de SOLIDARIDAD.   La solución no es individual, o irse a Europa o USA con buena plata.
            Es sabido que no todos podemos ser como Bill Gates, pero eso no significa que tenemos que ser miserables.  En nuestros países TODOS podemos aspirar a ser “ricos”, si entendemos esto por un mínimo razonable de vida: casa propia, trabajo bien remunerado para comer bien, obtener diversión, ropa adecuada, atención médica pronta y de calidad, educación garantizada en todos los niveles y, finalmente, una  pensión decente que nos permita vivir y morir con algún decoro.  La riqueza de todos nuestros países permite que eso sea posible.  El problema es que el reparto de esta es completamente injusto, y los potentados se quedan con la porción del tigre, mientras que las masas de obreros se debaten casi siempre en los linderos de la miseria y todas las carencias.  El egoísmo y angurria de las plutocracias latinas es diabólico.  Estas desearían que los trabajadores fueran esclavos y que trabajaran en el surco hasta morir; solo por un plato de frijoles.  Los poderosos y latifundistas latinos son apocados y sin visión alguna del porvenir.  Pero por sobre todo, cerrados ante los signos de la modernidad y las necesidades de un tiempo que ya NO ES EL DE LA COLONIA.   Nuestras oligarquías se han quedado atoradas en el siglo XIX, ciegas y sordas ante el progreso social.  No entienden que no se trata de ser “buenos”, “tontos” o “magnánimos” sino PRÁCTICOS ante una realidad que, tarde o temprano, tendrán que afrontar: solo COMPARTIENDO llegaremos a la meta común. 
            Darles participación a los obreros en las empresas o los latifundios NO ES UN MAL NEGOCIO; al contrario, es la garantía de que estos trabajarán con amor hasta el límite de sus fuerzas por mantener a flote y hacer más eficientes “sus” empresas.   Como hicieron muchas fábricas alemanas de la posguerra.  Convirtieron en “socios” a todos los operarios y la respuesta fue maravillosa e inmediata: trabajaban hasta veinte horas casi solo por la comida.  Porque era “su” empresa.  Algunas de ellas fueron la casa Krupp, la Volskwagen y mil industrias más que tuvieron la visión y el valor para pasar de riquillos entre una sociedad de miserables, a convertirse en millonarios en una sociedad de ricos.  En lo que es Alemania.   Nuestros “riquillos” podrían pasar a ser millonarios en una colectividad de gente rica y educada, capaz de mantener firmes las estructuras económicas y tecnológicas que nos darían la capacidad para capear todos los vendavales de las crisis futuras.  Como un todo.  Como naciones integrales en donde todas las unidades del cuerpo social cuentan.  Europa sobrevivirá a cualquier crisis; lo harán China y Japón, Canadá y USA.  También Australia y Nueva Zelanda.  Pero nosotros nos hundiremos hasta el fondo, no importa cuánto dinero tengan nuestros ricachones.  Es talvez por esa razón, la única que ven, que ellos guardan sus capitales en el extranjero. 
            Nuestra gente adinerada es torpe, miope y encogida.  Sienten MIEDO ante el progreso verdadero, tienen pavor a que se les altere el esquema que han venido siguiendo desde la llegada de Colón.  Pero quiéranlo o no, el tren de la modernidad ya los dejó muy atrás; son fósiles de un tiempo superado que solo tiene un final que cualquiera puede adivinar.  Si tuvieran valor, apostarían a la solidaridad; a apuntalar las bases sobre las cuales se apoya una nación: su gente.  Cuando esta crece, eleva a la espuma que siempre ha tenido encima (las oligarquías) produciendo una sana y verdadera riqueza no solo fundamentada en la miseria y explotación popular.  Algo así como la de Alemania.  Los países ricos NO HACEN HUELGAS, no inventan revoluciones, no tumban gobiernos, no alborotan.  Los pueblos ricos son felices pues no tienen razones para dedicarse a alterar el orden.  Tienen casa, trabajo bien pagado, medicina, educación, comida, diversión y esperanzas.  ¿Qué más pueden pedir?  Solo sarna para rascarse.  Vean a Suecia, Noruega, Suiza, Holanda, Bélgica etc. etc.
            Pero ¿qué pasa con nuestra gente?  La antítesis de todo eso.  Sin techo, sueldos miserables y desempleo, enfermedad, analfabetismo, mala alimentación, tristeza y desesperanza.  ¿Qué se puede esperar de eso?  Pues lo único que puede salir de un caldo de cultivo tan venenoso y cruel: VIOLENCIA.  Ojalá que las oligarquías latinas comprendan que la SOLIDARIDAD es un buen negocio… antes de que sea tarde.
            Fraternalmente
                                         Ricardo Izaguirre S.                             E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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lunes, 9 de julio de 2012

981 ¿Cuántas máscaras utilizamos?


981   “LA CHISPA         

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿CUÁNTAS MÁSCARAS UTILIZAMOS?

         Uno de los deberes más grandes que hay en la vida es el “Conócete a ti mismo”, pero a la vez, es algo que nadie quiere hacer, porque no hay espejo más desagradable que aquel que nos refleja la imagen verdadera de lo que somos.   A nuestra personalidad le encanta la imagen que hemos creado de nosotros mismos.  La que hemos inventado y no lo que somos.  Así, nuestras vidas se convierten en una larga y pesada cadena de imposturas que vamos utilizando según cada situación.  Ante los demás, somos aquello que nos gusta “ser” y que nos agrada que los otros crean que somos.  Tanto mentimos, por tantas razones, que llega el día en el que en un intento de análisis profundo, nos encontramos confundidos y ya no podemos distinguir nuestros engaños de la verdad.  Como vivimos sumidos en un mar de mentiras, nos hacemos uno con este y, a partir de ese momento, somos de su misma naturaleza, inseparables de él, de su misma esencia.  Tanto nos familiarizamos con nuestras mentiras (necesarias o no) que llegamos a creerlas de verdad.  Para cada situación tenemos una máscara (persona) que utilizamos para darle realismo.
         Si se trata de aparentar que somos buenos padres, maridos, amigos, hermanos, hijos o lo que sea, siempre tenemos una dramatización a mano, un buen discurso en el cual, aunque velado, dejamos la impresión en los que nos escuchan, de que somos unos estupendos personajes, responsables, cariñosos, tolerantes y atentos a las necesidades de los demás.  Somos caritativos y buenos miembros de nuestra iglesia; incluso solemos jactarnos del estado de gracia que hemos alcanzado ante los ojos de Dios y nuestra congregación; y en el colmo de nuestra mascarada, nos convertimos en moralistas autorizados para sentar cátedra acerca de cuestiones éticas y espirituales.  Esa es la máscara de la religión.  También tenemos la social, la familiar, la profesional, la amorosa, la sexual.  Sin embargo, también contamos con la de pillos,  graciosos y de otras minucias que hacen la vida tolerable.  Tenemos un reservorio casi inagotable de máscaras.  Y de esa manera, convertimos nuestra vida en una pesadilla “agradable”.  En un continuo de embustes y caracterizaciones que nos obligan a una actitud de permanente vigilancia, para no incurrir en otras mentiras que desmientan a las otras falacias de nuestra estructura social de farsas y fantasías.
         Ser mentiroso es un suplicio, pero como nuestro mundo social está construido sobre añejas y recientes mentiras, no existe la forma de hacer un hasta aquí y decir: “A partir de aquí, empiezo la verdad”.   Hay mentiras que hemos sostenido todas nuestras vidas; inventos que se originaron en nuestra niñez y que, pase lo que pase, constituyen el sustento de lo que queremos creer que somos, o de lo que deseamos que “los otros crean”.  Si nos agrada la conmiseración de los demás, es seguro que hemos inventado una gran cantidad de cuentos que conciten la piedad sobre nosotros.  Si nos agrada el papel de víctimas, siempre estaremos obligados a la utilización de la máscara de la lástima, la cual nos obliga a una conducta muy estricta y cuidadosa.  Somos víctimas y debemos actuar como tales.
         Si nos acogemos a la máscara de la fidelidad, de ser buenos maridos o esposas, o del martirio familiar, estamos fritos.  La esposa-víctima es el papel más manoseado y que más encanta a un buen sector de la población femenina.  Pero lo peor de esta impostura se da cuando la persona no solo llega a creer sus propias mentiras, sino que se considera como un prototipo a seguir.  Erigirse arbitrariamente en modelo de los hijos, es el peor disparate que pueden cometer los padres.  Unos papás que inventan que fueron buenos y esforzados estudiantes, es una de las farsas más comunes.  Y hablar de las limitaciones económicas que vivieron en su niñez, es el argumento más desgastado que hay y que en nada impresiona a los hijos.  Pero en esa mascarada resulta que un papá burro, se siente con derecho a reclamar a sus hijos que sean brillantes en la escuela o colegio.  Y una mamá “cola floja” en su juventud, se toma la libertad de exigir a sus hijas, una castidad que ella nunca practicó.
         Todos somos impostores en alguna medida, y casi no hay momento o situación en la que interactuemos, que no lo hagamos utilizando alguna de las máscaras de nuestro repertorio de imposturas.  Estamos tan pendientes del “qué dirán”, que perdemos toda autenticidad incluso delante de aquellas personas que nos conocen de toda la vida y que casi saben quiénes somos de verdad.  La cantidad de caretas que usamos es enorme, una para cada ocasión conocida, y una nueva para nuevas situaciones.  Perdemos el goce real de la mayoría de los actos de la vida porque, lejos de gozarla con la simpleza que esta requiere, nos enfrascamos en conductas ficticias que nos impiden expresarnos (física y mentalmente) a plenitud.   Es tan habitual esta conducta que, incluso en la soledad, nos sentimos desnudos sin ella.  Y no es raro que hagamos algunos intentos por convencernos de que nuestras propias patrañas tienen algún tipo de realidad en alguna parte de nuestro interior.  O quién sabe dónde. 
Y lo peor es que mientras no hagamos un análisis honesto de nuestra propia personalidad, seguiremos siendo víctimas de esta aberrada costumbre del auto engaño y la mentira; en fin, del uso de diversas máscaras que nos hagan sentir bien y que “borren” las carencias morales que tenemos.  ¿Usa usted este tipo de máscaras?  Yo tengo un arsenal infinito.  No tiene que contestar nada, solo piénselo y medite en el valor que tiene ese tipo de conducta y hacia dónde lo ha llevado en la vida.  ¿Vale o valió la pena?
Fraternalmente
                               RIS
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